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Necesarios, nuevos debates sobre el maíz transgénico y la soberanía alimentaria Susana Carro, Marta Astier, Tzivia Huante, Adelita San Vicente, Aída Castilleja, Antonio Turrent, Catherine Marielle, Joanildo Burity, José Antonio Serratos, Juan José Lavaniegos, León Olivé, Martín Tiznado, Patricia Tovar, Margarita Tadeo, Alejandro Espinosa, Antonio Turrent, José Luis Sánchez, Patricia Artía El proyecto internacional GMFuturos, que realiza la Universidad de Durham (Gran Bretaña), en colaboración con el Centro de Investigaciones de Geografía Ambiental (CIGA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con sede en Morelia, tiene un enfoque multidisciplinario e investiga las razones socio culturales, religiosas y filosóficas que influyen en las perspectivas de diversos actores sociales acerca de los cultivos transgénicos o genéticamente modificados (GM). En esta iniciativa participan investigadores de ciencias sociales, naturales y humanidades de cuatro países (Gran Bretaña, México, Brasil e India), y en la actualidad concluye su estudio de caso en México, el cual se replicará en los dos últimos países. Mediante estos estudios se pretende recoger las voces de actores sociales que históricamente se han visto excluidos de los debates y consultas sobre transgénicos, y para ello se han realizado estancias en comunidades de pequeños agricultores (indígenas y no indígenas) en Michoacán; se ha encuestado a estudiantes e investigadores en un laboratorio de biotecnología; se han realizado grupos de enfoque con consumidores urbanos en Morelia, y se ha entrevistado a profundidad a actores nacionales claves en los debates y las políticas sobre el maíz transgénico, como reguladores de autoridades competentes, grandes y pequeños agricultores, representantes de organizaciones no gubernamentales y desarrolladores de cultivos GM, entre otros. Una de las actividades fudamentales del proyecto fue la realización de un taller en la UNAM, en la Ciudad de México, en el que además de presentar una selección de resultados preliminares a los actores invitados, se les solicitó realizar discusiones deliberativas en grupos multi-sectoriales. Allí estuvieron presentes diversos representantes de la comunidad académica, asociaciones de agricultores, centros de investigación, agronegocios, asociaciones religiosas y civiles y organismos gubernamentales (entre ellos, las secretarías de Agricutlura y de Medio Ambiente, así como la secretaría ejecutiva de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados, Cibiogem). Los organizadores del taller, las doctoras Marta Astier y Patricia Artía, de CIGA-UNAM, y Susana Carro Ripalda de la Universidad de Durham, así como el doctor Joanildo Burity de la Fundación Joaquim Nabuco (Brasil), quedaron muy satisfechos con el alto índice de participación en el taller, con la actitud dialogante de los asistentes, y con los resultados obtenidos. “Tuvimos un excelente nivel de respuesta a nuestras invitaciones al taller, el cual acabó recibiendo unos 40 delegados, representando a amplios sectores de la sociedad y con un buen balance de género”, dijeron. En la relatoría de los resultados del estudio de caso más relevantes que presentaron los organizadores del taller, cabe destacar (de forma resumida):
Tras la presentación y discusión de los resultados, los participantes fueron divididos en equipos para generar acuerdos –por medio de una metodología deliberativa específicamente diseñada para el evento-, sobre los aspectos que necesariamente se tendrían que incluir en caso de abrirse un nuevo ciclo de debate. “En un principio algunos participantes plantearon dudas respecto a la viabilidad de reabrir un debate social nacional que parecía estancado o incluso cerrado, pero tras deliberar colectivamente, la mayoría de los participantes expresó la conveniencia de abrir un nuevo ciclo de debate en términos más transparentes, inclusivos y democráticos”, apuntaron los organizadores del taller. En opinión de un representante de una organización religiosa, sería necesario también “recuperar el debate histórico, que fue cerrado por la vía de los hechos”. Aunque hubo opiniones discrepantes, el conjunto de los grupos en reunión plenaria llegó al acuerdo de que uno de los ámbitos de acción urgente para México es el del diseño e implementación de políticas públicas para el maíz, que involucren el cumplimiento del marco jurídico nacional, y que tomen en cuenta los intereses y las perspectivas de los pequeños productores. Otros ámbitos de acción prioritarios acordados por los grupos fueron los de la información y la participación social. Las líneas de acción sugeridas por los grupos fueron: 1) El establecimiento de una moratoria activa a la liberación de maíz genéticamente modificado, dentro de la cual se debería promover un debate informado, que incluya a toda la sociedad (no sólo a grupos de interés), que fije plazos y objetivos claros, y que no implique detener el proceso de investigación científica y tecnológica nacional, siempre que este último se dirija a lograr un desarrollo realmente sustentable