Señores vengo a contarles
con un dolor sin segundo,
las señas particulares
para el final de este mundo.
Ambrosio Irenéo. Hoja volante
En 1945 dos bombas atómicas borran del mapa las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, y evaporan a cien mil personas. En su estupor testigos y cronistas usan giros casi bíblicos:
“Y subió el pozo del abismo; y subió del pozo un humo como de un gran horno; y con el humo de este pozo quedó obscurecido el sol (…)”, había anunciado el profeta en El Apocalipsis según San Juan. “Fue un terrorífico relámpago de luz en pleno día (...) luego humo brotando en un hongo de ceniza de 20 mil pies (...)”, escribió LIFE. “Impenetrable nube de humo cubrió la ciudad (...)”, reportó el The New York Times del 7 de agosto.
“Al punto se sintió un gran terremoto, y el sol se puso negro (...) y la luna se volvió de sangre (...) Y las estrellas cayeron del cielo sobre la Tierra (…) Y el cielo desapareció (...) y todos los montes y las islas fueron movidos de sus lugares (…)”, había escrito el profeta de Padmos. “La fuerza que extrae su potencia del sol ha sido lanzada (...) habrá una lluvia de devastación”, dijo el presidente Truman el 6 de agosto de 1945. “En el momento de la inaudita explosión, el aire se volvió llamas y los muros polvo (...)”, reportó LIFE el 20 de agosto. “Un relámpago luminoso cubrió el cielo (...) a mi rededor sólo encontré muerte (...) humo (...) todo quemado en una inmensa burbuja”, relató a la misma revista un soldado japonés.
Y el talante profético se globaliza. A fines de los 40’s y en los primeros 50’s del pasado siglo, también en México el eco de las matazones de la guerra europea y los estragos de la bomba atómica adquiere un cariz apocalíptico. Pero si los periódicos, la radio, el cine, las historietas hablan de la gran catástrofe humana empleando un moderno tono bíblico, aún más arcaicas son las visiones de la guerra que circulan entre los mexicanos del campo. Pueblerinos que tenían que suplir su escaso roce con los medios de comunicación masiva apelando a recursos como las hojas volantes, no por artesanales menos efectivas.
Asomarnos a los miedos del México profundo en un país que a mediados del siglo XX aún era más rural que urbano, demanda pasar del radio, el cine, los periódicos y las historietas a las hojitas volantes con corridos y canciones; de las películas bélicas, las efectistas teatralizaciones radiofónicas, los reportajes amarillistas y la “historieta atómica” de El Santo a los romances apocalípticos impresos en papel de china y rimados por escribidores casi anónimos, como Gilberto de Velasco, Ambrosio Irenéo o Félix Cruz.
En un rústico impreso titulado Corrido del niño que nació hablando, ilustrado con un dramático dibujo que muestra volcanes en erupción, iglesias que se derrumban, calaveras ominosas y rostros dolientes, el versificador Gilberto de Velasco nos transmite una mala nueva en el modo rimado de los romances viejos y las “noticias” que aspiran a perdurar en la memoria:
Año de mil novecientos
cuarenta y ocho pasado,
ésta fecha memorable
que gran terror ha causado.
(...)
Serían las doce de la noche
cuando un cometa salió,
y el pueblo de Santa Inés
iluminado quedó.
(...)
La ráfaga del cometa
a un ranchito iba a dar,
fue donde nació el profeta
que al momento pudo hablar.
(...)
Al llegar el sacerdote
a este niño insinuó:
¿Eres un astro del cielo
o profeta del señor?
El niño le contestó:
Escucha y ponme cuidado,
quiero que como profeta
todo esto sea publicado.
Para el año venidero
el dinero no valdrá,
los ricos y pordioseros
sin comer se quedarán.
Habrá grandes aguaceros
y pueblos se acabarán,
grandes volcanes de lava
por doquier reventarán.
(...)
Esta plaga de la aftosa
seguirá punto por punto,
todo el ganado vacuno
se acabará en este mundo.
A Dios pidamos perdón
y a María Guadalupana,
que se apiade de nosotros
y salve a la especie humana.
Difícil, en verdad, encontrar reseña más ceñida de las desgracias realmente acaecidas en el México de los 40’s: desde “volcanes de lava”, como el Paricutín, que en 1942 sepultó el pueblo michoacano de Parangaricutiro, y “grandes aguaceros” como las lluvias torrenciales que en 1944 ocasionaron graves inundaciones, pasando por la nada metafórica hecatombe que en 1947 y 1948 ocasionó el sacrificio de más de medio millón de reses infectadas por la “fiebre aftosa”, y culminando con la rigurosa predicción económica: “el dinero no valdrá”, pues efectivamente, en los 40’s la inflación se disparó y el precio de los alimentos se triplicó. Pero, además, el recién nacido de Santa Inés debió ser un verdadero profeta financiero, pues anunció el derrumbe monetario días antes de la gran devaluación de 1948.
