n su reciente ensayo Una Europa alemana (Paidós, 2012), Ulrich Beck, un destacado sociólogo alemán, conocido más por su concepto de la sociedad del riesgo
(una situación en que no somos capaces de lidiar con la incertidumbre y las consecuencias que generamos
), pinta un panorama del continente sumergido en crisis y dirigido de facto por Alemania, un imperio accidental
(véase también: Página/12, 15/3/13, y Social Europe Journal, 25/3/13). Su visión es relevante (y sintomática), tanto por lo que este gran euroentusiasta y uno de los pensadores más influyentes dice, como por lo que calla.
Para Beck, el horizonte es bastante sombrío: la erosión de las democracias europeas, la tensión entre el nivel institucional de la Unión Europea (UE) y los estados nacionales que imposibilita la actuación (por lo que habría que reinventar el Estado-nación
y pensar en una nación-cosmopolita
) y varias divisiones dentro de la misma UE (entre acreedores y deudores, norte/sur, entre la eurozona y los demás países y entre las diferentes visiones de integración).
Según él, son precisamente estas divisiones que están detrás del nacimiento de una Europa alemana
y del nuevo balance de fuerzas, aunque la hegemonía teutona, producto de su peso económico, no es fruto de ningún plan maestro
: Angela Merkel sólo está aprovechando la ocasión para devolverle a los alemanes la superioridad moral
, reducando al sur sobre la virtud de la austeridad y la responsabilidad
. ¿Su herramienta?: merkiavelismo, una nueva táctica disciplinaria, la afinidad política entre Merkel y Maquiavelo, una mezcla de retraso de decisiones y acción decidida.
Aunque esta radiografía del poder y de sus nuevas modalidades es interesante, el resto del análisis del estudioso alemán es problemático. Concibiendo habitualmente la crisis como un resultado de la condición de nuestra sociedad determinada por riesgos e incertidumbres
y la descomposición de sus instituciones, Beck no dice nada sobre los mecanismos sistémicos de la crisis capitalista, choque de intereses o clases, ni siquiera sobre los vínculos de la arquitectura de la UE o de la misma Alemania con el capital. Nada más detallado sobre las razones de la superioridad
de la economía alemana (un modelo exportador basado en bajos salarios), del papel de la banca alemana (uno de los objetivos de la austeridad impuesta al sur es la devolución de su dinero) o, por ejemplo, de la alemanización
de los intereses monetarios con la introducción del euro.
El vacío en el análisis de los conflictos reales y materiales fue llenado con argumentos personales y culturales. Beck demoniza así a su canciller y particulariza el papel de su país, cuando en realidad Merkel no es ningún príncipe solitario y soberano
, sólo una representante de los intereses de los grandes empresarios y las corporaciones financieras, y la austeridad no es una herramienta típicamente alemana (fruto de la ética protestante
), sino una exigencia sistémica del capital.
Si bien Beck tiene razón en que la solución a la crisis es política y no económica, y resalta una realidad incómoda –el proyecto de Europa siempre ha sido una cosa de élites–, sus recetas decepcionan (más Europa social
, más sociedad civil europea
, etcétera) y su llamado a rescatar la democracia
y a edificar una Europa desde abajo hacia arriba
junto con los tecnócratas como Jacques Delors o Javier Solana (véase también: The Guardian, 3/5/12), responsables justamente por elitizar
a la UE y excluir a la ciudadanía, parece casi un chiste, revelando sólo la miseria de todo el proyecto.
Cuando en este contexto Giorgio Agamben, un gran filósofo italiano en un corto y sonado ensayo – The Latin empire should strike back ( Libération, 26/3/13, reimpresión de La Repubblica)–, propuso revivir la idea del imperio latino
(Francia-España-Italia), sugerida originalmente en 1945 por otro filósofo, Alexandre Kojève (que predecía el rápido ascenso económico de Alemania y ocaso de los estados-naciones que harían lugar a imperios
), su proposición fue tomada como un necesario contrapeso a una Europa germana
. El debate se calentó tanto que el mismo autor de Homo sacer tuvo que precisar que no se trataba de contraponer los dos bloques o antagonizar más al continente. Su único propósito era llamar a rescatar el lenguaje y los códigos culturales de Europa oscurecidos por el lenguaje económico sobre el que se construyó la UE (un organismo, según Agamben, sin legitimidad ciudadana) y que ahora tiene exclusividad en la crisis
, que también se volvió un nuevo instrumento de gobernar mediante el retraso de decisiones (¡ merkiavelismo!). Para él, el problema de Europa no es Alemania, sino la ausencia de la cultura en la política, y revivir los lazos culturales entre sus naciones podría ser un remedio ( Frankfurter Allgemeine Zeitung, 24/5/13).
Siguiendo estas voces, queda claro que en Europa todo iba bien
hasta que con la crisis lo real (Lacan) de nuestras vidas que es el capital hiciera su traumática intervención, destruyendo todas las narraciones universalistas (comunidad europea
) y culturales. Cómo en un repentino desliz de bios (vida filtrada por la cultura) a dzoe (vida biológica) –para emplear los términos cercanos al mismo Agamben– quedaron al desnudo los fundamentos capitalistas de Europa.
Desgraciadamente frente a lo real, la mayoría de los autores, Beck y Agamben incluidos, prefirieron seguir buscando las explicaciones y soluciones en el universalismo y en la cultura. Sólo unos pocos, aceptando la existencia y el poder del capital, trataron de ver más allá de las borrosas dicotomías norte/sur (un trabajador alemán en realidad tiene más en común con uno italiano que con su élite financiera y exportadora) o imperio alemán/imperio latino, poniendo atención al verdadero conflicto y a la más importante dicotomía, que mejor explica la crisis, no sólo en Europa: la de capital/trabajo.
*Periodista polaco