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Oaxaca ¿Academizar la música tradicional? Víctor Sabino Martínez Rivera Pasante de maestría en Educación Musical y ex docente del Cecam
C omo maestro de música tradicional, me ha tocado escuchar diversos discursos de servidores públicos sobre la conservación, el fortalecimiento y la difusión de la cultura. Algunos se han concretado en hechos y los demás han sido sólo palabras. En el caso de los primeros, ha quedado en muchos casos la sensación de que las acciones solucionan sólo temporalmente –y a veces ni eso- el debilitamiento y la pérdida de las tradiciones musical. Hace más de 30 años esa decepción ocurrió. Luego de una reunión de las autoridades de los pueblos mixes, en emulación de las asambleas comunitarias, se determinó realizar en Tlahuitoltepec, Oaxaca, el proyecto de un conservatorio de música de la región. Pero al concluir el sexenio gubernamental de entonces, el plan se abandonó. Afortunadamente, la idea de crear el conservatorio no murió ahí; fue retomada por maestros de la región y, usando las instalaciones que habían quedado, empezó el proyecto educativo que actualmente se conoce como Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe (Cecam). Desde su creación, el Cecam ha transitado por varias etapas: desde operar cursos temporales de capacitación, hasta el establecimiento de dos niveles de formación que se imparten siguiendo el calendario escolar oficial. Su principal característica es el uso de la música tradicional de bandas para dar una formación musical con un pie en la tradición y otro en el estudio académico. Ahí se estudian materias como solfeo, armonía y apreciación musical, y se participa en las festividades de las comunidades bajo el esquema de las gozonas o servicios musicales de mano vuelta. Además, los servicios de albergue y préstamo de instrumentos permiten acceder a una formación musical a estudiantes de escasos recursos, generalmente provenientes de comunidades indígenas.
La idea de utilizar el repertorio tradicional en lugar de la música “clásica” usual en las escuelas de música es atractiva, pero se ha topado con obstáculos. Por un lado, en el menú de carreras de la Secretaría de Educación Pública no existe el nivel técnico en música tradicional, por lo cual la intención de que la formación musical impartida en el Cecam tenga validez ante otras escuelas de música sufre tropiezos. Por otro lado, el desarrollo de materiales específicos que permitan abordar temas equivalentes a los planes de estudio de las escuelas de música se ve complicado, debido a la ausencia de la música tradicional en tales escuelas. A ello se suma que los recursos con que opera el Centro son insuficientes para contar con el personal que permitiera ejecutar al cien por ciento su propuesta de formación, por lo que aún dista de ser satisfactorio. Y también surge una cuestión: ¿en realidad la música tradicional se conserva y fortalece al academizarla? Si no se despoja el carácter tradicional de la música, sí. Veamos, en la música tradicional no sólo hay conocimiento de las notas, escalas y repertorios, también hay saberes. Éstos implican discernir cómo, cuándo y dónde interpretar determinados repertorios, de la transformación y creación de piezas musicales. Además, la música tradicional no es estática, responde al dinamismo de la cultura, y aunque su transformación gradualmente lleve a modificar las características que se le conoció en un momento dado, la persistencia de elementos que la vinculen con la tradición de una población seguirán referenciándola como perteneciente a dicha población. ¿Y todo eso es posible trabajar en un aula? Bueno, aquí el asunto es que la educación -y en este caso la formación musical- no debe estar desvinculada de su contexto y su realidad, y el acierto del Cecam ha sido su participación en las diversas actividades músico-sociales de la población, vinculando el bagaje musical de la cultura en la que están inmersos los alumnos con el estudio académico de la música. Esta forma de operar ha permitido a varios egresados buscar su profesionalización en alguna escuela de música que expida títulos, y a otros insertarse en el campo laboral, como ejecutantes en diversas agrupaciones, formadores de bandas, maestros de música, o en alguna otra actividad relacionada.