Más que predicciones, los versos de Velasco son extrapolación al inminente futuro, de los males que durante los 40’s ya aquejaban a los campesinos empujándolos a consultar el cielo en busca de señales anunciadoras de un fin del mundo que se antojaba inminente.
Pero lo cierto es que los rústicos mexicanos viven siempre al filo del Apocalipsis, pues en otra hoja volante, Ambrosio Irenéo nos transmite en forma de corrido una profecía escuchada 13 años antes en Petatlán:
Señores vengo a contarles,
con un dolor sin segundo,
las señas particulares
para el final de este mundo.
Señores pongan cuidado
con muchísimo esmero,
que nació un niño hablando,
en el estado de Guerrero.
Año de mil novecientos
en el treinta y cinco actual,
les traigo acontecimientos
de un niño fenomenal.
(...)
Fueron corriendo al momento
al templo a hablarle al curita,
para saber el intento
que hacía la criaturita.
Luego llegó el señor cura
y preguntó con esmero,
diciéndole a la criatura
que si era un ángel del cielo.
Le respondió el inocente
a todos los familiares:
se nos anuncia una peste
y fuertes calamidades.
Traigo señas muy notables
para nuestra conclusión:
seis años de hambres y pestes;
¡pidamos a Dios perdón!
Seis años de tempestades
y seis años de temblores
y seis de esterilidades;
padre, elija las mejores.
Serían mejor los temblores,
pero con moderación;
¡Madre mía de los Dolores,
tennos por Dios compasión!
(...)
Como los creadores de opinión urbanos, los profetas rurales de las hojas volantes son anticomunistas. Pero su fobia no viene del antisovietismo de la guerra fría sino de la repulsa –de inspiración clerical– a una “revolución mexicana hecha gobierno” que siempre se arropó con la parafernalia socialista. Y como el citadino, el anticomunismo rural es plebeyo, de modo que va acompañado de justiciera repulsa a los ricos. En la hoja volante titulada Las profesias (sic) del rey Salomón, leemos:
Los ricos caerán de plano
y el dinero no valdrá;
todos han de trabajar
y el Anticristo vendrá.
Tendrá que llegarse el día
que el burro mande al arriero,
que el rico sirva de esclavo
y el pobre tenga dinero.
Habrá tormentas de lumbre
eclipses de sol y luna,
y después de mil combates
triunfará al fin la Comuna.
Correrán ríos de sangre,
todo se irá cuesta abajo,
no habrá más que una bandera,
la bandera del trabajo.
Aborto de los infiernos,
saldrán mil predicadores
desconociendo fronteras
para los trabajadores.
Estos serán Anticristos
que prometerán la gloria,
para los pueblos en masa,
siendo siempre vil escoria.
Muchos se pondrán en contra
de la Religión querida,
y aunque quieran combatirla
pero no será destruida.
Llenará luego este mundo
la religión como ley,
y todos labios humanos
dirán Viva Cristo Rey.
(...)
Y, como siempre, en el fondo de la aprensión está el rechazo a un progreso científico ominoso que para los campesinos mexicanos de mediados del siglo XX aún era el de la primera guerra mundial. Escuchemos las ya citadas Profesias (sic):
Y es matemático y cierto
y probable, sin ser saurín,
que al final del siglo veinte
le verán al mundo el fin.
Mil casos raros habrá,
inventos mil se verán,
que los vivientes de entonces
asombrados quedarán.
Habrá trenes voladores
y carreteras por el viento,
sin alambres hablarán,
de polo a polo al momento.
Por debajo de los mares
viajarán como pescados,
ahullarán (sic) los pordioseros
igual que los elevados.
Harán máquinas mortíferas
con gases envenenados,
para matarse los hombres
como hoy se matan venados.
(...)
Pese a que tienen menos de 60 años y aún se venden en algunos mercados de provincia, los versos suenan arcaicos. Sin embargo ¿son, en verdad, tan distintos de aquéllos los miedos colectivos que nos sobrecogen en el tercer milenio? ¿No tenemos hoy perturbadoras profecías apocalípticas sobre el calentamiento global, el deshielo de los polos y la elevación del nivel del mar; sobre la fiebre aviar y la porcina; sobre el SIDA; sobre el terrorismo atómico; sobre la clonación humana, sobre los transgénicos…?
Armando Bartra |