Fue figura en la conquista de dos mundiales con Brasil, en 1958 y 1962
Debutó con el Corinthians, pero hizo época con el Santos de la década de los 60
Lo internaron en Sao Paulo desde el 8 de agosto con una infección urinaria y tras sufrir un infarto agudo de miocardio. Falleció a los 83 años
Martes 27 de agosto de 2013, p. a14
Río de Janeiro, 26 de agosto.
Era elegante, elástico, preciso. Para su generación, era alto: medía un metro con 81 centímetros. Fue el mejor arquero brasileño de todos los tiempos y uno de los grandes del mundo. Supo ser una de las estrellas fulgurantes de uno de los más míticos equipos brasileños, el Santos de los años 60, al lado de Coutinho, Durval, Mengálvio, Pepe y Pelé. Cuando empresarios venían a contratar partidos de aquel Santos de maravilla –dos veces campeón mundial interclubes, en 1962 y 1963– exigían el compromiso de que, además de Pelé y compañía en el ataque, también estuviera Gilmar entre los arcos. Ha sido el único guardameta brasileño a merecer semejante gloria.
Fue el arquero indiscutible de la selección brasileña en la conquista de los mundiales de 1958 y 1962. La lista de glorias incluye otro bicampeonato, en la Libertadores de América (1962 y 1963), y también del Mundial de Clubes. Y a esas sigue un largo rosario de títulos regionales, nacionales e internacionales.
Ningún otro cancerbero ha sido titular de la verdeamarela en la conquista de dos mundiales seguidos. Gilmar fue el único arquero brasileño en ganar por lo menos un campeonato en cada torneo disputado, primero con el Corinthians, donde despuntó para la historia, en la selección y principalmente en los años dorados del Santos. Por eso se dice que fue campeón de todo.
Era un atleta de suprema elegancia. Se despegaba en el aire como un pez volador, y cuando era vencido renovaba sus fuerzas. En una época en que el futbol era más deporte que negocio, cuando el esfuerzo y la dignidad estaban en defender el honor de la camisa y no en la búsqueda, por cualquier medio, del dinero y la fama, fue ejemplo de entereza.
Amparaba y estimulaba a los jóvenes de talento, inclusive cuando integraban equipos adversarios.
Cuando un niño escuálido, de una fragilidad endiablada llamado Pelé, debutó en el Santos, Gilmar era ídolo del equipo adversario, el Corinthians. Fue venciendo a ese ídolo que Pelé anotó su primer gol con el Santos.
Pocos años después los dos se reencontraron en la selección brasileña que trajo el primer título mundial a Brasil. Y, en 1961, se juntaron en el mismo club: el Santos. Nunca más dejaron de jugar juntos. Gilmar se jubiló en 1969, justo cuando la escuadra empezó a decaer para transformarse apenas en un gran equipo. Mientras los dos actuaron juntos, fue un equipo absolutamente divino.
Es raro, muy raro, que en esta patria futbolera un arquero logre llegar al mismo pedestal destinado a los atacantes y goleadores, y mantenerse ahí para siempre. Hubo algunos, por cierto, que fueron ídolos en su tiempo. Pero ninguno se eternizó como Gilmar.
Gilmar dos Santos Neves –la grafía original de su nombre era Gylmar– murió el domingo, un día después de que se fuera para siempre De Sordi, lateral derecho de la selección brasileña de 1958 e ídolo del equipo del Sao Paulo. Hace poco, en junio, otra estrella fulgurante, el también lateral derecho Djalma Santos, se había ido.
En alguna parte estarán reunidos. Y ese equipo será eterno y pleno de una luz única.