La Jornada: ¿Y si viviéramos todos juntos?
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¿Y si viviéramos todos juntos?
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na película sobre cinco septuagenarios en busca de un arreglo de con- vivencia doméstica que les permita hacer frente a los rigores de la edad avanzada y al fantasma de una muerte posiblemente cercana. Son cinco viejos amigos en Francia, progresistas y bien educados, tal vez compañeros de ruta de un lejano Mayo 68, decididos a vivir la vejez sin temor ni preocupaciones, gozando de la jubilación, controlando con serenidad los achaques físicos, ofreciéndose mutuamente las bondades de una solidaridad sin falla.

En ¿Y si viviéramos todos juntos? (Et si on vivait tous ensemble?, 2011), segundo largometraje del francés Stéphane Robelin (Real movie, 2004), el gran acierto ha sido evitar todo desbordamiento melodramático, asumiendo abiertamente un tono de comedia fina, para transformar el supuesto drama del en- vejecimiento en tributo a las ventajas de la amistad para sobrellevarlo dignamente.

Cinco comediantes estupendos, de nacionalidades diversas, todos ellos francófonos, integran la pequeña galería de personajes un tanto picarescos que ante las perspectivas que la sociedad moderna suele reservar a la vejez (arrinconamiento en un asilo, maltrato físico o conmiseración en hospitales, cuando no desdén o mofa, indiferencia u olvido), optan por una estrategia propia para administrar mejor sus vidas.

Los personajes masculinos no escapan a los estereotipos previsibles. Jean (Guy Bedos) es un viejo militante gruñón, difícil siempre de mantener contento; Claude (Claude Rich), un antiguo seductor renuente a una forzosa jubilación sexual; y Albert (Pierre Richard, en el extremo opuesto de su comicidad característica), el hombre casi decrépito y obsesivo cuya demencia senil gana terreno cada día. La solvencia profesional y el desenfado de los tres actores llevan a buen puerto las convenciones del guión, a un paso de la fórmula gastada, y con todo sorprendente en cada uno de sus maliciosos giros narrativos.

En el caso de los personajes femeninos, la recompensa es todavía mayor. Annie (Geraldine Chaplin), esposa de Jean, y Jeanne (Jane Fonda), esposa de Albert, representan una auténtica barricada moral contra toda posibilidad de desánimo: ambas reivindican el placer sexual en la vejez (la primera en los hechos, de modo exuberante; la segunda, de manera teórica, como conviene a su papel de antigua profesora de filosofía). Annie goza de una salud estupenda, mientras Jeanne ve la suya seriamente comprometida; sin embargo, la vitalidad en las dos es prácticamente idéntica.

Con estos cinco personajes de carreras largas y anhelos infatigables, convive un joven de treinta años, el alemán Dirk (Daniel Brühl, estrella de Adiós a Lenin, Becker, 2003), estudiante de etnología, asistente de todos ellos, quien aprovecha la ocasión para hacer una investigación sobre las condiciones sociales de la vejez en Francia.

¿Y si viviéramos todos juntos? es una película coral, una reunión de compañeros de generación capaces de mantener viva la amistad durante cuatro décadas, que remite naturalmente a una cinta reciente sobre un tema semejante, El exótico hotel Marigold (2011), del británico John Madden, pero sobre todo a las películas del realizador quebequense Denys Arcand (el díptico La decadencia del imperio americano, 1986 y Las invasiones bárbaras, 2003), con la salvedad de que en la cinta del francés Robelin, la referencia a lo social o a lo político es muy tangencial (apenas el pasado militante del irascible Jean y su frustrada defensa de las víctimas de desalojos forzados).

La reflexión más oportuna la expresa Jeanne, la mujer que esconde a todos su enfermedad terminal: Aseguramos nuestra casa, nuestro auto, incluso nuestras vidas, pero jamás nos ocupamos de lo habrán de ser nuestros últimos años. Y esta preocupación, un contrapunto al tono desenfadado de la comedia, tiene un contrapunto más, de fino humor negro, cuando la misma Jane Fonda elige en una funeraria su futuro ataúd, y a la pregunta del empleado (¿Para cuándo lo quiere?), responde imperturbable: Eso sí no podría precisárselo.

Es evidente que para el realizador de la cinta el personaje que interpreta Fonda es el centro de gravedad absoluto. Es Jeanne quien tiene las mejores réplicas y también la energía y serenidad suficientes para enfrentar lo ineluctable. El naufragio sentimental es improbable con ella al frente del navío. Un casi irreconocible Pierre Richard (gran as de la comedia ligera francesa de los setenta y ochenta en El gran rubio con un zapato negro, La cabra, Los fugitivos) ofrece a su vez una notable composición dramática.

El asunto de la vejez se aborda de modo franco y en el marco intimista de una tertulia de familia ampliada, reunión de cómplices y amigos, con episodios de desencuentros fugaces y festivas reconciliaciones, e inquietudes siempre vivas por el menguante deseo sexual y por los celos aún persistentes, que informan de la perennidad del goce y del apetito vital.

Se exhibe en salas Cinemex y Cinépolis.

Twitter: @CarlosBonfil1