De muros y miedos
n Washington votaron los senadores y aprobaron la reforma migratoria. Sin fiestas, sin manifestaciones de alegría entre los millones de ilegales
de allá que podrán legitimar su estancia y adquirir la ciudadanía en un largo lapso de trece años. De acá de este lado, lo de siempre. Nuestros indignados no marchan, no protestan; empantanados en los usos y costumbres, hablan de agravios a la nación, de insolencia imperial, porque los del miedo allá incluyeron la erección de una Muralla China a lo largo de la larga frontera, y aparatos de alta tecnología para impedir el tránsito, el paso, el flujo de la otredad.
Entre los desolados y ofendidos hubo alguno que equiparó la absurda erección de la kilométrica barda con el Muro de Berlín. Se le olvidó que aquel muro pretendía evitar salir, no impedir entrar. Y sobre todo, que los mexicanos que han muerto a mitad del río (salud, Luis Spota), los que han cruzado el desierto de Arizona y arriesgado todo, dejado todo acá de este lado, son, han sido siempre, los mejores, los más valientes, los que no aceptan la fatalidad de la pobreza y el hambre, el amargo contraste con una minoría dueña del dinero y de gobernantes que están al servicio de ese uno por ciento. La clase alta de acá comparte miedos y mitos con los de allá, con los neoconservadores de la ultraderecha que lloran de emoción al escuchar la voz de Ronald Reagan en las pantallas de la televisión: Mister Gorbachov: ¡Tear down that wall!
Los campos mexicanos son un erial. La incuria, las sequías, el desperdicio del agua en las áreas de riego, la tala de árboles y la erosión; sobre todo, el desgobierno, el desmantelamiento de las instituciones al servicio del agro, del crédito, de los precios de garantía, del almacenamiento. Cuatro milpas tan sólo han quedado. Y son las de los que siembran y cosechan productos de exportación. Para enviarlos al vecino del norte, imperio de los mercados al que llegan diariamente miles de tráilers cargados de verduras y fruta, aguacate de Uruapan y jitomate de Sinaloa. Los señoritos de la tecnocracia abandonaron el mercado interno. Y no sólo el agropecuario. La economía no crece, ni el empleo formal; aumentan los mexicanos de clase baja
. Y el hambre. Pero ya hace años que no se van al otro lado los braceros, los jornaleros agrícolas. Allá y acá hay, cuando existen, empleos urbanos, en el área de servicio.
Allá empiezan a buscar el regreso de la producción industrial. Detroit da signos de vida y el gobierno de Obama presume la resurrección del automóvil producido y armado allá. Pero es la era del conocimiento, de la revolución binaria, de las telecomunicaciones y de las matemáticas y la física como herramientas productivas. Por eso llegan a los USA inmigrantes del mundo entero, de la India y Pakistán, de la Europa oriental que dejó de estar al otro lado de la Cortina de Hierro. Y mexicanos capacitados, formados en el sistema de educación pública gratuita y laica. O en los tecnológicos fundados por los de la clase alta
para formar sus propias élites. Todos con recursos de nuestra economía que entró en coma hace treinta años. Se siguen yendo los mejores, los más decididos. Con el muro ahí plantado y con la extensión aparatosa que, quizás, alcancen a erigir.
Por lo pronto, se aprobó la reforma migratoria en el Senado. Falta el voto de la Cámara de Representantes, donde es mayoría la derecha, donde los conservadores del Partido Republicano se han doblegado ante el empuje irracional del Tea Party. Ahí verán con agrado la extensión del muro, el sobrevuelo constante de drones y la vigilancia electrónica. Y ahí escucharemos lamentos patrioteros, repetición de los mitos y los miedos con los que justifican la xenofobia y el racismo. Robert Reich, talentoso secretario del Trabajo del primer gobierno de Bill Clinton, dice en su blog: La batalla sobre la reforma migratoria es a menudo sobre el miedo: miedo a que los inmigrantes perjudiquen la situación económica de los estadunidenses por nacimiento. Pero ese miedo se basa en tres mitos económicos
.
Uno. Sometería a mayor tensión los programas de seguridad social y medicare. Dos. Les quitaría empleos a los nacidos en los USA. Tres. No necesitamos más población. Falso, dice Robert Reich: 1. Los inmigrantes legales pagarían impuestos, seguridad social y medicare durante el lapso fijado para adquirir la ciudadanía. 2. No hay un número fijo de empleos a distribuir entre los solicitantes; al crecer una economía, crea más empleos
, y según las previsiones, con la reforma aumentaría 3 por ciento el crecimiento económico en 10 años y 5 por ciento en 20 años. 3. La población de Estados Unidos envejece; hace 40 años había cinco trabajadores por cada jubilado; ahora hay tres, y de seguir la tendencia, habrá sólo dos en 2030: Ninguna economía puede sobrevivir con dos trabajadores por cada jubilado
.
Que pongan su barda. A nosotros debe preocuparnos el tránsito de migrantes de nuestra frontera sur. Y el tráfico de personas, de allá y de acá. Si 11 millones de mexicanos adquieren la ciudadanía estadunidense, mejor para ellos. Y para los que se oponen por miedos y mitos. Pregunten los agraviados si hay muros capaces de contener la marcha de los indignados de la clase media proletarizada, desempleada, desprovista de salud y seguridad social, desahuciada; damnificados de la austeridad, del déficit cero, del miedo y el mito. Cuando una economía crece, crea empleos. Los indignados marchan, protestan, demandan equidad y justicia social; en Grecia, España, Portugal, Turquía, Francia; en Brasil, donde Lula sacó a cuarenta millones de la pobreza y les dio acceso a la clase media, o en Chile donde exigen educación pública gratuita y esperan el retorno de la señora Bachelet. Sin rendirse a la desesperanza.
De esas multitudes se nutre la fuga de cerebros del tercer milenio; el retorno a tierras africanas, asiáticas, americanas de las que fueron conquistadores, colonizadores. Hoy ofrecen conocimientos y oficios de la era del saber. Aquí ni siquiera preguntamos qué haremos sin los bárbaros. Nos entretenemos con los combates imaginarios entre enanos, el retorno del cortejo de la clerigalla y clase alta, seguidos por gobernadores y alcaldes que ofrendan al Sagrado Corazón, a la Virgen Santísima, a Jesús las entidades a su cargo por mandato de ciudadanos de esta república federal, democrática, representativa y laica. Ah, y los payasos de carpa que ostentan fuero legislativo y disputan a pastelazos los millones del erario.
El químico Granier está en la cárcel. Y como por arte de birlibirloque aparece en escena el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva, condenado por un tribunal de Manhattan a purgar 11 de años de prisión. Granier se declara perseguido político
. Arturo Núñez, gobernador de Tabasco, insiste en el proceso judicial al inquilino anterior de la mansión Grijalva. En Chetumal es ensordecedor el silencio del gobernador Roberto Borge Angulo, priísta y amante del escenario mediático. Tal vez por eso hay tanto ingenuo que cree en la magia de la alternancia.
Y en las vueltas a la noria. Se hace política, hay intenso quehacer legislativo. Reformas en vísperas de las reformas hacendaria y energética. Pero el país padece parálisis, como la del bloqueo carretero en Sonora a nombre de los yaquis y del agua de la que privan en Hermosillo a las tierras de las que fueron despojados.
Prohibido moverse porque hay elecciones de gobernador en Baja California, de 441 diputados en 13 congresos locales y de 931 presidencias municipales. ¡Domingo siete!