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“Apague la luz y escuche” La radio. Las costumbres de las sociedades serán seguramente metamorfoseadas por este mecanismo que establece una comunicación directa entre las almas, con todas sus consecuencias. Para muchos mexicanos la radio fue el perfecto acompañante sonoro de momentos entrañables. Los más jóvenes nacieron en línea y con el celular en el pañal, pero para los mayores la nostalgia está hecha también de lo que escuchábamos en la cajita parlante que alguna vez fue de madera y después de baquelita. Y los referentes hertzianos de cada quien balconean los años que ha vivido: si en la radio sólo oyes a Carmen Aristegui, porque quieres tener opinión y leer periódicos es de hueva, sin duda estás tierno; si tu abundante información sobre el viejo rock en español sale de que escuchabas Guaraches de ante azul, con Federico Arana, en Radio Educación, aún eres joven; en cambio, si de chico oías rock de por acá en Radio 6.20, no te hagas, ya llegaste a los 60; pero si te acuerdas del Doctor IQ, cediste alguna vez al perentorio conjuro de Arturo de Córdova: “Apague la luz y escuche”, admiraste sin conocerlos a Carlos Monsiváis y José Antonio Alcaraz, cuando eran Niños Catedráticos… es que coqueteas con los 70; ahora que si eres de los que se aprendían los cuentos del Tío Polito que pasaban en la XEW, “La voz de América Latina desde México”, de plano andas por los 80… Y así. Pero la radio no sólo fue el sound track de nuestras vidas. Fue, y es, un terreno de lucha por la conciencia ciudadana, un ámbito de confrontación ideológica y política más importante de lo que a primera vista parece. Shell, Texaco, Halliburton, Chevron y otras trasnacionales quieren que Peña Nieto les privatice Pemex para quedarse con nuestra renta petrolera. Muchos no estamos de acuerdo. Y con el profundo diferendo nacional se reanuda un combate histórico cuya primer round lo ganó México en 1938, gracias al fulminante gancho al hígado que fue la expropiación petrolera operada por el presidente Cárdenas y apoyada por todo el pueblo. Esto es asunto sabido. No lo es tanto que la voluntad imperial de Estados Unidos por apropiarse de nosotros y de lo nuestro, que tuvo un importante tropiezo a fines de los 30’s del pasado siglo con el gobierno nacionalista del general, se reanudó con fuerza en los primeros 40’s cuando gobernaba Ávila Camacho. Y uno de sus escenarios más importantes fue la radiodifusión mexicana. Desde sus pasos iniciales, la radio de por acá estuvo sometida al influjo de la potencia del norte. En el arranque de los años 20’s del pasado siglo los primeros radioescuchas sintonizaban señales estadounidenses, como las de la radiodifusora pionera KDKA, que nos llegaban bien por la escasa competencia de otros emisores. Desde 1923 comenzaron a establecerse radios mexicanas, pero en los 30’s cruzaron la frontera difusoras gringas que de esta manera buscaban evadir las leyes de su país de origen. La CYB, luego XEB, de la tabacalera El Buen Tono, y la CYX, de los editores de El Universal Ilustrado, son radios precursoras, pero la más impetuosa fue la XEW, fundada en 1930 por Emilio Azcárraga Vidaurreta, a la que en 1938 se sumó la XEQ, del mismo propietario. Y “la dobleu” como la “cu” hacían eco de los valores, formatos y en parte de los gustos musicales del país vecino. Preocupado por la pérdida de identidad implícita en el agringamiento de los incipientes medios electrónicos de comunicación, Francisco Mújica, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del presidente Cárdenas, trató de convencer al general de que nacionalizara la radio, adoptando el modelo británico. Su plan no prosperó. Pero lo ocurrido poco tiempo después dejó claro que Mújica no estaba tan equivocado, pues en los 40’s y con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo, nuestra radiofonía fue escenario del combate entre la propaganda de El Eje, impulsada por Alemania, y la postura de los Aliados, promovida principalmente por Estados Unidos. Más allá de que la causa de la humanidad estaba en la lucha contra el fascismo, y por tanto con los Aliados, el hecho es que en esta coyuntura los gringos consolidaron su control sobre nuestra radiodifusión. En 1940, a punto de incorporarse Estados Unidos a la contienda bélica, el gobierno de Roosevelt creó un Comité Coordinador de la Oficina de Asuntos Interamericanos, encargado de la propaganda en el continente, cuya sede principal estaba en México. Al frente puso a Nelson Rockefeller, quien, por medio de Herbert Cerwin, su representante en nuestro país, tendió sus redes sobre todos los medios de comunicación mexicanos y en particular sobre la radiodifusión que, con cerca de un millón de receptores, era indispensable para acceder a un pueblo que en su 50 por ciento no sabía leer ni escribir. En 1938 la Standard Oil, de John Davison Rockefeller, había sido expulsada de México y en los primeros 40’s aún se debatía sobre los términos de la indemnización y las petroleras mantenían la esperanza de que Ávila Camacho revirtiera el decreto expropiatorio. Pero por los mismos años Nelson, nieto de John Davison y petrolero él mismo, fue el encargado de extender el imperialismo cultural estadounidense sobre México y sobre todo el continente. Entre los 30’s y los 40’s, entre Cárdenas y Ávila Camacho, salió de nuestro país un Rockefeller y entró otro. Y el segundo se ubicó en los medios electrónicos de comunicación masiva, un sector a la postre tan estratégico como el de los energéticos. Respaldadas primero por la oficina para la propaganda estadounidense que encabezaba Rockefeller, y más tarde por la American Association, en la que militaron gigantes como America Smelting, General Motors, General Electric, National City Bank, Coca Cola y otros, las grandes radiodifusoras de Azcárraga establecieron primero cadenas nacionales y luego latinoamericanas asociándose con la NBC y la CBS. Así la XEW devine “La voz de América Latina desde México”, una voz que en muchos sentidos es la traducción al castellano de “la voz del amo”, del modelo cultural y el enfoque político impuestos por los estadounidenses. En 1950 a la radio se sumó la televisión, siguiendo el trasnacional modelo de la XEQ y la XEW, que encarnó en la estirpe de los Azcárraga, dueños primero del canal 2 y desde 1973 de Televisa. Para el tercer milenio los medios electrónicos devinieron uno de los mayores poderes fácticos de México y cuando el decreto expropiatorio de Cárdenas está a punto de revertirse y las herederas de la Standard Oil pretenden regresar por sus fueros, las televisoras y radiodifusoras defienden la reforma privatizante impulsada por el presidente Peña Nieto. La apuesta del imperialismo estadounidense por el control de las conciencias mediante el control de los medios de comunicación masiva está resultando ganadora. En su tumba Nelson Rockefeller, hijo y nieto de empresarios petroleros, debe estar satisfecho; Emilio Azcárraga, hijo y nieto de dueños de medios electrónicos, sin duda lo está. La batalla no ha terminado y hoy a la lucha por los medios de comunicación masiva se ha incorporado la alternativa de la comunicación por la red. Pero la vieja y entrañable radiofonía es aún vigente y en las últimas décadas devino un valioso recurso cultural y político que las comunidades indígenas emplean con prestancia. En los 60’s el Instituto Nacional Indigenista impulsó el empleo de frecuencias radiales para transmitir entre los pueblos autóctonos, y en 1965 se estableció en la huasteca la primera radiodifusora indígena independiente: Radio Huayacocotla que está por cumplir medio siglo. La radio vive, la lucha sigue.
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