i vida política se inició en la colonia Portales, fui secretario de estudios y después presidente distrital del Comité del PAN en Portales, hace ya algunos ayeres; las oficinas del comité se improvisaban en una casona de la calle de Presidentes, gracias a la generosidad del propietario y de su esposa, que por una modesta renta, nos permitían usar la amplia sala, amueblada entre todos los del comité con muebles sobrantes de nuestras casas y oficinas, y un teléfono de disco que, según el convenio, sólo podíamos usar los miércoles en la tarde, pero que frecuentemente, en particular en campañas electorales, usábamos todos los días y a todas horas.
Hacía mucho que no pensaba en ese barrio popular, rico enexpresiones de solidaridad y convivencia vecinal, extenso y contrastante con las elegantes colonias que tiene de vecinas, la Del Valle y la Narvarte.
Por una de esas coincidencias que a veces ocurren, el mismo día tuve dos noticias relacionadas con la Portales de mi recuerdo. La primera fue la triste noticia del fallecimiento de doña Rosario Gómez, esposa de mi compañero de luchas en el comité Ricardo Cozatl, panista ejemplar, de los de antes; y, la segunda, una carta al Correo Ilustrado de La Jornada, en la que colonos de Portales solicitan atención del doctor Miguel Ángel Mancera, dado que el jefe delegacional no los escucha ni resuelve los problemas que los aquejan.
Se refieren los vecinos a la proliferación de edificios de departamentos, que como dicen ellos, con un alto apetito utilitario y desmedido
brotan como hongos en los terrenos de la colonia, fincada especialmente de casas particulares de familias ahí asentadas por generaciones o conjuntos horizontales, ejemplos de convivencia y solidaridad.
Ciertamente, la ciudad sigue creciendo en forma desmedida; la causa principal es la falta de planeación federal de polos de desarrollo en entidades con poca densidad y, también, por la centralidad creciente de poder político y económico, todo lo cual genera necesidad de vivienda para la población, tanto para los que llegan de los estados, expulsados por la pobreza y la inseguridad, como para las nuevas familias que requieren habitación.
La solución, sin embargo, especialmente en la delegación Benito Juárez, no es el crecimiento vertical como se ha dicho frecuentemente; puede serlo en espacios de la periferia, pero es absurdo en zonas que se encuentran en el centro de la urbe, en donde no es posible ampliar las vialidades ni reservar, y menos ampliar espacios para áreas verdes, mercados, iglesias, escuelas y otros servicios indispensables. Que se hagan construcciones gigantescas o medianas incrementa el tránsito vehicular, el consumo de agua, la necesidad de abasto, entre otras cosas,y convierte zonas urbanas –con sus propias características, usos y fórmulas que satisfacían sus necesidades– en hacinamientos inhumanos, causantes de conflictos, guerra por el espacio y problemas sociales de toda índole.
Los desarrolladores y las autoridades que solapan sus negocios, en Portales y en otras partes de la ciudad, para nada toman en cuenta la problemática social que provocan, los daños al medio ambiente, a los mantos friáticos y a la seguridad y sólo piensan en negocios y ganancias.
El delegado de Coyoacán ha sido ya blanco no sólo de críticas y quejas de los vecinos, si no de jitomates usados como proyectiles. Otras autoridades de la Ciudad también han sido abucheadas y han escuchado reclamos airados de ciudadanos molestos; no hay mejor termómetro para que un gobernante conozca si va bien o mal que la opinión de los gobernados reunidos en conglomerados.
En Portales, en los antiguos pueblos, Xoco, Santa Cruz Atoyac, lo que queda de Tlacoquemécatl, San Simón Ticumán, los responsables de la política de licencias y desarrollo urbano están aún a tiempo de frenar el desorden, el abuso, de salvar esta tradicional zona de la urbe, y, lo más importante, de atender la opinión de sus mandantes.