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Fuerzas destructivas de la sociedad y la naturaleza
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Las lluvias torrenciales causadas por Manuel ocasionaron el deslave del cerro, que sepultó gran parte de La Pintada, en GuerreroFoto Reuters
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n los medios académicos y científicos ha quedado claro desde hace varios años que los fenómenos naturales como los huracanes o los sismos no son los causantes de las tragedias, sino las condiciones de vulnerabilidad que creamos ante ellos. Lo anterior significa que la pérdida de vidas humanas y los cuantiosos daños materiales consecutivos a los huracanes y las tormentas tropicales, como Ingrid y Manuel, dependen de factores que no son el fenómeno en sí, pues los responsables somos de alguna forma nosotros mismos como sociedad. De este modo, estamos ante dos fuerzas, las de la naturaleza y las de la organización social, las cuales, al conjuntarse de un modo perverso, pueden ser terriblemente destructivas.

Sobre Ingrid y Manuel vistos como fenómenos naturales hay varias reflexiones que pueden hacerse. Todos sabemos que cada año se presentan huracanes y tormentas de distintas magnitudes. Sabemos además que se seguirán presentando, este mismo año, y los que vienen. La primera conclusión entonces es que es que no se trata de una sorpresa.

Ha surgido una pregunta muy interesante sobre si la intensidad o características que adoptan los huracanes y las tormentas en la actualidad son una consecuencia directa del cambio climático. Para Mario Molina, premio Nobel de química, no se puede decir que Manuel e Ingrid hayan sido provocados directamente por el cambio climático, aunque sugiere que la intensidad de estos fenómenos si puede estar asociada con este cambio, de acuerdo con la nota de Ana Langner publicada el 20 de septiembre en El Economista.

Para otros expertos como Víctor Magaña Rueda, investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuya palabras se publican en estas páginas, la magnitud de un huracán o una tormenta medida por la escala Saffir-Simpson no considera necesariamente las condiciones en las que cada país es más vulnerable, pues en el caso de México, más que la velocidad de los vientos y el oleaje, lo que provoca daños son las lluvias. Así, un huracán de categoría uno puede ser más nocivo por las lluvias asociadas a él que uno de categoría cuatro.

Magaña pone el énfasis en las condiciones de vulnerabilidad. Estas consisten en varios factores, como el origen y tipo de evento, la geografía de la zona afectada, las características de las estructuras existentes, la salud del ecosistema y el grado de preparación (de la población, las comunidades y los gobiernos). Como puede verse estos factores incluyen aspectos económicos, sociales y políticos.

En México adoptamos como política una actitud reactiva y muy poco hacemos en materia de prevención, lo cual es muy grave si, como se señaló arriba, los huracanes no ocurren de manera sorpresiva.

Desde luego se puede decir que en las universidades y centros de investigación contamos con especialistas que realizan estudios sobre vulnerabilidad, también que tenemos instituciones como el Centro Nacional de Prevención de Desastres. Todo esto es cierto, pero también lo es que a nuestros especialistas no se les toma en cuenta ni se les hace caso cuando advierten sobre riesgos de tragedias que son inminentes. No se destinan recursos suficientes para la investigación científica en este campo ni para la operación de las instancias encargadas de la prevención que les permitan realizar sus tareas con eficiencia.

Aunque los especialistas no lo dicen directamente, en mi opinión, una de las fuerzas más destructivas que los propios huracanes es la corrupción, pues amplía irracionalmente las condiciones de vulnerabilidad ante los fenómenos naturales.