a todos los niveles; y 2) La apertura de un nuevo debate nacional sobre la producción y conservación del maíz nativo y sobre la seguridad agroalimentaria, en donde haya una buena difusión de información veraz y verificable respecto de la bioseguridad y los GM y consultas activas e incluyentes de todos los sectores de la ciudadanía, y en donde se debata de forma más democrática y transparente a dónde se dirige México como país. En el marco de este proyecto se están realizando durante 2013 talleres con los actores relevantes en los debates y la regulación de transgénicos en India, Brasil y México, y en el 2014 se darán a conocer los resultados finales de la investigación en una Cumbre Internacional sobre Políticas, que tendrá lugar en Londres. También se realizan actividades de difusión del proyecto y sus resultados por medio de publicaciones, conferencias y una página web (https://www.dur.ac.uk/ihrr/gmfuturos/). Michoacán Del maíz al comal, de la tortilla a la boca: la labor de la Red Tsiri Claudia Guerrero, Vanessa Salazar, Mariana Soto, Luis Olivares y Gonzalo Álvarez El maíz es uno de los tres cereales más importantes del mundo; la región Mesoamericana es el centro de origen y diversificación de las más de 50 razas nativas de maíz. Las culturas de toda esta zona se desarrollaron en una estrecha relación con este cultivo, la cual permanece como un fuerte pilar en la cosmovisión, tradiciones, acciones y preferencias de los diferentes grupos que lo manejan. En México, por su historia y tradición, el maíz constituye la base alimenticia; está presente en un sinfín de platillos, variados en formas y colores, texturas y sabores que hacen que resulte infaltable en la mesa. La tortilla es uno de los más populares. El consumo de tortilla es indispensable en el día a día de la mayoría de los mexicanos, pero ¿de dónde la sacamos? En nuestra actualidad, la sociedad mexicana es predominantemente urbana por lo tanto el proceso artesanal que dio origen a la tortilla -la nixtamalización, el amasar, dar forma a la tortilla con las manos y la cocción en comal- es cada vez más escaso. Ha sido desplazado por las máquinas tortilleras. Sin embargo, aún en zonas rurales y periurbanas son muchas las familias que dependen y gustan de la elaboración manual de la tortilla. En el estado de Michoacán existen aún muchas de estas zonas. Un ejemplo es Uricho. Esta “es la localidad que posee más tortilleras de la región de la cuenca del lago de Pátzcuaro”, nos comentó Carmen, impulsora y promotora de Red Tsiri. Tsiri significa grano de maíz en purépecha. La Red Tsiri es un organización que busca promover el consumo de tortillas elaboradas con semilla de maíces cultivados en la región de Pátzcuaro-Zirahuén, bajo prácticas agroecológicas, con el objetivo de conservar las variedades nativas de maíz presentes en la región, sobre todo las de colores azul, morado y negro. Esta Red ha participado con organizaciones de la sociedad civil y académicas, entre ellas el Grupo Interdisciplinario de Tecnología Rural Apropiada (GIRA) y el Centro de Investigaciones Geográficas y Ambientales (CIGA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En plática con la señora Marta, integrante de la Red Tsiri y elaboradora de gorditas, nos compartió su experiencia en la Red, “me siento más contenta, pues antes tenía que ir al mercado (de Pátzcuaro) a vender y ahora con la Red ya tengo una venta más segura”. La creación de una microempresa que permite a mujeres como doña Martha vender sus productos ha incidido de manera positiva en su calidad de vida. La Red no sólo ha permitido la organización para la venta de productos como tortillas, gorditas, pinole, dulces, etcétera, sino que les ha brindado los medios para mejorar sus cocinas mediante la instalación de estufas ahorradoras de leña, que además de disminuir el consumo de la madera para cocinar también evita la emisión de gases tóxicos para las señoras que cocinan en fogones. La señora Martha se incorporó a la Red una vez que le instalaron su estufa ahorradora de leña y empezó a elaborar tortillas para la venta por medio de la Red. El éxito en la sazón de la señora Martha la llevó a preparar otros productos, como las ya famosas gorditas, las cuales se venden en diferentes puntos como la UNAM campus Morelia, la Universidad la Salle y algunas clínicas del Seguro Social. “Empecé haciendo unas poquitas, 20 o 30, pero ahora les han gustado mucho y ya hago hasta 280 en un día”. Estas delicias rellenas de frijol, papa, mole, chicharrón, rajas o nopales las prepara todos los miércoles en punto de las 2:30 de la mañana para que a las 8:00 estén listas para partir a sus diferentes puntos de venta. Muchas otras personas, como la señora Martha, están dentro de la Red Tsiri, ya sea como agricultores, elaboradoras de tortillas, conductores, cuerpo logístico, investigadores y vendedoras. Todos se han visto muy beneficiados del trabajo conjunto de la Red, que requiere mucha organización, compromiso y ganas de ayudarse entre comunidad. Ejemplos de organización como ésta surgen ante la necesidad de crear fuentes de empleo en el medio rural, que permitan a las