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A la Mitad del Foro

Donde lloran está el muerto

L

lueve, truena y relampaguea. El Zócalo es centro recolector de ayuda, de solidaridad con los que han perdido todo. Se reduce la dimensión de las marchas y las iniciativas de reformas pendientes se debaten en el Congreso. Pero no vuelven las aguas a su cauce. Y en la vasta zona del desastre que ha cobrado más de 100 vidas, derriba los muros de la simulación el diluvio que siguió a la alternancia para exhibir la desigualdad criminal, la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y la multiplicación de los marginados, cuyo aislamiento, miseria y hambre salen a flote entre el fango.

Y en las incesantes reuniones del presidente Enrique Peña Nieto con gobernadores y sus secretarios asignados a la atención de la urgencia, rescatar y poner a salvo a quienes vieron llegar las aguas desbordadas de los ríos, el rugido precursor del desgajamiento de los montes, la caída de los puentes y el ímpetu portentoso de las corrientes que arrasaron con sus casas y se llevaron los bienes muebles y semovientes de la supervivencia en la pobreza. De tantos que siguen aislados; de tantos otros que se niegan a ir a los refugios que ofrece el Estado, porque saben que vendrán otros a robarse lo que hayan dejado atrás. Ya hubo un asomo de veranillo. Un instante de transparencia en el alto Valle Metafísico de Alfonso Reyes. Pero no cede la tempestad.

Y empiezan las denuncias de quienes afirman que no se advirtió a tiempo a la población. Y el clamor que demanda castigar a quien resulte responsable. Todavía hay miles entre el lodo, aislados, con hambre y sed, a merced de las enfermedades que traen consigo las aguas contaminadas y las alimañas que emergen al estancarse las corrientes destructoras. Miguel Ángel Osorio Chong ha estado a cargo de las tareas de rescate. Es el funcionario responsable del plan de protección civil en los tres niveles de gobierno. El secretario de Gobernación se negó a entablar el debate estéril, pero llamó a gobernadores y presidentes municipales a confrontar documentos oficiales. Rechazó lo señalado por quienes dicen que no cumplieron: Estuvimos en comunicación informándole a cada autoridad, en cada región; hubo comunicación directa y llamados telefónicos con los funcionarios responsables de cada entidad.

No sorprende que Andrés Manuel López Obrador exija que el de Hidalgo pruebe sus dichos. Pero nadie explicó la ausencia de Luis Walton, presidente municipal de Acapulco, en la reunión más reciente. Con inexplicable sonrisa, Ángel Aguirre, gobernador que presume ya los millones de pesos que recibirá para iniciar la reconstrucción en el estado de Guerrero. Con la misma sonrisa que luce en la fotografía divulgada por las redes del emergente poder mediático, vector de verdades y de agravios anónimos. En mesa de políticos de la cosecha finisecular, al centro, con Rubén Figueroa Alcocer y René Juárez Cisneros a su lado. Aguirre, el mismo que sucedió en el gobierno al compadre de Ernesto Zedillo tras la matanza de Aguas Blancas. Ha vuelto a gobernar al diluirse las identidades ideológicas. Hoy es del PRD. Y sonríe para hacer gala de su gratitud con el que volvió a llevar al PRI a Los Pinos.

Y de su confianza en la impunidad invocada a nombre del pluralismo y de la viabilidad del Pacto, de los pactos como método ineludible de acuerdos que permitan cambiar para permanecer. Pero el diluvio no es castigo divino, ni escenario a modo para atribuir la tragedia a ignorancia de los pobres; para sostener que asientan sus viviendas al borde de barrancos, al filo del agua, en el lecho mismo de arroyos y ríos porque... son pobres. Ahí están, ahí han sobrevivido y padecido la furia de los desastres naturales, por obra de los terratenientes de la modernidad global, de libre comercio y regulación ausente, o sujeta al arreglo con el funcionario responsable del uso del suelo, de legitimar fraccionamientos y viviendas en tierras de humedades, como las de Ciudad Colosio y colonias vecinas de Acapulco Diamante. No están en Punta Diamante, lujo para ricos muy ricos. Pero a Diego Fernández de Cevallos le van a pasar la cuenta. Y tendrá que deslindar lo suyo y deslindarse de la presunta responsabilidad.

Porque empeñado en atender a los damnificados, a los marginados de siempre, Enrique Peña Nieto topó con la corrupción expuesta por la destrucción. Y no parece dispuesto el titular del Poder Ejecutivo de la Unión a cargar con esos muertos; a esperar que la oposición que tomó las calles, que ya pide una consulta popular sobre la reforma energética todavía no votada en el Congreso, se suba a los restos flotantes de la desgracia para acusar a su gobierno. O de cerrar los ojos para que los plutócratas no se sientan perseguidos. En Acapulco, ofreció Peña Nieto sancionar a quienes otorgaron esos permisos en zonas de alto riesgo: Que realicen las investigaciones y se deslinden responsabilidades que competan al ámbito local. El gobierno de la República hará las propias investigaciones de aquellas afectaciones o permisos otorgados sobre zonas federales que fueron otorgados indebidamente.

Lo de Acapulco está claro como el lodo. Dos terceras partes de la República han padecido la desgracia natural y la República entera padece las consecuencias de usos de suelo otorgados o alterados por el cohecho, la complicidad criminal de funcionarios y capitalistas del sector privado. En el llano y en la montaña, los campesinos han sido desposeídos de la tierra que les dio la reforma agraria; la mayoría se aferra a la propiedad social y se niega a vender su parcela o tierra comunal. Pero el poder del dinero y la complicidad de quienes detentan poderes públicos, con el apoyo de la fuerza de las armas, caciquiles y de guardias blancas, han empujado al desierto y a las serranías erosionadas a los pobres entre los pobres.

Con ellos se comprometió el presidente Peña Nieto. Y, sobre todo, con el imperio de la ley. Con el estado de derecho invocado como garantía para el capital extranjero. De la cosecha de Paul Krugman tomé lo escrito líneas arriba sobre plutócratas que se dicen perseguidos. El premio Nobel se refería a las inconcebibles quejas de quienes quebraron bancos y aseguradoras; rescatados con dinero del gobierno, del Estado de todos tan temido, siguieron cobrando miles de millones de dólares en bonos después de la caída. Esos ataques son iguales a los linchamientos de afroamericanos el siglo pasado, escribió uno de estos plutócratas. Y aquí ya se oyen los lamentos de los beneficiarios de las crisis recurrentes y los rescates; de las privatizaciones, los sistemas fiscales de excepción y los subsidios a los de la cúpula y la concentración de capitales.

Para colmo de males, las izquierdas se suman a las quejas patronales por el aumento de impuestos, el abandono del sacrosanto cero déficit fiscal; y por endeudar al país. Claro como el lodo. Con razón aceptó Luis Videgaray la catilinaria de Ernesto Cordero en el Senado. Compañeros de banca en el ITAM, cofrades del neoliberalismo. Cordero es mi amigo, lo admiro; no habló el economista, sino el político, diría Luis Videgaray más tarde. El funcionario Videgaray es economista. El político Cordero es actuario.

Y que me perdonen los que lloran sus pérdidas en el diluvio, pero en la confusión de sentimientos de los actores de las reformas estructurales, en las quejas y lamentos de los dueños del 99 por ciento de la riqueza del país, con la izquierda como extraño compañero de lecho, hay ecos de la frase reveladora: ¡Donde lloran está el muerto!