Opinión
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Siria y el G-20
N

o es inusual que los encuentros anuales de los líderes del G-20 se vean compelidos a debatir cuestiones urgentes, ajenas a su agenda e incluso su mandato. Hasta ahora la mayor parte de éstas habían sido tensiones y apremios financieros, como los de algunos países de la eurozona, que concentraron el debate al menos en las anteriores cumbres de este decenio. En San Petersburgo, la semana pasada, fue diferente. Como se sabe, un desgarrador conflicto político nacional fue el asunto más controvertido y acaparó la atención de los medios, al grado de virtualmente invisibilizar los demás. La cuestión de Siria colocó a la vista de todos las insuficiencias y debilidades del G-20 como mecanismo de concertación en materia política internacional.

A cinco años de distancia, es evidente que haber declarado al G-20 instrumento por excelencia de la cooperación económica y financiera multilateral no bastó para dotarlo de efectividad suficiente, como muestra su incapacidad para responder, con oportunidad y acierto, a las secuelas de la Gran Recesión en términos de crecimiento insuficiente, desempleo excesivo e inadecuada regulación financiera. Resultaba entonces excesivo esperar que la magia de la presencia e implicación personal de los líderes –principal activo del G-20– fuera suficiente para desenredar la impenetrable madeja de posiciones, intereses y compromisos nacionales, regionales y globales que se ha tejido alrededor de lo que en un principio fue visto como un episodio más de la mal denominada primavera árabe. Involucrar al G-20 en una cuestión que no corresponde a su área de competencia; sobre la que se habían manifestado agudas divergencias entre varios de los participantes, cinco de los cuales son miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y, además, en un ambiente enrarecido por la confrontación bilateral ruso-estadounidense, equivalió a un salto al vacío.

Se tradujo, a fin de cuentas, en la primera división formal y formalizada del G-20: 11 líderes signaron una declaración, que no era aceptable (o fue ignorada) por los demás. Sin embargo, este fiasco puede resultar positivo para el futuro del G-20 y contribuir a evitar un desastre aún mayor en Siria, su vecindario y más allá.

Obama había declarado en Washington el 7 de agosto que no sostendría consultas bilaterales con Putin en San Petersburgo. La ley del hielo, que abarcó la suspensión de una breve visita a Moscú en vísperas de la cumbre –de la que se esperaban pasos adelante en materia de reducción de guadarneses nucleares– fue la respuesta del presidente estadunidense al agravio que para él representó el refugio ofrecido por Putin a Edward J. Snowden. No se previó, a un mes de la cumbre, que ese tête-à-tête sería inevitable, al menos para confirmar que era imposible vadear en ese momento la brecha que separa sus respectivas posiciones sobre Siria. Contra lo dicho y confiado en la desmemoria global, Obama se reunió en privado con Putin.

Resultó indispensable porque Obama arribó a San Petersburgo con el desmesurado propósito de que los líderes del G-20 e invitados apoyasen las acciones militares punitivas que el premio Nobel de la Paz 2009 se mostraba pronto a emprender en Siria con los propósitos declarados de sancionar el uso de armas químicas por su gobierno y de proteger a su población. Como en otras instancias, Irak entre ellas, la premura estadunidense atropellaba los esfuerzos y procesos de Naciones Unidas, que ahora investiga lo que en efecto ocurrió el 21 de agosto en los suburbios de Damasco, e ignoraba que si algún consenso amplio se está formando alrededor del aterrador conflicto en Siria es contrario al uso unilateral y selectivo de la fuerza y favorable a la negociación político-diplomática –como en unos días se tornó evidente.

Según las crónicas, la cena de trabajo del jueves 6 se extendió a las primeras horas del viernes, ya no en las noches blancas pero sí en los extendidos crepúsculos de San Petersburgo. La ausencia de acuerdo fue evidente y áspero el tono de los intercambios. Resultó claro que no se alcanzaría ninguna formulación de consenso sobre Siria. Por primera vez, el G-20 se mostraba incapaz de cubrir las cuarteaduras con papel tapiz.

In extremis, la delegación estadounidense se lanzó a un esfuerzo frenético de recolección de firmas al calce de un texto sobre Siria. En él se afirma que el uso de armas químicas no debe quedar impune, pues se alentaría el recurso a ellas; responsabiliza al gobierno sirio por el ataque de 21 de agosto y sus atroces resultados; destaca la larga parálisis del Consejo de Seguridad en la materia; condena la pérdida de vidas y la violación de derechos humanos en el conflicto, y, frase clave, apoya los esfuerzos emprendidos por Estados Unidos y otros países para hacer cumplir la prohibición del uso de armamento químico. Además del proponente (que recoge el texto en www.whitehouse.com), aparecen diez abajo firmantes: Arabia Saudita, Australia, Canadá, Corea, España, Francia, Italia, Japón, Turquía y Reino Unido.

En lo más parecido a un voto nominal en la historia del G-20, Putin enumeró en su conferencia de prensa a los que, junto con Rusia, se manifestaron firmemente contra la opción bélica: Argentina, Brasil, China, India, Indonesia, Italia y Sudáfrica. Alemania fue mencionada por separado como no participante en hostilidades en ninguna parte. Casi un empate, con algunas peculiaridades: Italia, contada por Putin entre los oponentes, aparece también entre los firmantes. España no forma parte del G-20, es invitado permanente (no logré averiguar qué otros invitados hubo en San Petersburgo). Putin mencionó también como oponentes al secretario general de la ONU y al Papa. México no fue mencionado ni aparece entre los firmantes. Viendo las listas, parecería que Peña decidió que ni sí ni no, sino todo lo contrario.

En su conferencia de prensa, sin embargo, después de señalar, en términos muy similares a los del comunicado de los 12, que México condena la violencia en Siria y sus consecuencias, Peña afirmó que México se ceñirá a lo que resuelva el Consejo de Seguridad, único órgano que puede legitimar el uso de la fuerza, además de la inherente legítima defensa. Quizá la traducción no fue acertada, pues de haber oído esta posición, Putin habría incluido a México en su lista.

La lección a futuro del episodio sirio en el G-20 es, desde luego, que no conviene insmiscuirlo en cuestiones relativas a la paz y la seguridad internacionales, a riesgo de afectar su limitada eficacia en las económicas y financieras.