onfieso que me ha afectado profundamente saber del fallecimiento de Santiago Genovés. Nos conocimos desde siempre, en una época en la que Santiago estudiaba, si no recuerdo mal, en la Academia Hispano Mexicana, que tenía un local de lujo en Paseo de la Reforma, y yo en el Instituto Luis Vives. Me estoy refiriendo a los años 40. El Vives tenía su local en la esquina de Sadi Carnot y Gómez Farías. Supongo que yo ya había iniciado la preparatoria, y Santiago andaría más o menos en lo mismo.
Años después nos encontramos con frecuencia jugando futbol. Santiago lo hacía en el equipo de la academia, y ciertamente era un excelente jugador. Yo no formaba parte del equipo del Vives, pero sí de su porra, y creo que más de una vez nos enfrentamos, y me temo que el equipo de la academia era el ganador.
Después, ya sin estandartes futboleros, fueron muy frecuentes nuestros encuentros. Tengo la impresión, pero no la certeza, de que Santiago dio alguna clase en el Vives, pero aunque no haya sido así, el exilio nos daba mil oportunidades de compartir tareas, por regla general de tipo político, sin la menor duda para hacer presente nuestro común antifranquismo, que era, en esos años, un motivo más que suficiente. También ahora, dicho sea de paso.
Los De Buen, principalmente por inspiración de mi hermano Odón, formamos un equipo de futbol al que llamamos Madrid, y tiempo después Santiago se incorporó al equipo en la época en que se nos ocurrió crear la que llamamos Federación de Futbol de Jóvenes Españoles, nombre un poco rimbombante que pienso se le ocurrió a Secundino Castillo, a quien nombramos presidente. En la federación jugaban equipos de origen determinado y nombre congruente: desde luego el Madrid, la Academia Hispano Mexicana, el Cataluña y bastantes más, incluido el equipo de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), quiene nos prestaban su local, en las calles de Ramón Guzmán, adonde acudían montones de jóvenes españoles obviamente atraídos por el futbol, pero sobre todo por la ideología y por las chicas muy guapas. Allí se celebraban infinidad de actos, o en teatros sindicales que nos prestaban. De allí nació también la afición al teatro y, por lo mismo, el grupo de El Tinglado, heredero directo de alguna presentación en el Vives de El paso de las aceitunas por inspiración de nuestra maestra de español, la inolvidable Juana de Ontañón.
Con Santiago nos encontramos pocas veces. Quizá veía yo con más frecuencia a Hilario, su hermano, pero seguí con interés y admiración su famoso viaje en la balsa Ra de Marruecos a América, acompañado de un grupo de audaces de diversas nacionalidades. Desde luego que eso expresaba la originalidad temeraria de Santiago.
Yo, por supuesto que estoy orgulloso de haber pertenecido a esa generación de jóvenes españoles exiliados, que no olvidábamos lo que habíamos pasado con la guerra de España, el exilio en Francia y el camino inesperado hacia América, y en especial México, que convirtió a Lázaro Cárdenas en nuestro benefactor, admirado y recordado siempre, y un poco más en estos días de trascendencia petrolera. Mi generación hizo política, deporte y teatro y generó unas amistades que no canceló la lejanía.
Ahora, sin embargo, estoy convencido de que a todos los que vivimos aquellos tiempos nos sigue uniendo una historia común que nos angustia cuando se rompe, como ahora, con la pérdida de un amigo tan querido como Santiago Genovés. Habría que escribir su biografía.
Y, de paso, recordar muchas cosas. Entre otras, con el pretexto del teatro, nuestra estrecha relación con Max Aub, su esposa Peua y sus tres hijas: Mimín, Elena y Carmen, eventualmente actrices en El Tinglado y a veces interpretando con Rosa María Durán, Tere Álvarez A. y los De Buen alguna comedia de su padre.
Fueron tiempos difíciles en el orden económico. Pero esa inolvidable generación supo enfrentar y resolver los problemas. No nos faltaron ejemplos excepcionales en la generación anterior a la nuestra que había hecho la guerra y que ayudó a construir al México moderno con trabajo, agradecimiento, entusiasmo y buenos resultados.