n tiempos recientes, marchas y manifestaciones masivas y pacíficas acaban inexorablemente con escenas de violencia y un número importante de presos. Sólo parcialmente se puede argumentar que algunos sectores juveniles se radicalizaron después de la experiencia del movimiento #YoSoy132 que, logrando victorias simbólicas sin alcanzar detener la imposición, pudo haber dejado un sabor más amargo que dulce e incrementado las filas de algunas franjas –anarquistas y no– que exaltan el valor ejemplar de la acción directa.
Por otra parte, es evidente que, desde el otro lado, desde los aparatos represivos, se están utilizando una serie de métodos que ya se habían visto en gran escala en 2006 en Atenco y en Oaxaca y que no dejaron de ser parte del repertorio de acción de las fuerzas represivas en México.
Estos métodos, en efecto, tienen una larga y triste historia y, en conjunto, pueden ser nombrados y entendidos como lo que en Italia en los años 60 y 70 se conoció como estrategia de la tensión
. En estos años, en Italia, como en otros países capitalistas occidentales, frente a la intensificación de movilizaciones y protestas se diseñaron estrategias de contención que incluían la generación artificial de tensión, de un clima de violencia que era estimulado, cuando no iniciado, desde arriba, desde aparatos represivos visibles e invisibles, como los servicios secretos. Por medio de atentados, infiltraciones, persecución policiaca, represión sistemática y una serie de provocaciones se pretendía aislar, desestabilizar, criminalizar y poner a la defensiva a los movimientos emergentes y ascendentes. La estrategia de la tensión era una versión de la guerra de contrainsurgencia que se libró a escala mundial en los años 70 contra la avanzada de los movimientos revolucionarios. Una estrategia violenta, sangrienta y dramáticamente eficaz ya que permitió una victoria que modificó sustancialmente la correlación de fuerzas y abrió la puerta al neoliberalismo, la restauración de una serie de condiciones de acumulación que el capital había ido perdiendo a lo largo de los años por la presión y la fuerza de las luchas de las clases subalternas.
En el México de nuestros días, frente a una serie de movimientos que ofrecen una seria resistencia a los diseños de privatización y de despojo, se adoptan selectivamente, pero sistemáticamente, diversos elementos de la estrategia de la tensión. En particular, los llamados excesos policiacos que marcaron las manifestaciones de los meses recientes, podrían no ser simples excesos, errores humanos a condenar y castigar, sino ser entendidos como actos intencionales, parte de una estrategia orientada a generar miedo, frenar el crecimiento masivo de las protestas, aumentar los costos de la movilización, crear
presos políticos para poner a la defensiva a los movimientos.
La historia enseña, en efecto, que la existencia de presos políticos suele generar una actitud defensiva no solamente porque alimenta el temor e inhibe la participación, sino porque obliga a las organizaciones y los militantes que permanecen en pie de lucha a restructurar las demandas, poniendo por delante la liberación de los compañeros, insistiendo en la denuncia de la represión, la violación de derechos humanos, lo cual lleva a segundo plano las demandas que originaron la movilización y que permitieron darle visibilidad.
En este sentido, la estrategia de la tensión es un poderoso instrumento reaccionario, un arma de doble filo que generalmente merma y debilita a los movimientos, pero desnuda a gobiernos y fuerzas políticas que, para llevar adelante políticas impopulares y defender a toda costa los intereses de las clases dominantes, recurren a tácticas ilegítimas e incluso ilegales.
(*) Coordinador del Centro de Estudios Sociológicos de la UNAM. Director de la revista OSAL del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales