ué aguda sensibilidad de la pensadora francesa Julia Kristeva en su extensa obra que la lleva a reflexionar en el sicoanálisis como espacio del amor en nuestra época. Milagro de ternura, aparición rica de escalofríos, armonía de líneas, prosa, trazo, color, melodía interna, palabras que emanan desde una mujer siempre anterior, de viejas esencias dormidas, envueltas en la palabra y tempestad del sentimiento, aspiración, lugar ideal del otro, que nos hace existir como ser. Elaboración infinita, flexibilidad sublimatoria de amor-odio, por la otra(o).
Identificación amorosa, paroxismo de asimilación de sentidos de la otra pérdida de la percepción de la realidad delegada en el ideal del yo, que constituye el soporte del estado amoroso, para reposar en extraño objeto (ella) a la que incorporar para ser yo mismo e identificarme en enigmática captación de un esquema de imitación, del estado amoroso como estado sin objeto.
Una vida anterior, madre depósito del primer afecto, la primera imitación, la primera vocalización, inicio del discurso y la dinámica de las posteriores identificaciones que dejan de lado la carga de lo preverbal, de lo irrepresentable que debe descifrarse según articulaciones más precisas del discurso (el estilo, la gramática, la fonética).
Transporte de la motilidad autoerótica en la imagen unificante de una sustancia que se constituya como un frente de la subjetividad. Objeto del deseo y del amor que se manifiesta a veces deseante, a veces enamorado, que reconcilia al yo con su ideal del yo y constituye ese espacio donde se da el amor.
El otro que habla, el otro como yo, en el amor de esa condena que permite ser. Los enamorados convenimos esa regresión que nos conduce de la adoración de un duende idealizado al agradecimiento en éxtasis o al dolor de la propia imagen y el cuerpo, en la semiología de la Kristeva.
Lógica de la idealización que es ilógica, busca de la imagen inadecuada del otro, existencia de una condición anterior que moviliza mucho más la palabra que la imagen, que sin embargo no deja de acompañarla. Música que es el discurso del amor que al ser captado por la belleza de la amada es trascendido, precedido y guiado por un sonido en el borde del ser que nos transporta al lugar del otro sin sentirlo, sin saberlo, sin verlo, indecible, irreversible.
Mujer, cuerpo amor fantasma alojado en ese espacio imaginario que no veo cuál es realmente, sino cómo me conviene que sea. Vértigo que se resuelve en purificación, entrega total, resplandor de cúpulas. Posibilidad de vida, muerte, abierta interiormente, separada de la alegría de su desborde hecho signo; música interna, poesía muerte.
Sombra encarnada en el tiempo y el espacio, deslumbrante de sexualidad, ritmo y acento de distancias y encuentros, repercusiones y contratiempos en otro tiempo que es el del amor muerte, opuestos a la norma y al matrimonio como eternidades. Enamoramiento condenado en el tiempo, limitado al instante, pero confiado en su mágico poder, de sonidos negros, pensamientos negros, deseos negros, voces tinieblas, locura instantánea del asombro, de lo inesperado. Negra muerte. Negro sólo mitad del tiempo y el espacio, lo irrepresentable, desborde pasional, búsqueda de ternura, éxtasis de placer pero también de muerte, para salvación de la carne, principio y fin de la vida.
Antigua ilusión hecha carne perdida en crepúsculos formidables de pasión prisionera. Ternura negra, imposible fuente y llama, profunda y mística, religiosa y erótica, sólo sombra encarnada en la palabra música. Poesía de Julia Kristeva, sicoanalista, lingüista ocupada del amor y su espacio.