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El profe Patishtán y el (a)salto mediático
Hace dos, tres, cuatro años de los más de trece que pasó en la cárcel prácticamente nadie sabía de él ni del calvario de injusticias que le administraron como venganza el racismo y el clasismo atávicos hechos gobierno. En un país donde la fabricación de delitos a quien resulta incómodo a los intereses de políticos o empresarios es práctica común, y donde el aparato de justicia suele ser un vertedero nauseabundo, Alberto Patishtán, el profesor y activista tzotzil, es hoy una celebridad de la resistencia civil y la oposición al sistema. Tuvo que dejar la salud y buena parte de su vida en los calabozos del gobierno de su natal Chiapas y en el Penal de alta seguridad de Guasave, en Sinaloa –“el cementerio de los vivos”, cuenta: “Encierro toda la semana, con una hora al aire libre” (La Jornada, 4 de noviembre)–, y tuvo que soportar la espesura indolente de un entramado legaloide absurdo, injusto, que sería cómico, surrealista y delirante si no acusara la tragedia de vivir en el infierno, porque las cárceles mexicanas son eso, el infierno y no estaciones de purga de condenas o de reinserción social.
¿Se le hizo justicia a Alberto Patishtán al concederle un indulto presidencial? No. ¿Fueron apercibidos, procesados o castigados los funcionarios y personeros del sistema que retorcieron la ley, la violaron, vejaron al detenido, le negaron el justo proceso del que tanto se ufanan los anuncios del gobierno que hablan precisamente de eso, de procesos justos y apegados a derecho en tribunales? No. ¿Se lo liberó en plenitud de funciones o le fueron resarcidos daños incuantificables causados por el aberrante presidio, las secuelas irreparables en salud física y mental? No. ¿Se le indemnizó siquiera con alguna justeza, para paliar al menos algunas vergüenzas resolviéndole cualquier necesidad que será lógica consecuencia del encierro vergonzante al que se lo sometió? No. ¿Se limpió su buen nombre, se dejó en claro que no tuvo que ver en la emboscada a policías en la que se lo acusó de participar? No. ¿Se aclararon las verdaderas circunstancias del presunto crimen, incluyendo la presencia del hijo de Manuel Gómez, el presidente municipal a quien Patishtán había señalado de corrupto? No.
Lo que vemos, más allá del absurdo circo mediático montado en la televisión que nunca antes se interesó en el tema, en esos mentideros perversos a los que llamamos noticieros y que son desgraciadamente el vehículo informativo de millones de mexicanos sumidos en la enajenación, la estupidez y la miseria, es otra más de las muchas operaciones absurdas de maquillaje y cortesanía en que los lamesuelas de las televisoras son tan duchos. Más que destacar la infame sarta de injusticias y atropellos cometidos en contra de Alberto Patishtán, la mayoría de las “notas” de prensa en Televisa y tv Azteca intentaron destacar que su liberación fue por indulto presidencial –llegaron a la ridiculez de publicar mensajes de la cuenta de Twitter de Enrique Peña Nieto anunciando que otorgaría el indulto– como si se tratara de una muestra de benevolencia del poder y no precisamente una obligación ineludible ante las tropelías aberrantes perpetradas por una recua de criminales de juzgado durante un lapso de tiempo que abarcó los sexenios de dos presidentes panistas de nefasta memoria, Vicente Fox y Felipe Calderón, y el actual usurpador de Los Pinos, el priísta Peña.
Engolados, los funcionarios encorbatados y mamones “obsequiaron” desde su pedestal corrupto un indulto que debió ser anulación de proceso y enjuiciamiento a esa tropa de funcionarios y testaferros venales. La náusea.
Dice Alberto Patishtán eso que mucho sospechamos: que al menos la mitad de los internos en las cárceles están presos injustamente. Y en cambio, se libera a secuestradores, a violadores como el panista y mamarracho neonazi Juan Iván Peña Neder. A asesinos y defraudadores y pederastas, porque son amigos de alguien con “palancas”, o parientes de un senador, de un gobernador, de un mafioso con poder empresarial y bancario.
Pero contento, benevolente, el gobierno se mira el ombligo; gasta ingentes, onerosas cantidades del erario en echarse porras en los medios, en promocionar precisamente todo eso que no existe, como la cantaleta del “debido proceso” en los anuncios de la Suprema Corte. O los de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que hablan, precisamente, de que en México no se discrimina al indígena…
Porque acá sus tarugos se los seguimos permitiendo. Y así seguiremos, tarjetita Monex de por medio.
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