Sábado 21 de septiembre de 2013, p. a16
La soprano rusa Anna Netrebko cumplió 42 años el pasado miércoles.
En la prosa poética y profunda del escritor y músico francés Pascal Quignard (uno de esos autores que merecen el Nobel de Literatura pero tal cosa no sucederá, si observamos los criterios de los académicos suecos), está documentada de manera muy hermosa la metamorfosis de la voz del niño Saint-Colombe, quien al arribar a la adolescencia perdió la condición de ángel en su aparato fonador; tal tragedia, el cambio de voz de niño a adolescente que frustró su carrera como cantante y que Pascal Quignard embellece con metáforas fascinantes a propósito de la sexualidad de los batracios, dio como resultado y bien a la humanidad al extraordinario ejecutante de la viola da gamba, instrumento en el que volcó sus capacidades angélicas Monsieur de Saint-Colombe, que muchos recordarán por el bello filme Toutes les matins du Monde.
En el caso de la hermosa Anna, que nos ocupa, no hay tragedia sino uno de los acondicionamientos que acostumbran los cantantes de ópera en el transcurso del tiempo vital de sus carreras: adecuar su tesitura a los cambios orgánicos, paso trascendental y delicado, pues una decisión tomada a destiempo o sin el entrenamiento adecuado, puede provocar cambios de rumbo semejantes a los del personaje de Pascal Quignard.
El hecho es que en el nuevo disco de Anna Netrebko, titulado de forma contundente VERDI, sucede tal cambio de rango canoro y por ende la consabida incursión a territorios vírgenes.
La cúspide actual de la Netrebko está en su condición de soprano lírica. Su tránsito la conduce hacia la tesitura de soprano dramática, si bien, como apunta el especialista Roger Pines, la idea que se tiene de lo que es una soprano verdiana
es la de una verdadera soprano spinto (es decir: una soprano lírica con fuerza en el centro de su registro canoro y una tonalidad oscura), suspendida en el aire entre una soprano lírica pesada
y una soprano dramática, de acuerdo con las características musicales con las cuales armó Verdi a las heroínas que pueblan el nuevo disco de Netrebko: Giovana, Leonora y Elisabetta di Valois.
El disco inicia con Anna en el papel de la mismísima Lady Macbeth, quien pronuncia palabras terribles, nacidas de la pluma de don Memito Shakespeare y puestas en música por don Pepe Verdi, de quien este año el planeta festeja el bicentenario de su nacimiento, por igual que también celebramos el bicentenario de Richard Wagner. Por cierto, el inminente Festival Cervantino ha anunciado un programa de actividades que pondrán a “Verdi versus Wagner”, confrontación que a humilde juicio del Disquero, es innecesaria, peregrina e inviable, pues amantes de la ópera verdianos como wagneritas nos llevamos de a cuartos, sin necesidad de levantar la mano de campeón a uno solo de ellos, amo absoluto el italiano del esplendor lírico y revolucionario del arte total el germano.
El nuevo disco de Anna Netrebko, por lo pronto, es un bello homenaje a Giuseppe Verdi. Hay momentos de asombro, intensidad y amenidad a lo largo de todos los cortes: a los fragmentos de la ópera Macbeth siguen en el disco dos episodios del acto primero de Giovanna d’Arco; dos de I Vespri Siciliani; uno de Don Carlo; para concluir con cuatro pasajes de Il Trovatore, en el primero de los cuales interviene el tenor mexicano Rolando Villazón, antigua pareja artística de la Netrebko, justo hicieron historia con La traviata.
Tenemos, pues, una nueva lectura de la obra de Verdi que te quiero Verdi, en pleno bicentenario.
¡Y que Viva Verdiiiiiii!