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TLCAN y los agricultores Karen Hansen-Kuhn Internacional Program Director, Instituto for Agriculture and Trade Policy (IATP) Una de las historias más claras de la experiencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) es la devastación causada en el campo mexicano por un aumento masivo de las importaciones de maíz barato de Estados Unidos (EU). Pero el que los agricultores mexicanos, especialmente los de pequeña escala, sean perdedores debido al Tratado, no significa que los agricultores estadounidenses sean ganadores. Los precios de los productos del campo han estado en una montaña rusa, con volatilidad extrema causada por las injustas políticas agrícolas, la especulación temeraria desregulada y el aumento de las sequías y otros tipos de fenómenos climáticos. Cada vez que los precios tuvieron su viaje aterrador hacia abajo, muchos productores agrícolas pequeños y medianos se vieron obligados a declararse en bancarrota, y la concentración de la propiedad de la tierra y la producción agrícola creció. Es difícil separar los efectos del TLCAN de otro gran cambio en la política agrícola de EU, la Ley Agrícola o Farm Bill de 1996, que puso en marcha un cambio de gestión de la oferta y los mercados regulados a una política de “sea grande o sálgase”. Los agricultores fueron animados a aumentar la producción con la promesa de ampliación de los mercados de exportación, incluyendo México. Pero, casi inmediatamente, el fracaso de esta política fue evidente, ya que los precios de las materias primas cayeron como una piedra, y el Congreso recurrió a los pagos “de emergencia”, que más tarde volvieron a ser codificados como subsidios agrícolas, para arreglar el lío y mantener a flote las economías rurales. Luego, cuando la nueva demanda de los agrocombustibles aumentó los requerimientos de maíz, y los inversionistas huyeron de los mercados hipotecarios fracasados para especular en los granos, la energía y otras materias primas, los precios se dispararon. Y no sólo los precios de los productos agrícolas, también los de la tierra, los combustibles, los fertilizantes y otros agroquímicos basados en petroquímicos. Los ingresos agrícolas netos se tornaron mucho más erráticos. En muchos sentidos, los agricultores familiares que habían sido la columna vertebral de las economías rurales realmente se convirtieron en grandes o salieron, dejando un sector caracterizado por la desigualdad y la concentración corporativa. Durante los 20 años recientes, ha habido un marcado cambio en el tamaño de las granjas estadounidenses, con un crecimiento dramático del número de las explotaciones muy pequeñas y de las muy grandes. El aumento en el número de pequeñas explotaciones se debe a varios factores, como la población urbana que regresa a la tierra (casi todos son dependientes de empleos no agrícolas para subsistir) y el crecimiento de los cultivos de especialidad para los mercados de agricultores locales. El número de granjas de tamaño intermedio -las que son pequeñas pero comercialmente viables por sí mismas- se redujo en 40 por ciento; pasaron de representar la mitad de las explotaciones totales en 1982 a menos de un tercio en 2007. Las empresas involucradas en la agricultura y la producción de alimentos también entraron a un proceso de consolidación. Mary Hendrickson, de la Universidad de Missouri, ha calculado el porcentaje de la producción de diferentes ramas que está en manos de sólo cuatro empresas. La participación de las cuatro principales empresas (Cargill, Tyson, JGF y National Beef) en la producción total de carne, por ejemplo, aumentó de 69 por ciento en 1990 a 82 por ciento en 2012. La historia es la misma en aves de corral, carne de cerdo, molienda de harina y otros sectores. El que pocas empresas controlen porcentajes de producción total cada vez más grandes hace aún más difícil que los agricultores obtengan precios justos o ganarse la vida con su producción. Esas empresas se aprovechan de las reglas en el TLCAN para hacer operaciones transfronterizas. Empresas estadounidenses engordan ganado en Canadá y producen cerdo en México que luego trasladan a EU para sacrificio y venta. En el camino, productores independientes de cerdo y aves de corral de EU prácticamente han desaparecido. Existe un amplio reconocimiento entre el pueblo estadounidense de la necesidad de cambiar las políticas alimentarias y agrícolas para garantizar alimentos más saludables y economías rurales más estables, pero los responsables políticos en el Congreso y la administración Obama continúan empujando duro a favor de las mismas políticas fallidas. Más acuerdos de libre comercio, como el Acuerdo de Asociación Transpacífico y el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión, en gran parte cortado y pegado del TLCAN, pero con nuevas ideas peligrosas para limitar las restricciones restantes sobre los organismos genéticamente modificados (OGMs) y los aditivos alimentarios cuestionables, y para allanar el camino a tecnologías emergentes aún más cuestionables. En muchas comunidades en todo el país, la gente está optando por salir del sistema de big food existente, para reconstruir opciones más pequeñas y saludables que tienen su origen en las economías locales y que conecta a los agricultores con los consumidores. Si esas experiencias podrán construir a partir de lo local a la agricultura nacional y la política de cambio es una gran pregunta, y parece difícil por el gran predominio de los intereses corporativos. Pero la reconstrucción del sistema desde el base, con consideración de cómo hacer enlaces más justos para los agricultores en México y en otros lugares, es realmente el único camino a seguir.
