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Diálogo ausente En la cabecera municipal de Ocosingo marchan, desde distintos puntos de la ciudad, cuatro mil campesinos indígenas (…) Los campesinos gritan que Zapata vive, la lucha sigue. Uno de ellos lee una carta dirigida a Carlos Salinas de Gortari donde lo acusan (…) de vender el país en el Tratado de Libre Comercio y volver a México a los tiempos del porfirismo. Subcomandante Insurgente Marcos. “Chiapas: el Sureste en dos vientos, una tormenta y una profecía”, escrito en 1992, publicado por el EZLN en enero de 1994 Se van a cumplir 20 años de que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se alzó en armas, entre otros agravios por lo que representaba para México ese inicuo acuerdo comercial. En dos décadas muchas cosas han pasado pero en lo tocante a las situaciones creadas por el Tratado y el levantamiento todo sigue igual: ni se ha rediscutido el TLCAN ni se ha negociado el fin de la suspendida pero no cancelada guerra entre el EZLN y el gobierno. La amenaza a la soberanía que suponía el desarme económico de México pactado en el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá se hizo realidad. La legitimidad de las reivindicaciones esgrimidas por los neozapatistas ha sido reconocida por casi todos. Sin embargo, cinco gobiernos federales de dos partidos distintos han sido incapaces de abrirse a una discusión que la sociedad demanda y que ha sido propuesta reiteradamente por diversos actores. Uno de los plausibles cambios que ha vivido América Latina en lo que va de siglo es el reconocimiento de que el diálogo es un instrumento político insoslayable. No sólo la discusión entre partidos o en los ámbitos legislativos, también y sobre todo el debate incluyente y con amplia participación de los actores sociales. Hay que “escuchar la voz de la calle”, dijo Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, al iniciar el diálogo con los que airados protestaban por el contraste entre el fuerte gasto en espectáculos deportivos y la escasa inversión en servicios públicos. Pero también en esto somos la vergonzosa excepción. En México el debate verdadero ha sido suplantado por pactos y regateos cupulares entre fuerzas que no tienen mandato social para negociar lo que negocian, y por falsas mesas de avenencia entre el gobierno y algunos movimientos sociales, encuentros frustrantes donde los funcionarios apuestan al desgaste y nunca se resuelve nada. Otra es la situación que se vive en el subcontinente. Ahí por fin las sombras van quedando atrás y -no sin traspiés y frentazos-, Nuestra América comienza a caminar por el lado soleado de la calle. En lo que va de siglo es proverbial el corrimiento a la zurda del espectro latinoamericano. Pero la geometría política de por acá no es euclidiana sino plástica, flexible, topológica; los ríos profundos de nuestra historia no corren rectos sino que avanzan por sinuosos meandros; nuestros alineamientos sociales son fractales y no se agotan en las cartesianas derecha e izquierda. Es el que habitamos un mundo alucinante y vertiginoso formado por sociedades enrevesadas y contrahechas; paisajes abigarrados, barrocos o mejor grotescos. Y en sociedades así las cosas que en verdad cuentan no se resuelven sólo mediante mayorías y minorías definidas por votos y representadas por partidos políticos. En territorios excéntricos y entreverados como los nuestros, la clave es el diálogo, aun si a veces lo sea de sordos y de mudos: el diálogo ininterrumpido, el diálogo a tantas y tantas voces, el diálogo en múltiples espacios y niveles que no se agotan en el ámbito legislativo. Sin olvidar que con frecuencia los movimientos sociales dialogan con los pies y a veces dialogando se llega a las manos. Si no fuera por este diálogo polifónico y en ocasiones airado, no se harían nuevas constituciones como la ecuatoriana que se firmó en Montecristi o la boliviana que se gestó en el Pacto de Unidad. Sin polémicas sociales de las que nadie se excluya ni sea excluido, estas cartas magnas no aterrizarían en reglamentos y normas aplicables, en políticas públicas, en programas, en acciones... Sin debate continuado e incluyente, los nuevos marcos legislativos no devendrían prácticas sociales donde el disenso es bienvenido porque enriquece el debate, en cultura política de uso cotidiano, en sentido común. Y la región es hoy un acalorado conversatorio. A principios del mes pasado estuve en Colombia, donde un gobierno de derecha está negociando, al parecer fructuosamente, con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Pero las conversaciones de La Habana no son todo; a raíz del pasmoso Paro Nacional Agrario, el gobierno de Santos tuvo que abrir negociaciones con la Mesa que representa al conjunto de los participantes, y también bilateralmente con cada uno de ellos: los caficultores, cacaoteros, cañeros, paperos y otros sectores de pequeños productores comerciales agrupados en las que llaman Dignidades, que demandan políticas de desarrollo rural; e igualmente con los mestizos, indígenas y negros de las Reservas Campesinas y otras formas de tenencia colectiva, que cuestionan que el gobierno esté cediendo a particulares tierras baldías supuestamente destinadas a las familias que las requieran y exigen una verdadera reforma agraria. Diálogo que no es sólo entre el gobierno y la sociedad organizada, sino también horizontal y entre los diferentes contingentes: los que están próximos a las FARC y se sienten representados en los debates de la Habana, y los que no comulgan con la guerrilla y quieren negociar por sí mismos y en tierras colombianas. Unos días después estuve en La Paz, Bolivia, en un seminario latinoamericano donde se discutió el papel que pueden tener los campesinos e indígenas de la región y del mundo en darle solución a la crisis alimentaria. El tema es importante por sí mismo, pero lo que me interesa destacar aquí es que entre los participantes había dirigentes de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), cuya fuerza mayor es aymara y se ubica en el altiplano, y representantes de la etnia guaraní que se ubican en las tierras bajas. Sectores que en los años recientes han estado fuertemente confrontados, en particular por la carretera del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), lo que no les impidió compartir la mesa de debates y confrontar ideas de manera respetuosa. Y lo más llamativo es que el seminario fue auspiciado por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia y las discusiones, donde con frecuencia se hacían ácidas críticas al gobierno, tenían lugar a unos pocos metros del despacho de García Linera. De Bolivia viajé a Ecuador, donde hay una fuerte polémica por la decisión del gobierno de promover la extracción del petróleo que está bajo el Parque Nacional de Yasuní, dado que nunca llegó la compensación internacional que se había demandado a cambio de no sacarlo ni quemarlo. Ante la intempestiva decisión del presidente Correa, los jóvenes a los que el propio gobierno había ayudado a convencer de que Yasuní debe ser preservado, se están manifestando en la calle y buscan reunir las firmas necesarias para que el tema sea sometido a una consulta popular. Debates intensos en un país como Colombia gobernado por la derecha, intensos debates en países como Bolivia y Ecuador gobernados por la izquierda. Debates enconados y a veces infructuosos, pero debates al fin. En cambio en México el verdadero debate entre la sociedad y las instituciones es una asignatura pendiente. Plausible es, entonces, la campaña del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) para que las cuestiones en las que se juega el destino del país se sometan a consulta. La reforma laboral, la educativa, la energética, la fiscal. Pero también cuestiones estratégicas como el estatus del EZLN y el lesivo contenido del TLCAN, asuntos que pronto cumplirán 20 años. Y lo peor es que tampoco se debate públicamente el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) , que de firmarse como va, nos uncirá aún más a la yunta de la globalización asimétrica.
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