Pedagogía anarquista
s mucho más fácil y feliz educar niños para que se autogobiernen y participen en el diseño de normas colectivas que han de respetar, que educarlos para la obediencia y la disciplina a través de la competencia y los castigos. En el primer caso, internalizan orden y colaboración; en el segundo, individualismo y miedo.
Eso lo intuyó sabiamente Juan Jacobo Rousseau en el siglo XVIII: El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado
. También Antón Makárenko lo descubrió
en la práctica y creó sus propios métodos en libertad, según consta en su extraordinario Poema pedagógico; lo pusieron en práctica también con éxito Celestín Freinet, Paulo Freire y algunos pedagogos españoles inspirados en los ideales de pensadores anarquistas como Proudhon, Bakunin y Kropotkin.
Así surgieron experiencias como la Escuela Moderna de Barcelona, a comienzos del siglo XX, o las escuelas para obreros de los ateneos populares anarcosindicalistas en la España del primer tercio del siglo XX, que se llamaron Ateneos Libertarios
.
En México fueron los exiliados maestros españoles Patricio Redondo Moreno, José Tapia Bujalance y Ramón Costa Jou quienes fundaron las primeras escuelas llamadas escuelas activas
y que hoy se han multiplicado con distintos nombres y particularidades, pero a las que se puede identificar, en conjunto, como expresiones de la pedagogía libertaria, que descendiente de la utopía anarquista, propone métodos con los que los individuos se desarrollen libremente, sin autoridad vertical centralizada.
Lo más importante para los partidarios de la pedagogía libertaria es que los individuos decidan qué les interesa aprender y cómo quieren hacerlo. En ello es fundamental el juego como vía de acceso al saber, ya que desde él es más fácil desarrollar creatividad y trabajo colectivo, en vez de fomentar la competencia y el individualismo.
El gran epistemólogo suizo Jean Piaget defendió este tipo de pedagogías porque el alcance del respeto mutuo y de los métodos basados en la organización social espontánea de los niños entre ellos, consiste precisamente en permitirles elaborar una disciplina cuya necesidad aparece en la acción misma, en lugar de recibirla ya acabada antes de poder entenderla; y es aquí donde los métodos activos prestan el mismo servicio inestimable en la educación moral y en la educación de la inteligencia: conducir al niño a la construcción, por sí mismo, de los instrumentos que le transformarán por dentro, verdaderamente, y no sólo en la superficie
. Así, una auténtica modernidad educativa ha de convertir la escuela básica en espacio vital de libertad y participación creativa.