uentes fundamentales de información son los archivos históricos. En México hay varios que son reconocidos como los más importantes de América en su género, sin embargo, muy pocos han sido reconocidos por la Unesco como Memoria del mundo. Hace unos meses recibió ese reconocimiento el Archivo Histórico del Colegio de San Ignacio de Loyola, mejor conocido como las Vizcaínas.
Sin duda a ello contribuyó la labor de su directora Ana Rita Valero de García Lascuraín, apasionada historiadora. Ella continuó la labor que inició hace varias décadas Josefina Muriel, esa notable investigadora que nos legó una vasta obra sobre los conventos de monjas, los colegios, los recogimientos de mujeres y los hospitales de la Nueva España.
En manos de Ana Rita, el archivo fue modernizado y ahora permite la consulta a los investigadores. Actualmente se conoce con precisión su rico acervo, que incluye además de los fondos propios, los del que fuese conocido como Colegio de Niñas, los del Recogimiento de Belén, los de la Congregación del Divino Salvador del Mundo y Buena Muerte, de la Archicofradía del Santísimo Sacramento y Caridad y la Cofradía de Nuestra Señora de Aranzazú, a la que pertenecieron los vascos fundadores y que mantenía la bella capilla dedicada a esa virgen, que se encontraba en el convento de San Francisco. Otro de los tesoros del archivo es la sección de música, que alberga partituras de gran valor, que van del siglo XVI al XX.
Las Vizcaínas guarda esos fondos conventuales gracias a la visión que tuvieron los vascos que lo crearon a mediados del siglo XVIII: Francisco de Echeveste, Manuel de Aldaco y Ambrosio de Meave, cuyos apellidos, merecidamente, nombran las calles que rodean el imponente inmueble, muestra de la más bella arquitectura barroca.
Ellos se empeñaron en que la institución fuera laica y autónoma, algo impensable en esa época. Esto la salvó de desaparecer cuando le quitaron los bienes a la Iglesia, tras la aplicación de las leyes de Exclaustración. Al ser prácticamente el único colegio de niñas que permaneció, le fueron entregados archivos y obras de arte de otras escuelas de religiosas.
Todo este rico acervo ha sido conservado a través de los siglos, al igual que ha continuado prestando sus servicios como institución educativa. En algunas épocas con magníficos resultados y en otras a la baja, pero ininterrumpidamente. Como mencionamos hace un tiempo ahora está en uno de sus mejores momentos, con un patronato de vascos dignos herederos de los fundadores, quienes se han preocupado por restaurar el soberbio edificio, sin duda uno de los más hermosos de la ciudad, y de elevar el nivel educativo, función primordial para la que fue creado.
No hay que olvidar la hermosa capilla con sus extraordinarios retablos que realizó el notable dorador y ensamblador Joaquín de Sallagos. Otro sitio de deleite es la antigua capellanía; solía ser una construcción separada para que los capellanes no tuvieran ningún acercamiento físico con las mujeres del colegio. Aquí se encuentra el museo, que muestra cuadros de varios de los mejores pintores virreinales, como Juan Correa, Cristóbal de Villalpando y José de Ibarra; el cuarto del tesoro
luce en bien resguardada vitrina: custodias, copones, candelabros y demás objetos de culto, labrados en plata, que heredaron de los colegios de religiosas que mencionamos.
Del propio colegio hay una colección soberbia de bordados, que era una de las actividades que realizaban las pupilas y que tenían fama por su finura y belleza; lucen cuidadosamente enmarcados y en un enorme mueble-vitrina que muestra una amplia variedad.
Y ya que estamos a un par de cuadras de la calle de Uruguay, vamos al No 3, donde se encuentra el restaurante El Danubio. Tiene menú del día, sabroso y económico, o la carta con lujillos gastronómicos como la sopa verde de mariscos, los langostinos al mojo de ajo o las manos de cangrejo moro. De postre, ya sabe, un pastel de La Vasca.