Carlos Arruza V
trabajar…
Los hermanos deseaban poder volver a charlar con los toreros de postín y por ello iban a los cafés de Bolívar, pero nada conseguían. Como el hermano mayor, Pepe, había concluido sus estudios, Carlos y Manolo fueron llamados a cuentas
por sus padres que les dijeron que debían ponerse a chambear
, lo que hicieron ayudando a su madre en la tienda, entregando pedidos a domicilio y yendo a adquirir telas. Poco después, su padre abrió otra sastrería y en sus ratos libres comenzó a enseñarles el oficio, pensando que de esa forma se olvidarían de torear.
Pero…
Los aprendices de sastre seguían acudiendo en las mañanas a la escuela de Samuel Solís y por las tardes cortaban casimires y estaban pendientes de lo que su madre necesitara.
En la sastrería no daban una
, la tijera no se les daba ya que tenían la cabeza ocupada por el toreo y el papá, convencido, los llamó y les dijo en lo que escojan, procuren siempre ser los mejores
.
–Sí, papá, tienes razón y, como dices, seremos figuras o nada.
Junto a la sastrería de don José, dos abogados que eran socios del bufete, socios se hicieron para que los hermanos Arruza se presentaran en calidad de novilleros en la plaza El Toreo, lo cual tuvo lugar el 6 de enero de 1935, actuando como sobresaliente Javier Cerrillo.
Y doña Cristina a sufrir de nuevo.
Nuestro biografiado tuvo el santo de frente; toda la tarde fueron ovaciones y olés y más cuando, en base a nutrida petición popular, le entregaron su primera oreja en México. Cuando su padre y el maestro Solís lo felicitaron por su actuación andaba ya por las nubes.
A esperar un mes.
El 5 de febrero repitieron los hermanos y ambos triunfaron en grande y Carlos recordaba que a sus 15 años, y por sugerencia del maestro Solís, puso un pañuelo en los medios para clavar una sensacional par al quiebro que provocó un delirio en los tendidos, en tanto que Manolo también alborotaba el gallinero al torear de muleta y mucho más cuando despachó a sus novillos con dos señores estoconazos, que le hubieran firmado matadores de renombre. A oreja por piocha salieron y el padre que lloraba de emoción mientras el maestro parecía estar hipnotizado.
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Aquel brindis…
Los hermanos cuando no toreaban acudían todos los domingos a El Toreo, vestidos de corto, suponemos que para hacerse notar, pero lo que nunca imaginaron fue que un señor matador de toros les brindaría un toro.
¿Quién?
Nada más y nada menos que don Jesús Solórzano Dávalos El Rey del Temple, que se remontó a las alturas, con un faenón de aquellos con el sello de la casa, cortando orejas y rabo, culminando todo con nutrida y entusiasta salida en hombros.
Que gran torero fue.
Manolo y Carlos se informaron del domicilio del moreliano y fueron a verlo para agradecerle el brindis y, con sólo llegar, se impresionaron al ver la cantidad de amigos, partidarios y seguidores que felicitaban a Chucho y al salir, los dos se preguntaban si alguna vez podrían vivir algo semejante, sin imaginar que, con el tiempo, Jesús y Carlos llegarían a ser grandes amigos.
Cosas de la vida.
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Una gran decisión.
Pronto los llamaron para ir a torear a la antigua plaza El Paseo de Puebla donde actuaron nueve domingos consecutivos, llenando el coso con repetidos y sonados éxitos. Fue entonces que se decidió que los Arruza torearan por separado, ya como novilleros y no como hermanos becerristas.
Al terminar la temporada formal, arrancaron
las novilladas en El Toreo, pero, tal y como es lógico, una cosa son los becerros, otra los novillos y otra los toros, y si sumamos que los hermanos habían dejado atrás las becerradas para pisar los umbrales de la novillería, y que no eran ya niños sino jóvenes, ya no alcanzaban los sonados triunfos de sus inicios.
Además, estaban ya muy vistos por tanto haber toreado en provincia; ya no interesaban mayormente, así que la desilusión los traía por la calle de la amargura, por lo que su padre decidió jugarse todo por el todo y que lo mejor sería probar suerte en España. Carlos y Manolo apenas podían creerlo, pero, sí, a España se fueron el padre, la madre y los dos retoños.
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Sí, molón, sí.
Cortamos
(AAB)