as elecciones parlamentarias del 27 de octubre en apariencia dejaron todo como estaba. El kirchnerista Frente para la Victoria (Fpv) logró 32 por ciento de los votos y retuvo el control de las cámaras, en las que tiene quórum propio, e incluso aumentó levemente su cantidad de diputados. Pero detrás de esta fachada comienzan los cambios. En primer lugar, ya no tiene posibilidad de encarar una tercera elección de Cristina Fernández, y sus numerosos presidenciables para 2015 son todos centroderechistas o, peor aún, del Opus Dei y de las compañías mineras. Por otra parte, dependen de un aparato que no está unido por una ideología sino por la mera defensa de sus intereses. Por consiguiente, se prevén problemas del gobierno en el frente interno y pases y defecciones en el Fpv.
Además, la situación económica y la reacción del gobierno preanuncian una acentuación del giro a la derecha, con más pago de la deuda, un ajuste suprimiendo algunos subsidios importantes para los más pobres y préstamos masivos en el exterior para reforzar las menguantes reservas del banco central y, al mismo tiempo, poder mantener en lo esencial la política asistencialista. El resultado de esta política tendría como efectos nuevas reubicaciones políticas de los sectores de clase media y trabajadores, y nuevos conflictos sindicales.
La derecha clásica, en tanto, salió de las elecciones con un triunfo de Pirro. Es indudable que, sumando todos sus componentes y agregándoles el de centroderecha, expresa la mayoría del país. Sin embargo, tiene demasiados aspirantes a recoger el botín y entre éstos no hay posibilidad de unión. Sergio Massa, ahora ganador de las elecciones en la provincia de Buenos Aires, absorbió los votos de otros sectores del peronismo de derecha pero casi no pescó en el campo kirchnerista. Mauricio Macri ganó nuevamente en la capital, pero su electorado, a diferencia de su equipo, no es peronista de derecha sino centrista y democrático. Además, tras su alianza con Massa, para ser candidato a presidente debe ahora atacarlo y cerrarle el paso, lo cual lo obligará a entrar en una dinámica no peronista. En cuanto a la Unión Cívica Radical (UCR), sigue siendo el segundo partido a escala nacional pero ahora su candidato fuerte es Julio Cobos, el ex vicepresidente de Cristina Kirchner que acaba de triunfar en Mendoza pero no tiene fuerza propia a escala nacional. El socialista Hermes Binner, vencedor en Santa Fe, está condenado por su aislamiento provincial a aliarse con Cobos y la UCR y con la centroizquierda en la ciudad de Buenos Aires. Son, por tanto, demasiados generales para un conglomerado opositor en el cual muchos aceptan la política social gubernamental y otros –la derecha clásica– le oponen una política altamente impopular que se basa en la exigencia de una fuerte devaluación del peso, o sea, en la reducción de los salarios reales, en la dolarización de la economía, en la dependencia total del capital financiero internacional.
La novedad más importante y esperanzadora reside en el crecimiento de una izquierda multiforme. El Frente de la Izquierda y de los Trabajadores (FIT) obtuvo casi un millón 200 mil votos (más de cinco por ciento del electorado) y tiene actualmente 10 diputados locales y tres nacionales. Además, creció otra izquierda difusa, confusa y dividida, pero que también representa otro cinco por ciento del padrón. Está compuesta por gente como Luis Zamora o por los diversos integrantes de los grupos formados, sobre todo, por jóvenes estudiantes antes espontaneístas y antielectoralistas, que ahora constituyen el archipiélago de la Nueva Izquierda. El FIT capitalizó su enraizamiento en importantes sindicatos obreros, al igual que su lucha contra la burocracia sindical, la corrupción y los privilegios, pero sobre todo creció en las concentraciones obreras y populares gracias al voto de protesta de sectores juveniles y de los trabajadores contra el gobierno y los partidos tradicionales. No cuenta con un voto consolidado ni representa a toda la izquierda ni, con el cinco por ciento, aparece aún como alternativa frente al kirchnerismo (que tiene 32).
La mayoría aplastante de los trabajadores sigue creyendo en la unidad nacional y acepta la ideología nacionalista conservadora y reaccionaria del peronismo. La actividad sindical clasista y combativa no basta, por tanto, para aparecer como dirección política. El FIT, para influir en el resto de la izquierda antikirchnerista e incluso en sectores críticos de la base kirchnerista, debería tener una propuesta estratégica y no sólo fuerte actividad esencialmente electoralista. Además, la posición sectaria ante procesos como el venezolano o el boliviano de los diferentes partidos del FIT y la constante lucha cotidiana entre los integrantes del mismo choca con la Nueva Izquierda y la base obrera kirchnerista que, en cambio, idealiza a los gobiernos nacionalistas-distribucionistas mientras el FIT no hace diferencia entre esos gobiernos y sus oposiciones derechistas.
Para transformar en fuerza política su apoyo electoral, el FIT, en vez de llamar simplemente a engrosar sus filas, debería invitar a las otras fuerzas de izquierda a integrar un frente común, discutiendo las diferencias ideológicas profundas. Al mismo tiempo, en la Nueva Izquierda hay fuerte resistencia al FIT y a su sectarismo, divisiones y maniobras, de modo que ella debería hacer un balance de su derrota electoral por carencias programáticas y superar su propio resquemor pensando en el interés común de los trabajadores, so pena de que una parte de sus electores refluya hacia el centroizquierda o se desmoralice.