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Voz y verso Erando González Me gusta pensar el canto como el lujo de la voz, como la gala más alta de la expresión vocal. Nada nuevo, en realidad; ya se ha dicho mucho. Y es que ahí donde las sensaciones intensas y las emociones poderosas rebasan el decir cotidiano, brota el canto. Brota y luego se queda; se queda con ese don mágico que tiene para evocar y revivir cada vez que se canta, con otros, para otros, o para uno mismo en soledad, el amor a la tierra (la chica, la de uno), la belleza deslumbrante del paisaje, de la mujer, la fe en Dios, la gesta heroica, el patriotismo, el destino, la muerte y, desde luego, el amor, el amor al amor y al ser amado, con su universal e inabarcable desamor y su fecundísima carga de desdichas, eterno tema. Y al canto corresponde, por fuerza, una forma igualmente refinada y alta del decir: el verso; el verso que afina los conceptos y engrandece los sentimientos, los expresa concisos y brillantes, diáfanos, y que -incluso cuando se declara incapaz de describir lo indescriptible- los dice como todos quisiéramos decirlos. Y entonces, claro, nos los apropiamos, nos aprendemos estos versos y aquellos y los otros: amorosos… Ay, por la mar de tu pelo pícaros…
¿Cuándo estaremos, mi vida, fatales… …bala perdida, bala perdida, bravíos y pendencieros… Yo soy de las peñas altas siempre ingeniosos y, con mucha frecuencia, altamente poéticos… Quisiera preguntarle a la distancia y los del mal disimulado despecho, medio venganza (siempre fallida)… Para olvidarte a ti, que aún me quieres …ya salgan de un disco, de la radio o de la viva, encantadora voz de una cantora. Y se esparcen entonces por el aire de tocada en tocada, de papel en papel, de fiesta en fandango, de boca a oreja; llegan para exaltar al corazón, a referir sus desdichas y quebrantos con la fuerza de sus sílabas contadas, sus acentos exactos y el siempre musical y placentero efecto de la rima, esa resonancia que atiza los sentires y se graba en la memoria. El canto popular, pues; fuente y origen de las más altas y elaboradas formas de poesía, creo yo, pero con el enorme y generoso tino de no ser de nadie sino de todos, de correr libremente por épocas y geografías, por sones y canciones, serenatas y fandangos sin autor ni propietario: Ven, dame un trago de sed “Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años”, no dice un escritor argentino en un breve texto de hace poco más de cien años (Macedonio Fernández, en Prólogo a la eternidad). Las maneras son muchas, abundan las canciones con estrofas de versos irregulares (“Bala perdida” p.ej.), los pies quebrados o los finales de otra medida, pero lo más común y “natural” son los cuartetos octosílabos de rima alternada (A, B, A, B) o ‘redonda’ (A, B, B, A) en los que aparece también con mucha frecuencia la rima asonante y que conviven con un inagotable acervo de versos perfectos que suenan bajo la (por fortuna) muy extendida forma de la Décima, cuyos cultivadores alcanzan habilidades y hacen gala de talento muy especiales en reuniones, encuentros y sociedades de versadores repentistas que intercambian y resuelven airosa y elegantemente desafíos como las décimas de cuarteta obligada: Un versador propone una cuarteta y otro debe responder, mostrando ingenio y sabiduría a la altura de la propuesta, con cuatro décimas cuyos versos finales serán cada uno de los de dicha cuarteta: Uno lanza: Si acaso no me conoces, Y el desafiado: Vivo enfrente de un lugar,
