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Entrevista a Adriana Cao Caña Dulce y Caña Brava: Lourdes Rudiño Adriana Cao Romero es una odontóloga que atiende en su consultorio de lunes a jueves, pero que de viernes a domingo se dedica a su pasión, la música. Dentro de su grupo Caña Dulce y Caña Brava, hace presentaciones públicas de son jarocho. Ella toca el arpa y en el grupo participan también una joven jaranera, Raquel Palacios Vega; la también jaranera Valeria Rojas Estrada, y Alejandro Loredo, con el requinto. El grupo nació en 2008, con sólo Adriana y Raquel, quienes acudieron a una convocatoria a jaraneras en Tuxtepec, Oaxaca. “Sólo llegamos nosotras, y allí fue nuestro debut; un amigo bautizó al grupo a partir del estribillo del son La Caña”. El concepto inicial fue el de dos mujeres, dos instrumentos sonando muy claros –pues por lo general en la música jarocha, la voz del arpa se pierde en medio de múltiples jaranas–. Pero posteriormente el grupo incorporó el violín, y finalmente al requinto, éste en manos de un varón.
“El proyecto que nos interesa es el de voces de mujeres, donde suene cada instrumento, que haya presencia de las mujeres pero no sólo para bailar o lucir la vestimenta, sino que toquen y canten”. La entrada de Alejandro al grupo ocurrió en vísperas a una gira a Venezuela. “Al principio no estaba segura de que íbamos a cambiar. Éramos tres mujeres (…) Pero Alejandro es un muchacho muy talentoso, es pareja de Raquel y tenía muchos años escuchando y enamorándose del son jarocho. Entonces Venezuela fue nuestra primer gira juntos y luego ya se hizo necesario el sonido del requinto en el grupo (…) Uno no se tiene que estancar ni hacer tan acartonadamente las cosas”. Otra característica del grupo es “que nuestra versada esté enfocada no a lo que se ha dicho, sino a cosas un poco más poéticas (…) si alguien nos pide un verso en doble sentido porque pretende que la música jarocha es lépera o alburera, se va a quedar con las ganas”. En Caña Dulce Caña Brava “nos enriquecemos con los versos de amigos que nos prodigan sus versos, nos regalan o comparten, o simplemente puedo tomar de algún libro versos que me gusten, o cuando ensayamos, hacemos cambios. Hay un verso que dice ‘indita, dónde dormiste anoche que traes el pelo mojado’ o ‘que traes la barriga fría’. ¿Por qué vamos a cantar eso? Es mejor ‘regálame tus amores, indita del alma mía’. También incorporamos versos de lo que queremos decir a los hombres, pues no está prohibido hacer versos de amor a los hombres. Somos un poco cursis. Por ejemplo, hay un verso que dice ‘fueron gardenias y rosas las flores que recogimos y como uvas deliciosas los besitos que nos dimos’”. Desde hace tres años el grupo ha sido invitado a tocar en el extranjero: han hecho giras a Sudáfrica, Venezuela, Canadá, Francia, Corea y Turquía. “Nos reciben muy bien; en casi todos los lugares encuentras a alguien que tuvo el abuelo, el papá o el vecino de Veracruz. Y bailan nuestra música. En Sudáfrica un señor llevó a su hijita de cuatro o cinco años a que bailara sola en la tarima; en Canadá, en los pueblitos llenos de nieve, la gente estaba allí zapateando. En Venezuela, ni se diga, allí la gente es más cercana, y te entienden los versos. Pero aun donde no entienden, la gente se muestra encantada. La música te hermana, te identifica”. El grupo prevé sacar su primer disco pronto. “ Queremos conservar un son donde toquemos Raquel y yo, para que se oiga ese inicio, esa sencillez de dos instrumentos, dos cantos. Pero hacer un disco con las dos solas sería muy aburrido. Hemos hecho varios años antes pero no nos gustaba. Todavía no estaba listo (el disco); ahora sí”. La historia de Adriana es la de una niña nacida en el Puerto de Veracruz que junto con sus seis hermanas y varias amigas recibió clases de zapateado de un jaranero, Pánfilo Valerio. “Él con su jaranita nos iba enseñando los pasos. Una vez al mes llevaba a sus hijos, uno tocaba el arpa y el otro el requinto. Se hacía entonces todo el grupo jarocho o una especie de fandanguito (…) Mi papá era de Oaxaca y mi madre de Michoacán; en mi casa siempre hubo música, mexicana, de muchos tipos; mi papá tocaba el piano, a Agustín Lara, era autodidacta y cuando supo que en Veracruz había una riqueza musical nos puso a tomar clases con don Pánfilo. Un día compró un arpa y a mí me interesó. A los 12 años comencé a tocarla”. Adriana nunca tomó clases formales, con técnica, pero sí recibió las enseñanzas de tres músicos veracruzanos: el propio Don Pánfilo; luego don Nicolás Sosa, quien le enseñó que es ella la responsable de afinar su arpa y de que el cantar va unido a tocar. “Todo lo que me dijo fue muy cierto”. El tercer maestro que tuvo fue alguien “a quien admiraba mucho, don Andrés Alfonso Vergara. Era un arpista muy virtuoso de Tlacotalpan (…) Él me hizo esta arpa que ahora tengo”. Cuando Adriana comenzó a estudiar odontología, pensó que la música sólo sería un pasatiempo, y dejó el arpa de lado, “pensé que sería como mi papá, que era ingeniero civil, y tocaba el piano, como complemento”. Pero Adriana conoció a Salvador El Negro Ojeda, y “me insistió mucho que siguiera tocando, gracias a él conocí a una pléyade de músicos mexicanos y extranjeros. A él le debo haber seguido tocando, y me inspiró mucho sobre la manera de cómo apoyar a otros músicos”. “Cuando me casé y tuve a mis hijos, seguí, no me dio por vencida. Mi suegra me dijo: ‘vas a cambiar el arpa por la carreola’. Yo repliqué ‘¿quién dijo eso, por qué? Cuando mis dos hijos estuvieron pequeños vi la forma de que no la pasaran mal y a veces los traía conmigo. Yo veía ya el arpa como una pasión, y no iba a claudicar. Hay una foto donde traigo a uno de mis hijos en el rebozo y estoy con el arpa. Parece como si él también estuviera tocando. Es una foto que yo quiero mucho”. En esa época Adriana participó en un grupo llamado Sacamandú; “sacamos un disco, ensayábamos en Tepoztlán, me servía de paseo, llevaba a los niños con sus biberones. Después estuve siete años en otro grupo, Chuchumbé, y antes con El Negro Ojeda, también en su grupo, en diferentes épocas”. Destaca el hecho de que el Caña Dulce y Caña Brava ocasionalmente tiene que acudir al apoyo de otras mujeres músicos para cubrir la presencia de Raquel –quien proviene de una familia de cinco generaciones de jaraneros, y participa hoy también con un grupo de son jarocho, formado por sus primos y un hermano, Los Vega; también ocasionalmente cubren a Valeria, quien participa en otros grupos como Los Folkloristas. “Mi papá falleció hace cinco años; él me decía que siguiera con la música, que nunca la dejara. Que le echara todas las ganas. Siempre me impulsó a estar en esto y a él le dedico casi siempre que toco. Cada vez que yo toco pienso que él estaría feliz”, dice Adriana.
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