n el ambiente energético
uno se pregunta por qué la iniciativa gubernamental de reforma energética, que conduce a cambios constitucionales, no se restringe a la industria petrolera. Incluye la eléctrica.
No hay diagnósticos claros de por medio. Ni en el caso de la industria petrolera –la integral–, que incluye tanto las actividades aguas arriba de exploración y producción –upstream– como aguas abajo de refinación –el famoso downstre- am– y a la que se agrega la petroquímica para hablar unitariamente del petróleo y su química.
Menos aún en el de la industria eléctrica, que inicia con la generación, pasa por el control, la transmisión y concluye con distribución y comercialización. La exposición de motivos no es, ni con mucho, un diagnóstico. Pero suponiéndolo, la demagógica campaña publicitaria que inunda los medios niega cualquier valor a dicho diagnóstico. Primordialmente por la casuística que presenta y las promesas que formula, claro ejemplo no sólo de falta de rigor técnico, sino aun de honestidad intelectual. La discusión pública se ha centrado en la industria petrolera. No en balde es responsable del principal ingreso fiscal, sin regateo y sin conflicto.
Sí, desde 1977 se trata del maná fiscal
, venido no del cielo, sino del subsuelo que hoy –de forma inexplicable– se quiere compartir. Aunque no del todo, si vemos rejuegos cotidianos instaurados por los personeros gubernamentales. Ora encargados de secretarias y organismos públicos. Ora miembros privilegiados de consejos de administración de empresas privadas, en los mismos ámbitos en los que fueron funcionarios públicos. Es la realpolitik de hoy. No profundicemos en esto, al menos hoy. Y advirtamos sobre la superficialidad y falta de contexto de la propuesta gubernamental para el cambio en electricidad.
En no más de cuatro cuartillas se diagnostica con trivialidad soberana la situación. Menos porque sean falsos los planteamientos. Más por dificultad para explicar en su contexto y desde su raíz dichos planteamientos que, sólo en cierto sentido, explican la llamada pobreza energética
de buena parte de la población (documento de Reforma Energética dixit, pp. 16 a 26). ¿A qué planteamientos me refiero? A cinco fundamentales: 1) finanzas endebles de la empresa eléctrica; 2) tarifas sin competitividad internacional; 3) apertura limitada a empresas privadas que, no obstante dicha limitación, ha permitido tarifas menores para sus clientes (sic); 4) matriz energética de la empresa eléctrica poco limpia y diversificada; 5) red de transmisión vieja y con pérdidas importantes, incluidas las de su complemento, la red de distribución. Insisto en que sin ser falsos –al menos del todo– estos planteamientos (aunque hay formulaciones muy limitadas, como en el caso de las tarifas) no agotan –de veras que no– el diagnóstico de la industria. Respondamos por partes dos preguntas: 1) ¿Con qué elementos debiera completarse o de qué manera debieran reformularse algunos de ellos?; 2) ¿A qué nos obligaría explicarlos no sólo en su contexto, sino de raíz e, incluso, desde su origen? Permítaseme en esta nota, empezar a sugerir algunos de esos elementos que, en mi opinión, le faltan al diagnóstico. Asimismo, algunas reformulaciones obligadas para enfrentar con mayor objetividad y honestidad intelectual la situación actual de la industria eléctrica.
Los dos primeros aspectos del diagnóstico oficial –finanzas endeles y tarifas poco competitivas– nos remiten a otro que sólo tangencial y muy superficialmente es abordado en el diagnóstico oficial: el de los costos. ¿Cómo son los costos de producción de electricidad en México? Y si son bajos, altos o muy altos, ¿por qué son así? ¿Qué juicio se puede hacer y qué explicación nos merece la evolución histórica y la participación de cada componente de los costos? Y es que la evolución y el peso de los costos por servicios personales, combustibles y energía comprada, mantenimiento y servicios generales, materiales de mantenimiento y consumo, impuestos y derechos, costos de obligaciones laborales, depreciación, indirectos de oficinas nacionales, aprovechamiento y costo financiero tienen una lógica y una explicación muy precisas que deben ser analizadas con detenimiento para explicar por qué, si es el caso, las finanzas son endebles y las tarifas, también si es el caso, son altas en relación con otros países. Esto último, por cierto, no es sencillo resolver con el petate de los promedios. Extraña que el gobierno ni siquiera haya consultado el propio diagnóstico de costos elaborado en 2008 por la Secretaría de Energía (Sener, Estudios sobre tarifas eléctricas y costos de suministro, junio de 2008). Y, a partir de ahí, indicar los lineamientos que, según su opinión, podrían solucionar los problemas que se descubren ahí, precisamente ahí, en los costos de producción del fluido eléctrico en este país. La solución la darán, en uno y otro casos, los trabajadores, técnicos, directivos de la industria. Nadie más. El Congreso no puede legislar sin antes analizar este aspecto central de costos del suministro, so riesgo de dar una solución maximalista falsa, en este caso el nuevo esquema de creación de un mercado llamado competitivo, que por sí mismo no resolverá algunos de los problemas fundamentales implicados en la estructura y la dinámica de costos de producción de electricidad.
Hecho esto, pero nunca antes, debieran analizarse las revisiones que sobre este aspecto central –el de costos del suministro– se hacen hoy en el mundo para enfrentar los tres retos que tiene toda la industria eléctrica: seguridad y confiabilidad de suministro, eficiencia, economía y competitividad, y alta sostenibilidad y limpieza.
Ah, por cierto, a este respecto y muchos otros, en Francia se abrió un proceso de un año de discusión sobre la transición energética
. Y en el Reino Unido llevan no menos de dos años revisando su industria. En ambos casos de frente a los retos del futuro. Ya los comentaremos. De veras.