Cultura
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Editoriales independientes: La caja de cerillos
L

a caja de cerillos es el nombre de una bella editorial independiente, la dirigen Andrea Fuentes y Alejandro Cruz. Reditan cuentos, textos clásicos, prologados e ilustrados. A mí se me propuso prologar un cuento de Salvador Elizondo: La historia de Pao Cheng, y los inquietantes dibujos los proporcionó Diego Molina.

Salvador Elizondo vivió en París un tiempo y se alojó en La Casa de México de la Ciudad Universitaria, donde también yo viví varios años y donde él solía dar minuciosas y deslumbrantes conferencias sobre James Joyce o sobre el cine de Luchino Visconti, creadores de quienes era ferviente admirador. Además de su prodigiosa erudición e inteligencia, le gustaba hacer chistes, por ejemplo cuando hablaba de la señora Ruiz Izarrugue de Ruiz Cartones.

Desde entonces ya mimetizaba a sus escritores y artistas favoritos: escribía como Juan Rulfo de quien ya se conocía El llano en llamas, publicado en 1953: un ejemplo flagrante sería uno de los primeros cuentos de Elizondo, Sila, incluido en 1962 en la Revista de la Universidad. También solía esbozar con tinta dibujos perfectos siguiendo el trazo de los de Pablo Picasso.

Clásico y transgresor al mismo tiempo, es posible discernir en él una genealogía literaria que le complacía exhibir casi como un virtuosismo literario o un experimento de laboratorio narrativo. La historia según Pao Cheng inicia una serie de textos preocupados por el acto mismo de producir la escritura, que se extiende a lo largo de varios años y culmina con El Grafógrafo y Camera lucida. Este cuento, a primera vista, parecería un elemento discordante en la sucesión de las cinco historias que componen su primer libro de relatos Narda o el verano, aparecido en 1966, un año después de haber publicado Farabeuf, novela transgresora de estructura compleja que lo consagró, pues como decía Carlos Monsiváis en su obituario de 2006: “Farabeuf, lo supimos desde el primer momento, era un libro perdurable”.

Cada uno de los cuentos de Narda tiene una estructura diferente y, por tanto, son bastante disímiles entre sí, ejemplifican esta labor de ruptura con la tradición y respeto por ella que Salvador ejerció durante toda su vida. Se inicia el libro con el cuento El puente de piedra que puede leerse como la historia de una relación sentimental o un escarceo amoroso, un poco, ¿por qué no? a la Juan García Ponce o a lo Inés Arredondo, sus contemporáneos, pero con un desenlace inesperado, precipitado por la aparición de la figura grotesca de lo anormal. En la playa podría definirse de manera superficial como una historia de aventuras tradicionales y de persecución muy cinematográfica. Narda o el verano recuerda de inmediato algunas películas francesas de los años 60 que exhibían una pretendida dolce vita y a la vez rememora una célebre tira cómica estadunidense, la del trío conformado por el Mago Mandrake, su novia Narda, y Lotario, su servicial y atlético criado negro, sucesor legítimo del esclavo africano de El conde de Montecristo de la novela de Alejandro Dumas y que, distorsionado por Elizondo, se nos aparece aquí con otro nombre, caricaturizado y siniestro, con los dientes afilados en punta como los de un tiburón. Desde la perspectiva de la propia narradora, La puerta relata la historia de una loca internada en una casa de salud que pretende liberarse de sí misma y de su encierro abriendo una puerta prohibida, semejante a la de algunos cuentos de hadas que al abrirla no conduce a ninguna parte o, en este caso, a la verificación especular y definitiva de la propia locura.

Como en otras de sus obras, el espejo es predominante en La historia según Pao Cheng. Hace años le hice una entrevista y le pregunté qué significaba para él esa figura, me contestó lo siguiente: Todo espejo es una puerta, me contestó, y lo que importa no es el espejo en sí, sino la idea especular en la que se sustenta la estructura. En ese sentido la fotografía instantánea es una forma de espejo...

Twitter: @margo_glantz