a persecución violenta de Manning y Assange, y más recientemente de Snowden, por el aparato administrativo de Estados Unidos, secundada por las naciones de la Unión Europea, pone de manifiesto lo que de todos modos ya sabíamos y en parte habíamos asumido: que la sociedad estadunidense, la organización social moderna por excelencia, la más desarrollada tecnológica e industrialmente, la más democrática del mundo y de la historia de la humanidad, la que levanta contra todos los vientos la bandera de los derechos humanos y la defiende con todas sus armas y todas sus guerras, esta nación norteamericana, y las naciones europeas tras ella, han rebasado la imaginación de las pesadillas político-literarias más significativas del siglo XX: Brave new world, 1984 y Die andere Seite.
Visiones tenebrosas. En Brave new world, Aldous Huxley describió una civilización altamente racionalizada y tecnológicamente hiperdesarrollada que había reducido la cultura humana a grados máximos de degradación moral. En ese brave world no hay arte, la literatura ha sido suplantada por el entretenimiento; tampoco hay libros; las universidades se expanden como grandes sistemas de control del conocimiento y de persecución corporativa de la inteligencia reflexiva; también se ha mutilado lingüísticamente todo impulso social de rebeldía y todo instinto creador. Y en ese new world todos consumen una droga que simula como reales las fantasías de paraísos virtuales de otro modo inalcanzables.
1984 es el relato de una burocracia que ha desarrollado sistemas de vigilancia y control sobre la población civil hasta los extremos que podía imaginar un intelectual liberal británico que había luchado contra el totalitarismo fascista en la Guerra Civil española. Describe un poder corporativo total sobre las palabras y los lenguajes, sobre la vida emocional e íntima de las personas, sobre su productividad y consumo, y sobre los restos de una vida espiritual fragmentada, degradada y dispersa.
La otra parte es una novela del pintor expresionista Alfred Kubin que complementa las dos visiones políticas y poéticas de Orwell y Huxley. Su autor relata su viaje a un país utópico en el que la revolución más sublime que podía abrazar la humanidad se ha convertido exactamente en su contrario: una organización totalitaria y violenta; una forma de vida degradada a su expresión más inhumana; un sistema político fundado en el genocidio científicamente organizado y un control policial absoluto sobre sus súbditos. Pero ese nuevo poder del Estado no se fundaba en el terror, sino en la propaganda. Una propaganda total y omnipresente de la que tampoco nadie podía escapar. Propaganda capaz de representar el infierno en el que vivimos en el más sublime paraíso, y de embellecer los cuadros de violencia militar, tortura y campos de concentración llamados de refugiados para decenas de millones de humanos, y de representar los movimientos migratorios masivos generados por la violencia militar, la devastación biológica del planeta y el empobrecimiento financiero como los signos resplandecientes de un nuevo orden mundial fundado en la razón, la soberanía democrática de los pueblos y el respeto absoluto de la dignidad humana.
El crimen de Manning y Assange ha sido poner de manifiesto la corrupción metalingüística de esta administración política mundial. Ha consistido en exponer a la conciencia global el sistema electrónicamente codificado de mentiras, de transacciones criminales y de un poder político brutal, oculto tras los softwares y las pantallas del espectáculo global. Como en aquel sistema de mentiras y voluntades criminales que se ocultaba tras el newspeak de Orwell, la semiología de la comunicación de masas llama hoy paz a la guerra, libertad a la servidumbre y poder a la ignorancia. Pero no solamente han desmantelado el aparato de propaganda global. Además, Assange y Manning han puesto de manifiesto la inhumanidad, el cinismo y la brutalidad de los métodos científicos de la guerra moderna. Lo han revelado con documentos sólidos y sórdidos.
Snowden ha hecho explícito el lado complementario a ese mundo subterráneo de las transacciones políticas y acciones criminales. Ha iluminado en un instante sus sistemas de información y control sobre virtualmente todos los habitantes del planeta. Ha revelado la utilización de programas capaces de detectar y almacenar información sobre la vida de las personas físicas, desde su cotidianeidad hasta sus más sublimes ideales, pasando por sus actividades económica o políticamente relevantes. Ha esclarecido con pruebas transparentes que hemos entrado en una edad política de vigilancia totalitaria universal. Totalitarismo electrónico y lingüístico.
Al otro lado del espectáculo la resistencia social y política contra este sistema crece día a día. Comenzó con acciones perfectamente organizadas de resistencia civil contra la corrupción corporativa de los bancos mundiales en las manifestaciones de Seattle, en noviembre de 1999, en la que bloquearon la entrada a la burocracia del World Trade Center. Le siguió poco después una de las manifestaciones más sangrientas en la historia europea, dirigida contra la cumbre del G-8 reunida en Génova. Prosiguió su larga marcha en las sucesivas versiones del Foro Social Mundial, inaugurado en Porto Alegre en 2001. Sus últimas expresiones son los movimientos Occupy en Estados Unidos y los Indignados en Europa en su revuelta contra las últimas consecuencias socialmente catastróficas del sistema político neoliberal. En el mundo árabe a estas implosiones sociales se las ha llamado primavera porque han sacudido una larga tradición autoritaria. En Brasil y en toda América Latina ha puesto en cuestión un sistema socialmente irresponsable de democracia. En todos esos lugares el clima intelectual es idéntico: una crítica de las elites corporativas y de su poder invisible sobre las políticas parlamentarias, un rechazo de la guerra global bajo todas sus formas, la impugnación de la manipulación de las masas a través del espectáculo mediático y una clara protesta contra sistema electrónico de dominación totalitaria mundial.
El acoso, la persecución, e incluso la tortura sobre Snowden, Assange y Manning son una reacción política de autoprotección de ese mismo sistema y ponen de manifiesto su fuerza cada día más devastadora. Tratarlos como criminales por haber revelado sus crímenes contra la humanidad revela la absoluta opacidad y la completa impunidad de ese poder. Al mismo tiempo, pone de manifiesto los objetivos y el concepto de esclarecimiento en el mundo contemporáneo. Primero: el análisis reflexivo y la crítica de la guerra científica, de los sistemas de destrucción administrada de los ecosistemas, los hábitat naturales y las comunidades humanas, en nombre de una defensa contra aquel mismo terrorismo que ella genera. Segundo: el análisis reflexivo y la crítica de los sistemas, los lenguajes y los iconos de la propaganda total que rige la vida cotidiana en las democracias posmodernas. Tercero: la crítica de los sistemas de vigilancia electrónica universal. Esas son los tres objetivos de toda reflexión libre y emancipadora sobre el mundo histórico y natural contemporáneo. Junto a un cuarto y último momento: la destrucción sistemática del ecosistema por las corporaciones industriales. Los cuatro capítulos de una crítica de nuestro tiempo.