Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A vuelo de pájaro
L

a economía lleva varios meses con una expansión por debajo de la esperada, según las proyecciones que había al final del año pasado. Los pronósticos para este año se han ido ajustando a la baja, cada vez que se conocen los resultados de la evolución productiva. Algunos sitúan el crecimiento en 2.8 por ciento, aunque otros aún sostienen que se puede alcanzar 3.5, lo que ya incluye una primera corrección oficial del 3.8 por ciento planteado originalmente.

Las diferencias indican que los sectores productivos, el ingreso y el gasto se comportan de modo complejo, además de ser así por su propia naturaleza, debido a diversos factores –internos y externos– que inciden en la dinámica general de estos primeros meses de gobierno. No hay una sola versión de los hechos, menos aún una que explique lo que ocurre. En el mejor de los casos se puede interpretar partiendo de cómo se articulan los procesos.

A las divergencias de opiniones y análisis que se ofrecen corresponde, sin embargo, una constante y es que el bajo nivel de la demanda de Estados Unidos impacta de modo adverso en las exportaciones. De ahí se genera un efecto en la demanda interna, es decir, en el consumo y la inversión. Nada que no se sepa. La dependencia es para uno y otro lados. Las exportaciones manufactureras que son la base del crecimiento están, de manera crónica, muy concentradas por tipos de productos y en su gran mayoría van a aquel país.

Esto último no es nuevo, pues ocurre desde fines del siglo XIX. Lo relevante es que tras una época de industrialización en la segunda posguerra, de la disponibilidad de reservas petroleras en los años de 1980, y de acuerdos comerciales al por mayor en los de 1990, no se ha podido hacer ninguna de dos cosas que parecerían elementales.

Una es crear un mercado interno más resistente y dinámico, basado en un extenso territorio, una población en constante crecimiento, con gran proporción de jóvenes y con un potencial creado por la transición demográfica que ya está en curso y, por cierto, desperdiciándose.

La otra es aprovechar al máximo la cercana relación geográfica, económica y poblacional (asociada con la emigración) con Estados Unidos para sacar el máximo provecho en términos del mercado. Esa podría ser la base de una estrategia de crecimiento sustentada en criterios de inversión, empleo, uso de recursos y políticas públicas que ubiquen de modo competitivo las definiciones ideológicas del Estado y la sociedad. Más ironía política vaya.

Esto no se ha alcanzado ni firmando un amplio tratado de libre comercio desde hace ya casi 20 años. El TLCAN ha rigidizado más la relación económica bilateral y la estructura de la economía mexicana. Los grados de libertad siguen siendo bastante limitados para un proyecto presentado en su momento como un cambio radical para esta economía y sus empresas. En cambio, los debates actuales sobre las Pymex y su financiamiento son repetitivos y parecen al margen de ese ámbito institucional ya creado.

En ambos casos las políticas para el mercado interno en las que se incluyen las de promoción productiva, antimonopolio, fiscal, monetaria, cambiaria y de financiamiento se han basado en un armazón de control político muy rígido y de una desigualdad social creciente.

En este terreno hay muchos asuntos que revisar en cuanto a la enorme concentración en el sector productivo y financiero, y en los efectos de las recurrentes crisis económicas desde 1976, cuando ocurrió la primera devaluación del peso ante el dólar luego del llamado desarrollo estabilizador.

Todo se paga, aunque sea posible sumergir los costos en las cuentas públicas, los presupuestos y las concesiones. Donde es más difícil esconderlos es en el terreno de las condiciones sociales y la prestación de los servicios públicos, como la educación y la salud, o la situación financiera de las entidades públicas, entre otros. Ahí la degradación ha sido permanente.

Un elemento al que se achaca la actual contención de la actividad productiva es la lenta ejecución del gasto público, aunque el gobierno federal apenas reconoce poco atraso. Algunos lo atribuyen a las condiciones prácticas del cambio de gobierno, una especie de ciclo político de la economía. Parecía que el programa económico presentado de modo tan afirmativo sería capaz de impulsar este rubro relevante del gasto total.

En la prensa extranjera se pueden ver muchos intentos por destacar la situación mexicana con el nuevo gobierno. Se dice que el país tiene un futuro promisorio que contrasta con lo que sucede, por ejemplo, en Brasil y Argentina. Esto se sostiene en esencia en el programa de reformas que se está impulsando (educación, telecomunicaciones, finanzas). Pero cuando mucho están en una etapa inicial y no es lo mismo legislar que aplicarlas de modo concreto.

Desde el exterior la presión más relevante ahora es el anuncio del cambio de política de la Reserva Federal, que al ir limitando su intervención monetaria hará que las tasas de interés se eleven. Eso impactará en México por la gran afluencia de capitales foráneos especulativos aquí invertidos. También sigue siendo sensible la frágil situación europea tanto económica como social. Las corrientes de dinero e inversión responden de modo vertiginoso ante los cambios de las medidas económicas incluso cuando son esperadas.