El 2 de octubre, un aniversario vergonzoso
Prepararse contra provocaciones
l próximo miércoles en esta ciudad, más que en ningún otro lugar del país, se habrá de recordar el episodio más triste y vergonzoso para México: la represión en Tlaltelolco.
Y no es necedad. Se trata de salir a la calle para demostrar que las heridas no se han cerrado luego de 45 años, que no se perdona a quienes ordenaron el crimen, que todo el poder político y económico no ha logrado derrotar a la memoria, y que, como se repite cada año, 2 de octubre... no se olvida.
Lo que sucedió entonces es más que sabido, comentado y condenado, y no debe olvidarse para que nunca más vuelva a ocurrir; ese, podríamos decir, es el motivo. Ninguna orden, ninguna ley podrá arrancar el luto que viste a gran parte de la sociedad desde hace ya casi medio siglo.
Pero no se trata, tampoco, de provocar que el episodio se repita. Que nadie se confunda. Se busca preservar la memoria, hacer sentir a los que claman por sangre que la represión es una espina que se clava en la memoria de la gente y que socialmente no hay impunidad, aunque el poder y la ley perdonen. Ese es el código de la calle.
Hoy, además de la fecha, hay muchos motivos para la protesta. Los maestros, los electricistas y los cañeros –quienes estuvieron tres semanas en plantón frente a la Secretaría de Agricultura, que prácticamente nadie vio ni escuchó, o que nadie quiso escuchar–, los estudiantes, los desempleados, los que saben que se prepara el saqueo al país con la venta a la iniciativa privada de los recursos energéticos, y muchos más tienen razones para manifestar su descontento con un tipo de gobierno que los acecha y los golpea con leyes injustas.
Sí, todo eso es cierto, pero provocar para que los cuerpos policiacos, bien entrenados y bien protegidos –aunque muchas veces lleven la peor parte–, se lancen en contra de grupos que sólo llevan encima el ropaje de su protesta, resulta inexplicable, pero además extremadamente peligroso.
En los recientes conflictos callejeros aparecen, casi siempre con la cara cubierta, grupos de jóvenes que buscan el enfrentamiento. Lanzan piedras, bombas caseras, agreden, pero en el momento de la trifulca, cuando contagian con su violencia a los que sólo pretendían gritar, desaparecen, como si encender la mecha fuera su único motivo, su trabajo.
Estos muchachos se han convertido en la preocupación principal de las autoridades. No se sabe quién los lidera ni de dónde provienen, menos aún quién corre con los gastos que genera cada una de sus apariciones, y lo que buscan parece una incógnita, a menos que sólo pretendan causar un verdaero caos en la ciudad.
Por ello mucha gente se pregunta: ¿a quién serviría que el DF se convirtiera en un infierno? No hay muchas respuestas. Quebrar la figura de Miguel Ángel Mancera, y con él la de la izquierda, parece indicar que alguien o algunos no están contentos con los gobiernos de izquierda en la capital, y que van por ella, por el corazón de México.
En el conflicto magisterial hallaron la fórmula para construir el caos que destruya a Mancera y su gobierno, y parece que esos jóvenes que van por la provocación no hacen más que favorecer esas pretensiones. Mucho cuidado deberán tener los mentores, y el propio gobierno, de los muchachos con la cara tapada, esos a los que se conoce como anarcopunks, el próximo miércoles, para evitar males mayores.
Ni un descuido, ni un solo parpadeo con los provocadores que asisten a la derecha; toda la vigilancia, todo el cuidado, de esa forma no habrá forma de acusar al movimiento magisterial de las barbaridades que señala la derecha. Así que ojo, mucho ojo con los embozados.
De pasadita
Luis González Placencia decidió retirarse de la contienda para la presidencia del ombudsman del Distrito Federal. El hecho lo lleva al lugar de privilegio que mantuvo durante la mayor parte de su gestión al frente de la organización en defensa de los derechos humanos. Confusión o no, con sus últimas declaraciones, sobre todo aquellas en las que justificaba el posible uso de la fuerza en contra de los maestros, se entendió que Luis pertenecía también a esos grupos que son capaces de sepultar los principios para permancer en el poder. Bien por González Placencia. Gente así se requiere para cambiar la política en México.