Los tratados, en detrimento de Lise-Anne Léveillé Miembro del comité internacional de la Unión Paysanne, Quebec El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se inscribe en una gran tendencia de liberalización de los intercambios agrícolas, que es cada vez más dominante, como lo demuestra la firma del Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA) entre Canadá y la Unión Europea, en octubre del 2013. A 20 años del TLCAN, la Unión Campesina (Union Paysanne), de Quebec, constata que los gobiernos siguen apoyando a las empresas multinacionales en la consolidación de un sistema de comercio que no beneficia a los ciudadanos en general, ni al medio ambiente, ni a los campesinos, sino que más bien sirve a los intereses del mercado. Para Quebec, la adopción primero de un Tratado entre Canadá y Estados Unidos y luego del TLCAN motivó graves cambios en la intervención gubernamental en materia agrícola. Los años 90’s estuvieron marcados por el predominio de un discurso del gobierno que impulsaba las exportaciones agrícolas, con el consentimiento de la Unión de Productores Agrícolas (UPA), aunque ésta se había manifestado antes en contra de este tipo de acuerdos. El Partido Quebequense (PQ), que había promovido activamente la autosuficiencia alimentaria en los años 70’s, se volteó y se abrió a la idea del libre comercio. Es así como en 1998, durante el “Encuentro de las partes” de la agricultura, la rama porcina fue escogida como eje principal del modelo industrial. Apoyándose en la debilidad del dólar canadiense, definieron la meta de duplicar hasta el 2005 las exportaciones de cerdo. Para lograrlo, el gobierno se empeñó en apoyar la creación de mega granjas porcinas, según ellos más eficaces y productivas, y por ende más competitivas en los mercados internacionales. Desde entonces, las políticas del gobierno quebequense se orientan en función de este modelo de producción neoliberal. El volumen de producción determina el monto de las subvenciones: mientras más grande es el productor, más ayuda gubernamental recibe. En Quebec, las explotaciones con ingresos menores a 50 mil dólares por año reciben sólo el siete por ciento del total de subsidios al agro, a pesar de representan 37 por ciento del total de fincas. En cambio, 50 por ciento de los apoyos está dirigido a los productores que tienen un ingreso anual de más de 250 mil dólares, aunque representan sólo 13 por ciento del conjunto de fincas. En materia de producción porcina, los apoyos del gobierno quebequense, incluyendo el Seguro de Estabilización de Ingresos Agrícolas, sumaron cuatro mil millones de dólares entre 1999 y 2007. Así, el dinero invertido en la promoción del “libre mercado” es sustancial. Las prácticas de libre comercio provocaron transformaciones importantes en el agro. En 2008, 45 por ciento de la producción agrícola canadiense se exportó. En 2006, el 60 por ciento de la producción porcina fue al exterior. Entre 1989 y 2009, la producción de maíz, trigo, cebada, canola, soya y de carnes de res y de cerdo aumentó drásticamente para destinarse principalmente a los mercados extranjeros, pues las ventas al exterior se cuadruplicaron. A la par, se dio un aumento significativo de las importaciones agrícolas canadienses, que pasaron de nueve mil 600 millones de dólares en 1975 a 20 mil 400 millones en 2004. El incremento de las importaciones, de las exportaciones, y de la agricultura industrial en general, tiene consecuencias devastadoras tanto para los ciudadanos como para los agricultores y el medio ambiente. Primero, la agricultura está completamente desconectada de las necesidades de nuestras comunidades. Por esta razón, la alimentación de los quebequenses se alejó de nuestra agricultura. Más de la mitad de los alimentos que consumimos se importan y enfrentamos varias crisis, de obesidad, de pérdida de la tradición culinaria y otras. Con el TLCAN, el alimento es considerado mercancía, y la prioridad está en la gran distribución y en garantizar la uniformidad de los productos en los supermercados en precio, color, gusto y forma. El Informe Pronovost dice que 90 por ciento de la producción quebequense es no diferenciada, estandarizada, a fin de responder a las exigencias de los mercados masivos tanto interna como externamente. Este esquema soslaya la calidad nutritiva, la salud animal, el bienestar de las comunidades rurales y la diversidad de los productos. Segundo, ya sea en México, Canadá o Estados Unidos, el TLCAN ha sido negativo para los agricultores y en cambio ha generado beneficios para las multinacionales agroalimentarias. Éstas controlan los mercados comprando a bajo precio los insumos y controlando la transformación e incluso la venta al menudeo. La industrialización es la causa de la casi desaparición de los agricultores de Quebec, quienes en 2008 no representaban más de 1.3 por ciento del total de la población. Entre 1981 y 2001, aquí desaparecieron en promedio 780 fincas por año. Esto provocó despoblamiento y desmantelamiento de las comunidades rurales, así como la desocupación del territorio y una creciente expansión urbana sobre tierras agrícolas. Tercero. se ha podido constatar que el modelo provocó varios problemas en materia ambiental en Quebec y en todo Canadá. El más importante es la contaminación del agua debida a la descarga de estiércol líquido en los pozos, los mantos freáticos y los ríos. La producción intensiva de maíz como alimento para la ganadería conllevó la desaparición de bosques, la erosión del suelo y la utilización a gran escala de fertilizantes y pesticidas químicos. Estos problemas ecológicos están estrechamente ligados con la mega producción que promueve el libre comercio. En resumen, el TLCAN y los acuerdos similares deben analizarse a la luz de la pérdida de la soberanía alimentaria y de los derechos de los agricultores a producir para sus propias comunidades respetando el medio ambiente, y del deterioro de los derechos de los jornaleros. La carrera desenfrenada por aumentar las exportaciones y la industrialización se lleva a costa de la alimentación de los quebequenses y el desarrollo sostenible de nuestras regiones, de nuestro territorio y de nuestros recursos naturales. La Unión Campesina está convencida que existen alternativas al modelo liberal y al libre comercio internacional. Lo constata diariamente por medio de las acciones de sus miembros, que privilegian una agricultura ecológica, diversificada y de proximidad con los consumidores; y expresa su apoyo solidario a este tipo de agricultura en todo Canadá, en México y en Estados Unidos.
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