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Del dominio público
Lo primero fue cantar, decíamos ayer en De viva voz, portal de Cantos rodados. Hoy averiguaremos por qué también el músico Manuel de Falla y sobre todo el poeta Federico García Lorca piensan que “el canto es anterior al lenguaje”, y sobre todo cómo entienden el canto. Escritores como Goethe, Baudelaire, Rimbaud y Verlaine, y filósofos como Nietzsche vislumbraron los demonios del ello y se atrevieron a nombrarlos mucho antes de que Freud emprendiera sistemáticamente la exploración del inconsciente. “Lo demónico es aquello que no puede resolverse por entendimiento ni razón. No reside en mi naturaleza; pero estoy sometido a él”, escribe Goethe en Poesía y verdad. “El demonio a mi lado se agita sin cesar… / Nada en torno de mí como un aire impalpable; / lo trago y lo siento mis pulmones quemar, / de un deseo llenándolos infinito y culpable”, dice Charles Baudelaire en Las flores del mal; “Porque yo es otro”, concluye Rimbaud a los 16 años. También García Lorca se encaró con el impulso oscuro de vida y de muerte, al que no llamó demonio sino duende. Pero el granadino fue más lejos, al sostener que el duende no sólo se apersona en los sueños, los lapsus del lenguaje y los actos fallidos, habita igualmente en la música, en el canto y en el baile. O cuando menos en aquellos que, por raigales y por brotar de la tierra y de la sangre, son “expresión del espíritu oculto” de los pueblos. Según el autor de Romancero gitano y Poeta en Nueva York, por medio del canto y del baile accedemos tanto a las fuentes ancestrales de nuestro ser colectivo como a los fondos oscuros de nuestro ser individual. Y el andaluz pensaba sobre todo en el cante jondo y el baile flamenco.Porque los cantaores y bailaores no tienen musa ni ángel, tienen duende. “El ángel y la musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da forma –explica el poeta–. En cambio al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre”. O como lo decía un viejo guitarrista: “El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies”. Demonillo “oscuro y estremecido”, el duende se asoma a “la orilla del pozo”, “ama el borde de la herida” y “no llega si no ve la posibilidad de la muerte”; el duende es una presencia vertiginosa que anima los “sonidos negros” del canto y el baile de los gitanos andaluces, piensa García Lorca. Pero no sólo de los gitanos y los andaluces. España “es un país abierto a la muerte”, y porque coquetean con la muerte, tanto el cante jondo como el baile flamenco tienen duende. Y el poeta sospecha que en esto de estar abiertos a la muerte “solamente México pude cogerse de la mano con España”, de modo que posiblemente también nuestras músicas profundas participan del duende lorquiano. Pero de lo que Federico está seguro, porque estuvo en Nueva York y visitó Harlem, es que el blues y el jazz de los negros tienen tanto duende como las siguiriyas andaluzas. Dice el autor de Yerma en una entrevista: “Y los negros, ¡sobre todo los negros!, con su tristeza se han hecho el eje espiritual de aquella América. El negro está tan cerca de la naturaleza humana pura y de la otra naturaleza. ¡Ese negro que se saca música hasta de los bolsillos!”. “Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio”, afirma Lorca, en una fórmula que vale para la música pero también para otros menesteres y en realidad para la vida toda. Los músicos con más duende son los que dejando a un lado la técnica se dejan llevar por la emoción y saliéndose de los caminos trillados se atreven improvisar… y en la improvisación se abisman y nos abisman. “Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende”, sostiene Federico, de modo que es necesario “matar el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena”. Entonces, calculo que también hay duende en el canto aguardentoso y a ráiz de Lucha, José Alfredo y Chavela a su modo, tienen duende los versadores y repentistas jarochos, como lo tienen algunos jazzistas, casi todos los bluseros, y los raperos y hip-hoperos más prendidos. Es proverbial la hondura poética de versos populares que son, en sentido estricto, del dominio público. Aquí algunos andaluces, amorosos y doloridos que rescata García Lorca: Cerco tiene la luna, A mi puerta has de llamar, Yo doy suspiros al aire Yo no le temo a remar, Si acasito muero mira te encargo De García Lorca dice Jorge Guillén: “Viene al mundo en Granada. Y se pone a cantar como el pueblo canta en su Andalucía: sierra, cielo, hombre, fantasma. No los copia; los canta, los sueña, los inventa…”. Porque para Federico, la poesía y el canto no están separados: toca bien el piano, compone la música de sus canciones y cuando recita sus versos es como si los cantara. Así lo recuerda su amigo: “¡Cuántas veces le hemos oído el Romancero sonámbulo! Primero con cierta elevación del tono: Verde que te quiero verde. Después, tras un silencio, en voz más baja, distanciando las cosas hacia una lejanía más simple: El barco sobre la mar Tratemos por un momento de imaginar que estamos oyendo al granadino que el franquismo asesinó en 1936 por gitano, poeta y homosexual, cantarle más vivo que nunca a otra muerta: Verde que te quiero verde.
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