Pregunta por “El Cuadrado” Si el pueblo ya se acabó Las maderas son de pino, Un verdadero torrente de inspiración, de ingenio, de humor, de hallazgos, metáforas, imágenes y malabares que, a veces de tan oídos, nos pasan inadvertidos… … ojos de papel volando… ¿Quién no firmaría ese verso? En fin. Y yo, entusiasta del canto popular mexicano y latinoamericano, por algún tiempo aprendiz muy poco aventajado de la vihuela de mariachi, de la jarana y el arpa veracruzanas, decimista más terco que inspirado, más pensado que espontáneo, no aguanto la tentación (ustedes sabrán disculpar) de poner aquí una mía, de cerrar con esta décima dedicada a una jarocha, por desgracia hipotética pero tan cierta y hermosa como la que más entre ellas: En ti se estremece el son, Arcadio Hidalgo y Nopalapan* En plena época del porfiriato, Arcadio Hidalgo nació el 12 de enero de 1893 en la entonces hacienda de Nopalapan (hoy ejido), en el municipio de Juan Rodríguez Clara, que se ubica en la región del Papaloapan, en Veracruz. Su padre fue Perico Hidalgo, negro cubano que de Cuatotolapan se fue a vivir a la hacienda, donde se casó con doña Luz Cruz, hermana de Felipe, padre de Leonardo Cruz, quien todavía (a mediados de los 90’s) vivía en Nopalapan, lugar que, como resultado de la Revolución, se convirtió en ejido, un ejido de inmensas llanuras, fértil para el cultivo de maíz, chile y piña, pero que actualmente casi no produce nada, debido a la crisis que sufre el campo. Leonardo Cruz no titubeaba al decir que su primo hermano Arcadio nació ahí, y comentaba sobre las constancias firmadas por empleados de confianza de los Franyuti, dueños de la hacienda. Estas constancias de nacimiento de Arcadio y de sus hermanos Cirilo y Nicolás también estaban firmadas por Carlos Gómez y Emiliano Hernández, en rol de testigos; pues casi nadie, por falta de vías de comunicación, iba a la cabecera municipal a registrar a sus hijos. Arcadio Hidalgo falleció el 7 de julio de 1985 en Minatitlán, donde fue sepultado. Muy jovencito, Arcadio Hidalgo empuñó el rifle cuando en 1906 se incorporó al movimiento revolucionario de Hilario Salas. Inquieto y leal a sus principios, siempre participó en las luchas reivindicadoras de los pobres, que fueron víctimas del porfiriato que él combatió. Tal vez por eso decía que si reviviera Porfirio Díaz, convertido en tortilla se lo comería. Su gloria y grandeza fue la jarana, sus coplas y décimas a la par que su origen: “soy de nación campesino por eso es mi canto fino”. La versada de don Arcadio fue muy fecunda, cantando a las mujeres que tanto quiso, al campo y a las costumbres y tradiciones campesinas: Mi gusto es cuando no hay luna, (Es muy conocido el juego de baraja que los rancheros llaman “treintaiuna”). Arcadio Hidalgo brilló con su jarana y sus versos genuinamente jarochos, dados a conocer en muchas partes de la República por el conjunto de Mono Blanco, que él formó; el nombre del grupo es símbolo de magia y sortilegio del famoso Cerro que convoca a los brujos tuxtlecos y de otras partes el primer viernes de marzo. La primera vez que se presentó en México don Arcadio con el primer conjunto que organizó fue en el Teatro Caracol, a instancias de Arturo Warman. Después se acopló con los hermanos Juan y Lucio González, en Minatitlán; ahí, en la Colonia Santa Clara, hizo contacto con Antonio García León, ilustre jaltipaneco con gratos recuerdos de don Arcadio. Él nos dice en el libro La versada de Arcadio Hidalgo, editado por el Fondo de Cultura Económica: “aquella noche estábamos en el barrio Santa Clara de Minatitlán, oímos aquel estruendo de El Colás. Ese grito al aire que como a seis cuadras de distancia se oía nítido, subiendo y bajando en las posturas del son. Qué micrófono ni qué nada, es tío Arcadio”. * Texto editado, tomado del blog de la Fundación Doctor Salvador Navarrete Gómez.
LAS DÉCIMAS MÁS FAMOSAS Yo me llamo Arcadio Hidalgo Yo soy como mi jarana, DE ORGULLO Y FALSA MODESTIA De muchas cosas me valgo Tú eres el negrito poeta
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