gnoro si existen estadísticas de transexuales en nuestro medio, pero han de ser pocos, en parte por lo costoso, además del dolor físico que implica, que ha de resultar la operación, en parte por el temor a las burlas e incluso a los crímenes de odio que ya se han dado; Suecia, en donde se ubica la obra que comento, es un país con grandes diferencias culturales y de bienestar en lo que respecta a México y aun así uno de los personajes alude a Orlando, la novela de Virginia Woolf, en cuanto lo agradable que sería dormir con un sexo y despertar con otro. Los arrepentidos del autor sueco Marcus Lindeen va más allá de los dos casos específicos que trata en su obra para hacer un cuestionamiento a los roles de género que jugamos ante los demás y ante nosotros mismos y que a lo largo de la historia han sido impuestos, por lo menos en lo exterior y en nuestra conducta, por las sociedades en que se van dando. De qué depende nuestra identidad es el tema verdadero de la obra.
Se supone que el texto parte de la conversación que tuvieron dos hombres en un café, pero en realidad, según confesión del autor, se debe a que en una época éste se desempeñaba como animador de un programa de radio y recibió la llamada de un transexual que le narró su vida. Entonces Lindeen preguntó si había otra persona con semejante problema y recibió la llamada del segundo transexual arrepentido y, unidas ambas confesiones, conformaron el drama que ha tenido éxito en muchas partes del mundo y que ahora conocemos en traducción de María Renée Pudencio. El dramaturgo estuvo en nuestro país, pero antes se dieron a conocer los retratos de ambos sujetos, lo que fue la base de la caracterización –que incluye expresión corporal– de la actriz y el actor de este montaje dirigido por Sebastián Sánchez Amunátegui que incursiona por segunda vez –antes se le conoció como productor– en esta disciplina teatral.
Orlando nació como hombre y de chiquillo se prostituía en los parques, al volverse mujer se casó y duró once años en ese estado hasta que fue descubierta por el marido que la abandonó por temor a las burlas de sus compañeros de trabajo. Luego de muchas vicisitudes y varias operaciones, es hombre otra vez, muy dado a escandalizar –un poco como venganza ante una sociedad que no lo comprende– con sus actitudes y su traje rojo. Mikael se operó para ser mujer y como Micaela disfrutó de una gran libertad que ahora que vuelve a ser hombre añora, porque podía hacer lo que quería sin temor a consecuencias porque a una mujer no se le pega
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Tanto en el texto como en la escenificación se mantiene la ficción de dos hombres hablando en un café. Con escenografía de Hania Robledo, consistente en una mesita de centro, dos silloncitos a los lados y una pantalla al fondo, la iluminación de Xóchitl González y el vestuario de Josefina Echeverría, el director mantiene a su actriz y a su actor casi todo el tiempo sentados, salvo un momento en que Mikael va a la barra, que no vemos, por dos tarros de café. En la pantalla se reflejan, o se supone que se reflejan –porque las imágenes están muy lejanas a un parecido con Margarita, ni siquiera de joven cuando la conocí– las fotografías que Orlando va mostrando a Mikael de las diferentes etapas de su vida. Hay que subrayar el absoluto respeto de los participantes en la escenificación que los llevó a dar una función de transexuales para recabar sus opiniones, que fueron positivas.
Sánchez Amunátegui tuvo la fortuna, a pesar de su escasa trayectoria en la dirección, que aquí resulta rigurosa y centrada, de contar para este montaje con una actriz y un actor de excelencia. Margarita Sanz, cuyo diseño de imagen se debe a Francisco Iglesias, muy acorde con el personaje real, Orlando, que incorpora, es una actriz cuyo amplio registro es muy conocido. Sus actitudes y más que eso, las expresiones de su cara, matizan tanto sus propios diálogos como la escucha de lo que dice su compañero. Alejandro Calva olvida la recia presencia que se le ha visto anteriormente, el diseño de imagen que le dieron Felipe Salazar y Olga Tchernova como Mikael, además de la peluca que ostenta, hace que se encoja con los brazos amparando su cuerpo. Sólo actantes como éstos pueden sostener la atención del público casi sin moverse de sus asientos.