Creación y depresión
n comentario relacionado con la pasada entrega, de la lectora Mercedes, se preguntaba (y no sé cuál era la pista” que tal pudiera sugerir) si quien esto escribe se sentía triste. Respondo remitiéndola a una dirección electrónica, donde de ello se habla, se habló. Aquella colaboración, que intenta distinguir entre depresión y tristeza, optando naturalmente por esta última, tal vez describe mi sentimiento actual, ahora del lado menos favorable. ¿Y qué derecho tendré yo de ocuparme aquí, así sea como de paso, de algo tan personal, cuando tanto asunto importante nos zarandea de un lado para otro? No considero decirlo por llana comodidad: una necesidad del individuo que no experimento como tan sólo mía. La depresión es una enfermedad que avanza, y que me late (el lenguaje de la cotidianeidad es a veces justo) tiende al contagio. Alguna vez se habló de desencanto, ya estamos muy lejos de eso. Podría aludirse a la desilusión, bueno fuera. Siento en el aire la certeza inconmovible de lo que, si no entendí mal, José Emilio Pacheco, nombró horror. Con mayor o menor conciencia –tengo esa sensación, no lo aseguro– todos vivimos por algo horrorizados. Y aquí no estoy recurriendo al valor cotidiano, semivulgar, de escándalo, que se le da a esa palabra, sino de la firme intuición, llamémosle así, de que algo está podrido en Dinamarca
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Mi discurrir se va, lo advierto, hacia donde no me lo propongo. Pero atajemos eso, si se puede, y preguntémonos la pregunta que en todo tiempo de crisis suele preguntarse (solita, irremediablemente, se hace presente). ¿La poesía, el arte, para qué?, ¿con qué sentido? Desde luego mi respuesta tenderá, como la de todo aquel que se haya dedicado a un oficio que forma desde la sensibilidad, a decir (volvamos a lo cotidiano) que esa pregunta ni se pregunta. Desde la serenidad o la ansiedad tenemos la respuesta: el arte, que no sirve para nada, para algo sirve, y de eso la humanidad ha estado convencida siempre. Y los malos tiempos tienden a ser buenos tiempos para la creatividad. Los tiempos de miseria tienden a convocar lo mejor del lenguaje simbólico formalmente trabajado en obra, la sensibilidad de los individuos (el arte siempre es subjetivo) concretizada, materializada en lenguaje (el arte siempre es objetivo), y finalmente en sprite de l’époque. Todo esto porque me cuestionaba qué sentido tendría –es algo personal, insisto– seguir dando talleres de escritura, sobre todo de poesía (ya casi no doy, conste). Bueno, todavía no lo sé, pero sí tiene sentido escribir(la).