e vuelto a ver Carrie, la película de Brian de Palma filmada en los setenta cuando era aún un joven cineasta y sus películas eran buenas. En realidad verifico que a pesar del tiempo transcurrido Carrie sigue siendo un filme muy visible.
A Brian de Palma le obsesionaba la sangre, como también le obsesionaba al gran historiador decimonónico Jules Michelet, quien en su libro La bruja (La sorcière) enaltece a la mujer, para él figura frágil, pero potente, poseedora de una fotogenia singular, la de la sangre
, según palabras de Roland Barthes en sus Ensayos críticos publicados en forma de libro en 1964. Y Barthes agrega: “...lo que conmueve a Michelet en la mujer es lo que oculta; no la desnudez (lo cual sería un tema banal) sino la función sanguínea, que hace a la Mujer ritmada como la Naturaleza (como el Océano, sometido también al ritmo lunar).
Michelet, vuelve a escribir Barthes, espía a su mujer; el derecho y la alegría del marido es llegar a ese secreto de naturaleza, poseer por fin en ella, gracias a esa confidencia inaudita, una mediadora entre el hombre y el Universo)
Barthes maneja todavía esa noción que implica que decir Hombre significa humano y que fuera de esa humanidad estaría la Mujer, como un ser aparte. Michelet, continúa Barthes dista mucho de haber interpretado a la Bruja como un Otro, no ha hecho de ella la figura sagrada de lo Singular, como el romanticismo ha podido concebir al Poeta o al Mago; su Bruja... no está socialmente sola, toda una colectividad se vincula a ella, se sirve de ella...
Obsesión no sólo privativa del historiador y de Barthes sino también de otro escritor decimonónico, Jules Barbey d’Aurevilly, quien a su vez espía a las mujeres y logra exhibir su secreto de manera flagrante en el rostro para siempre enrojecido de la protagonista de su novela La embrujada.
De Palma es asimismo un voyeurista: Su película Carrie empieza con una secuencia de gran violencia erótica y con el primer grito de la protagonista que aparece bañándose en una sala de baño común donde varias colegialas se asean después de la clase obligatoria de deportes, tan característica de las secundarias del país vecino. Los cuerpos desnudos se advierten entre una bruma vaporosa; Carrie descubre de pronto que entre sus piernas escurre la sangre: sus compañeras festinan la ignorancia que la joven tiene de la sexualidad y actúan con violencia: la obligan a ocultar ese derramamiento de sangre, mediante los productos higiénicos que nuestra sociedad de consumo produce en serie. Carrie es la víctima propiciatoria de la comunidad escolar, objeto de vejámenes y burlas: ahora lo llamaríamos bullying. Aquí se unen de manera indisoluble la desnudez –lo erótico visible según la expresión de Barthes– y lo tradicionalmente invisible: aquello que en general las mujeres ocultan, su sangre menstrual.
He retomado unos breves fragmentos de un texto mío escrito hace años, los gloso o los transcribo entrecomillados: De víctima propiciatoria, de ser la oveja que se sacrificaba en el altar y cuya sangre corría espesa y negra para purificar a los demás, la joven se convierte en la bruja, la figura vengadora, gracias a esa mezcla de sangres, la propia y la del animal impuro
. La película cierra con otra agresión, otro bullying (palabra que me choca pero que suplanta a la palabra acoso). Carrie recibe el día de su graduación un baño de sangre de cerdo. La higiene, la blancura la eficacia frente a lo húmedo, lo viscoso, lo inferior. En el baño Carrie despierta a la sexualidad y a la brujería también
. Las correspondencias son múltiples y se marcan por los signos: las sangres periódicas, los ciclos femeninos que asimilan a la mujer con la naturaleza y que la sociedad tecnificada ha reducido a simples excrecencias anunciadas con descaro, parecen expurgarse con la higiene. Y sin embargo resurgen: la feminidad pasiva de la víctima hubiese podido ser positiva pero el acoso salvaje de la sociedad la convierte en potencia destructiva.
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