Lo que el magisterio popular
tiene que aprender
El ciclo neoliberal que nos atosiga, y ya duró mucho, ha visto claudicar y/o esfumarse a los gremios que hicieron grande al proletariado nacional durante un periodo lleno de contradicciones pero con avances, y una vocación popular que se materializaba en derechos conquistados para todos los mexicanos y leyes sensatas al respecto entre los años 30 y los 70 del siglo veinte. ¿Qué les ha impedido ahora defender el destrozo de sus conquistas históricas causado por las “reformas estructurales”, dictadas como tarea obligatoria del gobierno por los organismos financieros y, literalmente, la Casa Blanca? ¿La culpa por sus inocultables pecados: corrupción, oportunismo, enriquecimiento ilícito pero estratosférico de sus líderes? Por citar un gremio prisionero de sus vicios, ¿con qué cara se van a defender los petroleros cuando les llegue su hora (que ya no tarda)?
Ante el panorama de desmembramiento generalizado, la extraordinaria disidencia magisterial adquiere una relevancia extraordinaria. Sigue desafiando a la aplanadora quesque ahora sí imparable de las reformotas (com)prometidas (¿a quiénes?). La continuidad rampante de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y otras expresiones afines del movimiento magisterial, es lo que mantiene respirando a un sindicato que por lo demás ha ganado a pulso su actual naufragio, con los líderes arrodillados o en prisión, acosado por una reforma con el viento a su favor en los dóciles pasillos del Congreso de la Unión.
Por algo la cnte recibe en los medios electrónicos y escritos el tratamiento de los criminales (“mafia”, “ultras”, “chantajistas”, “corruptos”). El burro hablando de orejas. Los poderes le tienen pavor, porque los maestros democráticos, con el respaldo de sus comunidades escolares, demuestran que pueden, y que en términos de proyecto nacional tienen la razón.
Pero no la tienen en todo. No siempre. Entre el póquer partidario y sus dinámicas burocráticas, el magisterio no suele prestar seria atención a su papel dentro de los pueblos indígenas, de donde no pocas veces ellos mismos proceden. Y así como es justo respaldar su lucha nacional y los abanicos que abre para la resistencia, es necesario darle el beneficio de la duda crítica. Pasivo, mal orientado con frecuencia en sus interpretaciones de la realidad comunitaria y cultural específica, ocasional herramienta de la contrainsurgencia, endémicamente intregracionista y no pocas veces simulador, el magisterio en las comunidades ha reproducido, a nivel local, los vicios y errores de la propia política institucional en la materia.
Si ha de estar a la altura de su actual reto histórico, el magisterio popular debe dar nuevas respuestas al desafío educativo y cultural de los pueblos indígenas. La lucha política será también local, autogestionaria y pluricultural, o no será.