Morelos Las bandas de viento
Cornelio Santa María Músico tradicional Amaneció lloviendo, la neblina se ve hermosa cubriendo los cerros y las montañas, los jagüeyes, los árboles, todo; desde mi cabaña apenas se ven los tejados vecinos y el campanario en la parroquia del pueblo. Somos afortunados; cada amanecer nos despierta un armonioso concierto de primaveras, cenzontles y jilgueros, el alboroto y regocijo de gorriones en sus nidos, una sinfonía de perros ladrando, uno que otro gallo cantando y algún burro que rebuzna a lo lejos. Es Tlayacapan, al norte del estado de Morelos, de ahí somos la Banda que, con más de un siglo de existencia, seguimos firmes en la tradición, resistiendo la globalización, promoviendo la identidad, el arte y la cultura de los pueblos. Contemplar la lluvia y las nubes entre los cerros me motiva a hacer algunas reflexiones. Las culturas no son estáticas, están en constantes procesos de renovación. En la tradición musical de bandas de viento en nuestro país, la televisión ha jugado un papel fundamental en tales cambios. Es muy fuerte el poder de penetración de este medio electrónico en la mente humana. En las sociedades rurales la comunidad es quebrantada, los lazos que unen el tejido social se rompen cotidianamente. La música tradicional es como la mezcla, el cemento que une, que pega los tabiques e impide que nos derrumbemos. La televisión está en el rincón más íntimo de los hogares mexicanos y mucha gente no tiene defensas, no resisten los embates de Furia Musical, Reventón Musical o la programación de Bandamax (banda sinaloense, movimiento alterado o enfermo, narco corrido, banda norteña, etcétera). Es muy fuerte la influencia de la televisión en la construcción o destrucción de identidades, individuales o colectivas, y son fuertes sus intereses, el music business. A principios de 1990 tuvo lugar un movimiento de bandas al amparo de Televisa, junto con sus ramificaciones. Se inauguró una etapa mercantil con las bandas como el centro de atención. Las nuevas bandas de Televisa fueron conformadas con músicos de tradición oral, por eso la propuesta cuajó en menos de tres años. Las bandas de viento estilo sinaloense son las que más se transmiten por la televisión y la radio, pero eso no quiere decir que Sinaloa sea la cuna de las bandas de viento. Se ha dado una homogenización musical en el país y esto ha provocado ideas erróneas sobre los antecedentes históricos de las bandas y un desconocimiento de las diferentes tradiciones musicales que tienen lugar en todo México. La década de los 90’s significa cambio, rompimiento, transformación y revolución en la creación, distribución y el consumo de la música de banda. No hay duda de que la madre de este gran movimiento de bandas fue la Banda Móvil, junto a la disquera regiomontana Metro Casa Musical, misma que años después se fusionó con Peerless y con Warner Music. El despegue y la consolidación del nuevo fenómeno estuvieron caracterizados por el uso de tecnología, instrumentos, intérpretes, bocinas, luces, vestimenta, estudios de grabación y un aparato de promoción. Bandas de viento en todo el país dejaron de lado el repertorio tradicional y optaron por lo comercial. Esta nueva forma de hacer música asume su rostro más acabado en la Banda Móvil, de Nayarit; la Banda Machos, de Villa Corona, Jalisco, y la Banda El Recodo, de Cruz Lizárraga. Las nuevas bandas están pensadas para vender, para hacer dinero. Vinieron a ocupar espacios mediáticos que dejó el mariachi en la televisión. Televisa decidió guardar el mariachi (versión comercial), lo limita en su programación y recurre a las bandas de viento tradicionales de varias regiones para alimentar nuevas propuestas de mercado. El músico tradicional ha decidido entrar en el circuito comercial convirtiéndose en un entretenedor de multitudes, con conciertos masivos, haciendo a un lado la importancia y el carácter histórico de su rol social. Su función identitaria y de cohesión social es enajenada a grandes empresas de entretenimiento, como bien resume en su tesis de maestría el joven historiador guanajuatense Luis Omar Montoya Arias. En 2011, en el noticiero de Joaquín López Dóriga, habló a la nación el maestro Ernesto de la Peña (1930-2012); fustigó la música que acompaña estos tiempos de violencia y sus efectos en la conducta de masas y planteó la necesidad de incorporar actividades artísticas en los esquemas educativos de la Secretaría de Educación Pública como alternativa generadora de conciencia en las futuras generaciones de mexicanos. Ojalá así sea. Descanse en paz don Ernesto de la Peña.
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