Reacomodos
l pulso que mantienen Rusia y Estados Unidos por consolidar y extender su presencia militar en el flanco sur del espacio postsoviético se asemeja a una gran partida de ajedrez en la que los jugadores reacomodan sus piezas pero ninguno tiene la intención de abandonar.
El afán de convertirse en potencia dominante en esa región cuesta mucho dinero a los contribuyentes rusos y estadunidenses y, por consiguiente, representa pingües beneficios a los gobernantes de los países que alquilan sus territorios.
Estos últimos comienzan a alinearse en uno u otro bando –por ejemplo, Azerbaiyán, cada vez más distante de Rusia–, pero los hay también que sólo quieren sacar ganancias –Kirguistán es el prototipo–, aunque tengan que hacer malabares verbales para estar en ambos lados sin parecerlo.
Cualquier alteración del statu quo es presentado por los voceros oficiosos de Rusia y Estados Unidos como una derrota del otro, aunque bien saben que en esta contraposición sólo puede haber un vencedor hasta que acabe la partida.
Dos casos recientes confirman lo dicho. El primero: Tras meses de infructuosas negociaciones, Rusia tomó la decisión definitiva de cerrar la estación de radares de Gabalá, en Azerbaiyán, que era importante para detectar lanzamientos de misiles en una amplia zona desde Medio Oriente hasta parte del océano Indico.
Moscú no quiso pagar el incremento en la renta anual que exigió Bakú –de 7 millones de dólares, en los primeros años después del colapso de la Unión Soviética, a 300 millones de dólares– y retiró a sus militares y todos los equipos.
Azerbaiyán dejó de ingresar ese dinero, pero a cambio dio un paso más hacia su incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en tanto Rusia tuvo que realizar un ingente desembolso para construir en dos años, en lugar de 10, la nueva estación de radares Voronezh-M, cerca de la ciudad de Armavir.
El segundo: Kirguistán, tras conseguir un trato preferencial para sus migrantes en Rusia y la promesa del Kremlin de invertir miles de millones de dólares en la industria energética del país centroasiático, ordenó que Estados Unidos abandone la base aérea de Manás, rebautizada hace años para no irritar más a Moscú con el eufemismo de Centro de Transportes en Tránsito.
Con ello, Bishkek deja de ganar los 200 millones de dólares de renta anual de Manás, aunque piensa sacar mucho más al aceptar la propuesta de Washington –que ya consiguió traspasar las funciones de la base aérea al territorio de Rumania–, de construir en su lugar un llamado nudo de coordinación aérea
, otro eufemismo.
La idea de Estados Unidos es monitorear desde Manás, mediante las 26 estaciones de radares que piensa instalar en territorio kirguís, el espacio aéreo de toda Asia central y parte de China.