l cumplirse ayer medio siglo de que el dirigente social Martin Luther King pronunció su célebre discurso Yo tengo un sueño...
(I have a dream
), que constituyó un momento definitorio en la lucha de los negros estadunidenses por emanciparse de la segregación y la discriminación racial, muchas cosas han cambiado, para bien, para la comunidad afroamericana del país vecino: las leyes y reglamentos abiertamente segregacionistas son cosa del pasado –aunque la Corte Suprema de Justicia dejó abierta la puerta para que vuelvan en los estados de tradición racista– y se ha realizado un vasto trabajo para promover, mediante diversos programas, el desarrollo social de la minoría negra.
Pero, en la economía, la sociedad y la justicia, la discriminación contra los afroestadunidenses sigue siendo estructural, como prueban, entre otras cosas, el desempleo diferenciado, que afecta mucho menos a los anglosajones, y la desproporcionada presencia de negros entre los reclusos sentenciados.
Así lo reconoció el presidente Barack Obama, primer afroestadunidense que ocupa la Casa Blanca, en su discurso conmemorativo, al señalar que en la dimensión de la oportunidad económica, los objetivos de hace 50 años no han sido alcanzados
.
Para otros grupos demográficos que habitan en la superpotencia, sin embargo, la discriminación, el racismo, la fobia y el prejuicio siguen inspirando leyes y reglamentos y actitudes sociales impresentables. Bien lo saben los latinoamericanos que viven en Estados Unidos –mexicanos, principalmente– y los estadunidenses de origen latinoamericano, contra quienes las autoridades y sectores anglosajones de la sociedad mantienen actitudes de descalificación, segregación, sospecha, persecución y hasta linchamiento.
Otro caso de racismo social y policial es el que impera contra todo estadunidense que profese el Islam, provenga de países predominantemente musulmanes o que, sin cumplir ninguna de esas condiciones, parezca musulmán a ojos de una mayoría ignorante y paranoica, como ocurre con los grupos sijs de origen indio, a quienes muchos estadunidenses suelen confundir con seguidores de Mahoma por el hecho simple de que los hombres usan barba y turbante y las mujeres suelen cubrirse la cabeza con una pañoleta. Para los cuerpos de vigilancia y para muchos ciudadanos, automáticamente un musulmán es sospechoso de terrorismo.
Acaso la más agraviante de las varias actitudes racistas y discriminatorias sea la que padecen los habitantes originarios del actual territorio estadunidense, sobrevivientes de uno de los genocidios más atroces perpetrados en siglos recientes, y quienes fueron reducidos a reservas territoriales una vez que fueron despojados de sus inmensos territorios.
Como puede verse, en suma, el sueño de Martin Luther King dista mucho de haberse hecho realidad, y a 50 años de aquel discurso memorable, el racismo y la discriminación siguen dolorosamente presentes en el Estados Unidos del siglo XXI.