personas mejorar su calidad de vida, así como conservar las especies de maíz nativas de la región. Por ello apoyemos y consumamos ¡nuestro Tsiri! La tradición de hacer tortillas Anahí Aguilera Pantoja, Clara Migoya Bulnes, Nadia Citlali Talavera Sánchez y Mónica Mariana Zamora González (…) entonces Quetzalcóatl bajó al Mictlán, donde tomó unos huesos de hombre y de mujer, los llevó a la diosa Coatlicue y ella, afanosa, los molió en el metate de piedra junto con mazorcas de maíz. Con la masa resultante, Quetzalcóatl formó a los primeros habitantes de Mesoamérica. Por eso su alimento principal es el maíz. Para unos chilaquiles verdes o rojos, unas ricas tostadas, unas enfrijoladas con queso, unas chalupitas, un buen pastel azteca, unos totopos para botanear, unas flautas de barbacoa, unas enchiladas de mole, unos peneques calientitos, unos tacos al pastor, unas quesadillas doraditas, para acompañar cualquier guisado o simplemente pa’ echarle salsa de molcajete..., en fin, hasta en la sopa podemos saborear ese emblemático manjar de la gastronomía nacional: la tortilla. Sin importar clase social, raza o ideología, este elemento indispensable en las mesas de todos los mexicanos representa un volumen de producción y consumo cercano a los 22 millones de toneladas al año. Así, México es el primer consumidor de tan nutritivo alimento a escala mundial. El origen de la tortilla se remonta hasta los inicios mismos de la historia del maíz, entre el año 2000 y 1000 antes de nuestra era, cuando fue domesticado este importante cultivo que ha adquirido la forma de 64 razas, reflejo de su diversificación a lo largo y ancho de nuestro país. La cuenca del lago de Pátzcuaro alberga muchas de estas coloridas variedades y, dentro de ella, el ejido de San Francisco Uricho, en Erongaricuaro, ha resaltado por su fama como pueblo tortillero. En esta localidad la mayoría de las señoras se dedican al arduo oficio de la elaboración a mano de deliciosas tortillas con maíces criollos de la región. Después, las cargan en sus tlaxcales cuidadosamente tejidos y las llevan a vender o trocar a los mercados, como el de Pátzcuaro. Allá, la señora María del Carmen Pérez Silverio nos recibió en su casa para platicarnos que, cuando niña, solían trabajar en el campo tres veces al día y no añadían ningún tipo de fertilizante, que toda la familia iba junta a “alzar zurco” en la milpa y que su madre le enseñó el arte de moler el grano y echar tortillas poco antes de que cumpliera los 12 años. Pero las cosas han cambiado mucho, y ahora su nieta, que ya va para los 13, no tiene idea de cómo se hace una buena tortilla. Aun así, otras costumbres más ligadas con el aspecto ritual del maíz sí prevalecen, como los adornos de hoja de maíz y mazorcas que se hacen el día de la fiesta patronal, o como los altares del Día de Corpus, donde colocan su metate, su mano, comales de barro adornados y tlaxcales repletos de tortillitas de masa blanca o de vistosos colores. El amplio techo cubierto de hollín se reflejaba en los ojos de doña Carmen, cansados por el humo de la “chiminía”, mientras nos comentaba que no hace mucho tiempo que Uricho es conocido por sus tortilleras (por ejemplo, la madre de doña Carmen se dedicaba sólo a la elaboración de petates, y la ichuskuta era hecha únicamente para consumo familiar), pues las ventas se esparcieron como pólvora hace apenas 50 años cuando doña Salud Cortés, tras varias veces de ir al mercado de Pátzcuaro, corrió la voz entre sus vecinas de que por allá se vendían muy bien y que se le acababan muy rápido. Así, poco a poco, muchas mujeres comenzaron a ir todas las mañanas a vender. Doña Carmen lleva tan sólo 24 años haciéndolo, pero hace unos diez la competencia aumentó con tortilleras de otros pueblos de la cuenca. Además, el precio de la tortilla ha ido cayendo y el precio del maíz es cada vez mayor, lo que representa importantes dificultades para este oficio. Sin embargo, el aumento en la demanda de tortillas hechas a mano, así como su competencia en la venta quizás se deba a que cada vez más gente está empezando a darse cuenta de la importancia cultural y culinaria de este rico producto. Es conocido que en las décadas recientes la tortilla hecha a mano está siendo relegada de muchas partes de México, sobre todo en las ciudades, pues la tortilla “de máquina” se ha vuelto la protagonista diaria de nuestras comidas y, tristemente, se encuentran cada vez menos señoras que ofrezcan un producto de alta calidad que, al contrario de la tecnificación tortillera, no es de harina de maíz de dudosa procedencia, sino de puro grano nixtamalizado del campo nacional. Por suerte, existen iniciativas como la Red Tsiri (a la que pertenece la señora María del Carmen) que buscan rescatar los maíces criollos de la región, cultivados en sistemas tradicionales, haciendo grandes esfuerzos por preservar la salud de sus suelos y la cultura regional, y que fomentan que el trabajo de estas mujeres sea bien remunerado, con pagos justos por un producto que procura la conservación de nuestras tradiciones y nuestra sana alimentación.
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