Sábado 9 de noviembre de 2013, p. a16
El 16 de enero de 1992, el maestro Eric Patrick Clapton se sentó frente a su colega, el gran guitarrista Andy Fairweather Low, y una pléyade de excelentes músicos para iniciar una sesión que se convertiría, a su pesar, en el disco más exitoso de su carrera, con más de 19 millones de copias vendidas: eric clapton unplugged, que aparece ahora en versión deluxe, remasterizado y en álbum triple: el disco original, un disco con seis inéditos y el tercero es un dvd con el filme entero.
Se trata de un álbum de celebración múltiple: su vigésimo aniversario, además de que don Eric Patrick festeja todo este año medio siglo de carrera artística, a sus 67 años y que ha anunciado: “cuando cumpla 70 años dejaré de hacer giras; viajar se ha vuelto muy pesado y ya estoy harto de lidiar con policías de migración –bromea–: siempre se me olvida quitarme el cinturón y sacar las monedas de mis bolsillos cuando paso por los retenes de seguridad”.
En la práctica, este disco significa todo para don Eric Patrick: su renacimiento, que debe a un ángel que encarnó en Conor, su pequeño hijo de cuatro años y medio quien, una vez cumplida su misión, abandonó el cuerpo la mañana del 20 de marzo de 1991, cuando jugaba en el departamento que su padre, un hombre en busca de sí mismo que esa mañana iba por él para llevarlo a pasear al Central Park de Nueva York, pero el paseo se convirtió en celestial –de acuerdo con una de las canciones que escribió luego Eric Patrick en memoria de su hijo–, pues el pequeño cayó por accidente desde el piso 23 del edificio donde su padre había comprado un departamento para él y su madre, la modelo italiana Lori, quien se encargaba de Conor Clapton mientras Eric Patrick se preparaba para convivir cada vez más tiempo con su hijo, pues consideraba que todavía, en ese momento, si yo lo cuidara todo el tiempo, sería como un niño cuidando a otro niño
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Apenas unos días antes, Eric Patrick había percibido su renacimiento, producto del amor de Conor, una noche, cuando luchaba contra sus demonios, entró en conciencia: “el ruido dentro de mi cabeza –cuenta en su autobiografía, distribuida en México por Editorial Océano– era ensordecedor, y la bebida ocupaba mis pensamientos todo el tiempo. Me conmocionó darme cuenta de que estaba en un centro de desintoxicación, se suponía era un ambiente seguro, pero que yo me encontraba en grave peligro. Estaba absolutamente aterrorizado, desesperado”.
En ese momento, narra Eric Patrick, casi por impulso propio, mis piernas cedieron y caí de rodillas. En la intimidad de mi cuarto supliqué ayuda. No tenía ninguna noción de a quién pensaba que le hablaba, sólo sabía que ya no podía más, que no me quedaban fuerzas para luchar. Entonces recordé lo que había oído sobre rendirse, algo que pensaba que nunca haría, que sencillamente mi orgullo no permitiría, pero supe que nunca conseguiría salir solo, así que pedí auxilio y, puesto de rodillas, me rendí
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Cuando visitaba, reía y jugaba con el niño Conor, el niño Eric Patrick se mantenía sobrio. En su ausencia, la ilusión de verlo nuevamente, el amor de Conor, lo mantenía sobrio. A los pocos días me di cuenta de que me había ocurrido algo. Un ateo diría con toda seguridad que sólo consistió en un cambio de actitud, y hasta cierto punto eso es cierto, pero se trataba de mucho más que eso. Yo había encontrado un lugar al que dirigirme, un lugar que siempre había sabido que estaba ahí pero en el que nunca había querido, o necesitado, creer. Desde ese día hasta hoy, nunca he dejado de rezar, por la mañana, de rodillas, para pedir ayuda, y de noche, para expresar gratitud por mi vida, y sobre todo, por mi sobriedad. Elijo arrodillarme porque siento que necesito humillarme cuando rezo y, con mi ego, eso es lo máximo que puedo hacer
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La tragedia de Lori y Eric Patrick no tiene nombre. Existen palabras como viudo, viuda, huérfano, pero si perdemos un hijo, una hija, ni siquiera hay nombre. Eric Patrick escribió varias canciones acerca de la muerte, de sus experiencias desde cuando era niño y murió su abuelo hasta la reciente partida de Conor, su hijo. La más famosa de ellas está en el disco que ahora nos ocupa: Tears in heaven: ¿pronunciarías mi nombre, me reconocerías si te alcanzara en el cielo?/ ¿seguiríamos siendo iguales?/ pero no, lo que debo es ser fuerte, resistir, continuar/ porque yo no soy de aquí, del cielo/... el tiempo, sólo el tiempo te puede derribar, sólo el tiempo puede hacerte caer de rodillas/ el tiempo puede romperte el alma y postrarte a suplicar/ pero sé que del otro lado de la puerta hay paz, estoy seguro/ y por eso sé que ya no habrá más lágrimas en el cielo”.
La sesión musical del 16 de enero de 1992 no le gustó tanto a Eric Patrick como a los productores de ese disco. La venta masiva, 19 millones de ejemplares de un jalón, la interpretó Eric Patrick así: si quieres saber de verdad lo que me costó, ve a Ripley y visita la tumba de mi hijo. Pienso que ése es además el motivo por el que se convirtió en un disco tan popular; creo que la gente quería mostrarme su apoyo, y aquellos que no encontraron otra manera compraron el álbum
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