Los golpes aún son un método correctivo de los padres, revela investigación
Los menores no son los responsables, sino víctimas de las agresiones cotidianas en el hogar, en el barrio y en los medios, concluye estudio aplicado en 16 secundarias del Distrito Federal
Lunes 8 de julio de 2013, p. 39
La violencia entre estudiantes que persiste en las escuelas, particularmente en las secundarias, es sólo la reproducción del ambiente generalizado de violencia que la sociedad mexicana tolera e incluso aplaude: al agresor se le llega a dar el papel de líder
.
Una investigación realizada por Nelia Tello Peón, académica de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), concluyó que las autoridades educativas, padres de familia, maestros y medios de comunicación culpan de este fenómeno exclusivamente a niños y adolescentes, cuando en realidad ellos no son los responsables, sino víctimas
de una violencia habitual que ven en la familia, el entorno cercano a los colegios, en los barrios y en los medios.
Durante 12 años, Tello Peón ha realizado varias investigaciones con estudiantes (de entre 13 y 15 años) de secundarias públicas en las 16 delegaciones del Distrito Federal para conocer cómo viven y enfrentan este fenómeno. Una de las muestras más recientes revela lo siguiente:
Diecinueve por ciento de los jóvenes afirmó que en su casa no existen reglas; cuando reportaron que sí hay, 57 por ciento señalaron que si se portan mal sus padres los amenazan con castigarlos, lo que no cumplen; 5 por ciento indicó que son sancionados con golpes o los dejan sin dinero; 35 por ciento dijo que algunas ocasiones les pegan para reprenderlos, esto habla de que en 40 por ciento de las familias aún se utilizan los golpes como método educativo, y lo peor es que la sanción una vez se aplica y otras no, todo depende del humor de los padres
.
El porcentaje entre alumnos que son golpeados en su casa y los que pelean en la escuela es coincidente.
Otros resultados son que en los hogares donde se imponen reglas, 56 por ciento de éstas se cumple, lo cual es “reflejo de lo mismo que sucede en el país: 13 por ciento de los estudiantes de secundaria ha tenido al menos una experiencia (extorsión y abuso) con la policía; 33.5 por ciento tiene un familiar en prisión, sea por una razón justa o injusta; a 18 por ciento no le gusta ir a la escuela y prefiere estar en casa cuando no están sus padres; 9 por ciento dijo que asiste al colegio sólo para salir de su hogar; entre 5 y 7 por ciento se siente excluido entre sus compañeros; 6 por ciento ha pensando dejar los estudios y 38 por ciento no confía en los maestros.
Los colegios premian a los alumnos sumisos, a los que no expresan qué quieren, piensan o desean. Y hoy las autoridades están más preocupadas por las evaluaciones Enlace y PISA que por resolver este grave problema, señala en un estudio Nelia Tello Peón, investigadora de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM. En la imagen, una madre de familia con sus hijos en una fuente del camellón de la avenida Álvaro ObregónFoto Roberto García Ortiz
Con base en los resultados de sus investigaciones, Tello Peón concluye que en la violencia escolar hay tres grupos de niños y/o adolescentes: los que aceptan que existe mucha violencia en los centros educativos, en su mayoría reconocen que la ejercen y asumen que son violentos. Esto les genera una personalidad de culpa y se les responsabiliza de lo que no es, porque son víctimas de un sistema violento: él o ella reproducen lo que están viviendo
.
El segundo grupo es el más preocupante
, ya que aceptan como normal y natural lo que acontece en sus escuelas cotidianamente. Es un número alto, alrededor de un tercio, y representan al llamado testigo que legitima la violencia
.
Un tercer sector, más pequeños, son los excluidos
(pueden ser agresores o víctimas). Culturalmente, y eso se expresa en los colegios, se excluye al diferente. No nos gusta el que tiene una orientación sexual distinta, el o la que es demasiado bonita (o), el obeso, el que no es como nosotros
.
Hay tres características –no necesariamente se tienen que cumplir todas– de los menores excluidos
: quienes son incapaces de relacionarse, los que tienen problemas de aprendizaje, y los que provienen de familias con dificultades económicas.
En la resolución del fenómeno deben participar todas las partes involucradas.
La investigadora de la ENTS propone que el problema se haga visible, se reconozca y se acepte; no responsabilizar exclusivamente a los adolescentes de la violencia; trabajar en estrategias de convivencia y atención, y generar tácticas que hagan consciente a la sociedad de que dentro de la igualdad social existen diferencias entre los individuos, y éstas deben aceptarse.
Las escuelas no deben expulsar a los menores que son problemáticos
, hay que retenerlos, pues lo que hoy es un problema escolar se convertirá en el futuro en un conflicto social.
Los colegios premian a los alumnos sumisos, a los que no expresan qué quieren, piensan o desean. Hoy las autoridades educativas están más preocupadas por evaluaciones como Enlace o PISA que por el ambiente de violencia que se vive dentro y fuera de las escuelas
, concluye.