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Llevó al éxtasis al público, que degustó sus crudas, intensas y profundas canciones

Lou Reed hizo gala de su maestría en México el último 20 de noviembre del siglo XX
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El músico durante su presentación en el teatro MetropólitanFoto Archivo
 
Periódico La Jornada
Lunes 28 de octubre de 2013, p. a14

El lunes tendremos un excitante concierto, algo bueno que ofrecer. Si checas mi página de Internet puedes saber más sobre lo que estoy haciendo, dijo en noviembre de 2000 a La Jornada uno de los pilares del templo sagrado del rock: Lou Reed.

El pretexto de ese escueto comentario (por teléfono) fue por el histórico concierto que ofreció en el teatro Metropólitan.

Promovía su disco Ecstasy (Éxtasis), que literalmente fue lo que causó en el recinto del Centro Histórico en los presentes, que degustaron sus crudas, intensas, profundas y duras letras y tonalidades acústicas.

Fueron dos horas y media en trance: Hay rituales para llegar al clímax: los mantras budistas, el peyote huichol, los tambores africanos, el sexo sentido, el canto gregoriano. Esa noche el procedimiento, la bitácora de vuelo, se llama: la música de Lou Reed.

Antes del concierto en el Metropólitan, en 1992, se presentó en el Auditorio Nacional cuando promovía Magic and loss.

Explosión de acordes

El último 20 de noviembre del siglo XX el cantautor no falló en su habitual atuendo: pantalón, camisa y chaleco negros, tanto como lo lóbrego de un recinto repleto de su séquito y de su banda, la cual detonó poder con la explosión de acordes precisos en sus 18 piezas, algunas de las cuales se extendieron a versiones extralarge. Fue música de cámara y cuerdas para un rock subterráneo.

De haberse grabado en video, esa sesión quedaría como una de las gestas mayores de la historia de la música en México. Los asistentes fueron privilegiados con una impronta. Así es como sucede la historia, todo es para la posteridad, sólo aquel capaz de disfrutar el presente sabe de ello, dijo la reseña.

En el concierto sucedieron cosas insólitas. Entre otras, el baterista rompió dos tarolas, porque tocó con mucha fuerza y porque tenía en sus manos dos baquetas que parecían troncos de roble rojo y porque eran magistrales sus embates.

Otros sortilegios: el bajista alternó instrumentos varios, el más exquisito entre los cuales fue un stick, es decir un palo serpenteado por cuerdas alucinatorias y sostenido por un trípode y las cuerdas frotadas por un arco haciendo un mantra en coro con la guitarra de Reed, ambas gimiendo. Fue el éxtasis.

En Reed se concentraron durante esas dos horas y media los espíritus en éxtasis de William Blake, Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Dylan Thomas.

En el Metropólitan se dieron cita cuarentones, cincuentones y nuevas generaciones... adoradores del maestro del urban underground.

Su aparición fue directa, como su música de realidad. El bajo de Fernando Saunders retumbó y los primeros madrazos a los tambores de Tony Thunder Smith marcaron la pauta para recoger casi todas las rolas de Ecstasy y del Set the twilight reeling, que sin duda fueron un viaje retro de Lou, quien juntó a su banda, al final del rito, agradeció y se perdió en la oscuridad.

Ante el reclamo del público, volvió con más poder. Saunders improvisó un chelo con su bajo. Dos rolas más y fue el adiós. Los inconformes aullaron por otro encore, como si no lo pudieran tener más.

El señor Reed extrajo juventud esa noche del éxtasis de su público: sonaron casi todas las piezas del disco, además de algunas de las placas anteriores (la última fue Set the twilight reeling) y luego tres encores iniciados con Sweet Jane y culminados con Take a walk on the wild, mientras el público deliraba, no podía con más placer.

Berlín en San Sebastián

En 2007, 33 años después, un fracaso se convirtió en éxito en una película imposible de clasificar. Se trata de Berlín, cinta en la que el director estadunidense Julian Schnabel grabó en vivo a Lou Reed tocando las canciones del álbum homónimo, que nadie quiso a principios de los años 70.

Berlín es considerada una de las obras más oscuras de Reed; sin embargo, en el festival de cine de San Sebastián de ese año, donde fue presentada la cinta, Reed rechazó que lo haya sido. Al contrario, ha ayudado a mucha gente, dijo en un junket en el que estuvo presente este diario.

La película de Julian Schnabel no sólo presenta al músico en el escenario; también cuenta la autodestrucción de Caroline, personaje interpretado por Emmanuelle Seigner.

Berlín en verdad transmite el poder y eso es algo maravilloso. Nunca he visto algo tan poderoso como esto en un formato musical. Es asombrosa la forma en la que la imagen y la luz trabajan con la música, dijo Reed.

No estoy de acuerdo en que éste sea mi álbum más oscuro; escribo canción por canción, es un poco gracioso que se piense de esa manera. De hecho hay personas que me dicen que los hace sentir mejor. Todos han experimentado los celos. De cualquier manera me da escalofrío cuando escucho eso. Es la descripción de lo que los demás sienten y creo que es algo bueno.

Berlín aborda los celos; todo mundo sabe lo que es ser celoso, ¿verdad?, preguntó a los ahí reunidos. El caso extremo es Otelo. Mi personaje él sólo habla de romper un brazo.

De lado de la música, Reed explicó que no se cambió nada del álbum original –incluso participa Steve Hunter, quien tocó con él hace tres décadas–. “Acaso cambiaron algunas expresiones que ya no se usan, como waterboy (aguador) en la canción The kids. De ahí en fuera, todo lo demás es fácil de entender. No hay misterio en el lenguaje, no se necesita un diccionario para entender Berlín”.

Sí hay una gran diferencia, corrigió: 33 años después yo toco la guitarra y hay más guitarra eléctrica. Es un rock un poco más duro... Desde que hicimos el álbum quisimos llevarlo al escenario.

(Con información de Ericka Montaño Garfias y Pablo Espinosa)