n un bonito patio del Centro Nacional de las Artes pueden apreciarse estos días los trabajos ganadores del Concurso Nacional de Fotógrafos México Sin Hambre, convocado por la Secretaría de Desarrollo Social. Se agrega un buen número de imágenes seleccionadas por el jurado. Decenas más pueden contemplarse en Internet. No son las fotografías en sí, algunas de buena factura aunque escasamente originales, lo que vuelve repelente la muestra, sino el conjunto. Esto es, el mensaje que se les impone dar, el concepto propagandístico que pervierte la respetable atención de cada autor hacia sus sujetos (retratados con ¿curiosidad, simpatía, benevolencia, lástima, pena, asco?) No se puede culpar a los concursantes, ni a un jurado de reconocidos profesionales de la fotografía documental mexicana, por el patético resultado.
El monumental fantoche gubernamental llamado Cruzada Contra el Hambre parte de malos entendidos conceptuales que, deliberadamente, permiten la construcción de un andamiaje de distribución de ayuda
que pretende paliar el hambre, y sobre todo publicitar cuán social, solidario y generoso es el Estado mexicano con el pobrerío seleccionado.
Una de estas interpretaciones fallidas reside en confundir campesino
(preferentemente indígena
) con pobre
. Y pobre con famélico
. Vivir en y de la tierra ¿equivale a vivir en el cochinero y ser muertos de hambre? Para la abultada burguesía, vastas capas medias y muchas zonas de la clase trabajadora, por ahí va la cosa. Naturalmente, las fotos exhibidas dicen mucho de sus autores. En su mayoría jóvenes, son reflejo de la generación Teletón y la tolerada suplantación de los derechos sociales de origen juarista y revolucionario por la filantropía y la donación a ciegas en bancos y cadenas comerciales para juntar limosna: los arroces, la educación, la salud. A ver niños, pongan su mejor cara de hambrientos. Click. O simplemente vivan en el monte, en la milpa, recojan flores del fango, jueguen con marranos o mapaches silvestres. Click. Lo bueno de los niños y púberes pobres es que son bonitos. Los viejos de preferencia aparecerán encorvados, arrugadísimos, harapientos, desfigurados; ni quién piense en ayudar a cruzar la calle a esos
ancianos.
La muestra carece de registro cultural, anula cualquier consideración de que sean rarámuri, wixaritari, chamulas, migrantes, desplazados, limosneros, trabajadores de la construcción, comerciantes informales. Si uno retrata a una familia rural en su ranchito, piso de tierra, paredes de tabla, ¿se están retratando automáticamente el hambre y la pobreza, como si fueran los bebés mosqueados en Somalia de Sebastiao Salgado?
Aquí el público tiene la doble oportunidad de sentir
algo por los hambrientos y acceder a una experiencia estética. Ojo: siempre fueron sambenitos de la fotografía documental su estetización del sufrimiento, la limitación folclórica, la curiosidad colonialista, su registro funerario de mundos que se desvanecen. No obstante, se le debe uno de los conjuntos de obras y expresiones de la realidad más ricos y notables del entero siglo XX, cargado de sustancia artística, lucidez, inquietud moral. De Brehme a Turok, México fue pródigo en esta clase de fotografía-postales-arte-reportaje.
Ahora: la pobreza (y su corolario el hambre). Son, siempre han sido, instrumentos del poder. Al considerado pobre se le percibe un peldaño más abajo en la escala humana y se le aplaca con migajas. Funciona publicitariamente. No existe en las cruzadas redentoras un verdadero nervio ético, y menos, comprometido. Eso que los lectores de La Jornada tienen el privilegio de encontrar cada semana en el trabajo de Julio Boltvinik, dotado economista que ha evolucionado a un serio pensamiento filosófico y, dicho spinozianamente, ético: la economía moral, en los términos del columnista, trasciende las reflexiones anteriores sobre la pobreza y el hambre de, por ejemplo, Amartya Sen.
El fondo del problema es uno solo: la desigualdad presente significa un crimen de la cúpula capitalista, y como cualquier criminal, gobernantes e inversionistas responsables, en un mundo más justo, estarían en la cárcel y no en palacios, torres ni juntas directivas.
La muestra exhibe a la Sedeso. Cuatrocientos cincuenta y seis autores de todo el país. Mil 507 fotos en dos categorías: exposición y on line. Una de las ganadoras presenta cuatro familias chiapanecas en sus casas: no indican pobreza, ni hambre, sólo guadalupanismo, formalidad, ruralidad. Otra es un precarista a la Magnum (impresionante se supone) en Tamaulipas. Dos más son escenas infantiles en casas sin televisión a la redonda. Y la reina: una pepenadora sinaloense encapuchada recoge basura en un tiradero, sobrevolada y rodeada por zopilotes que parecen venir por ella; la titular de Sedeso contemplándola con satisfecho interés, en una foto de la inauguración divulgada por la dependencia, es la cereza del pastel: voyeurismo interesado, pornografía pura.