Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El lugar de los hechos
Élmer Mendoza
Mutis en la era
de los setenta
Javier Wimer
Kawabata y García Márquez: dos novelas habitadas por muchachas
Juan Manuel Roca
Paternidad y amistad: orfandades contemporáneas
Fabrizio Andreella
Entre cleptocracias
y cenicidios
Jochy Herrera entrevista
Con Luis Eduardo Aute
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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
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El ciego
Lo encontré en el estacionamiento de la Universidad, parado sobre el borde de una jardinera, con el bastón blanco en su mano derecha. Yo también estaba parado sobre el borde de la jardinera, pero en lugar de bastón tenía mi celular. Luego de unos segundos me detuve en él, que seguía en la misma posición, salvo que ahora la punta de su bastón se movía haciendo círculos. Círculos impacientes que casi rasgaban el concreto. Pensé en todo lo que podía yo hacer que él no y en todo lo que yo no podía hacer que él sí, y tal vez una de las cosas que él siempre lamentará de lo que puedo yo hacer es haber visto la expresión de felicidad de esa chica de pelo rubito que, desde el final de la calle, corrió desesperadamente en dirección nuestra, cruzó dando un salto por en medio de dos automóviles mal estacionados, continuó por un costado del parqueo de bicicletas, se detuvo con los brazos abiertos frente a él y lo abrazó fuertemente contra toda su humanidad, ocasionando con esto que su bastón se fuera de bruces contra mis pies, que también, como yo, lamentaron no haber sentido lo que él sintió. |