ué mejor lugar si no el taller Clot et Bramsen para exponer 54 grabados de José Guadalupe Posada con motivo del centenario de su muerte? Ir de casa al taller es un paseo para el cuerpo y para el espíritu. De la calle donde vivimos, doblo en la esquina y veo aparecer el navío que es la catedral de Notre-Dame. Sus grandes arcos se dibujan en una filigrana que se eleva hacia la flecha en una navegación por los aires. Cruzo al muelle sin dejar de contemplar la iglesia con el mismo asombro de la primera vez que la vi. Camino el primero de los tres puentes que deberé cruzar para pasar de la ribera izquierda a la derecha. Veo fluir el agua del Sena, nada tranquiliza más la mente que la vista del agua viva. Miro los patos deslizarse en el río. Dos cisnes nadan con ellos. Admiro el sauce llorón que deja caer su cabellera verde hacia el Sena. Segundo puente entre la isla de la Cité y la de Saint-Louis poblado por músicos, mimos, saltimbanquis. Tomo el tercer puente y aterrizo al fin en la tierra firme de la ribera derecha. Cuánta razón tenía Roland Topor cuando afirmaba que para pasar de una ribera a otra se necesita pasaporte, ¿no se pasa de una civilización a otra? Miro de reojo el palacio restaurado donde Mozart vivió durante su estancia en París.
Durante años, en la época de Peter Bramsen, se entraba al taller por un corredor oscuro. Su hijo Christian, ahora a cargo del atelier, convirtió en galería un espacio que da sobre la calle y sirve de entrada. Creado en París en 1896, el Atelier Clot tuvo su primera sede en Cherche-midi de donde se mudó en 1968 a la rue Vieille du Temple. Ahí reina, soberbia, la vieja imprenta de litografías donde han trabajado los más importantes pintores venidos de todo el planeta. De sus prensas han salido litografías de Degas, Cézanne, Renoir, Munch, Rodin, Matisse en una primera época. Con Peter llegaron Soulages, Topor, Saura, Alechinsky. Desde los años 60, el atelier teje vínculos especiales con México con la venida de Francisco Toledo. Seguirán otros artistas mexicanos: Soriano, Cuevas, Coronel, Gironella, Parra y, ahora, los más jóvenes Guillermo Arizta, Francisco Limón o Fernando Aceves.
No me sorprende ver el gentío que desborda del espacio de exposiciones hacia el taller. Un público de artistas, de escritores, de coleccionistas, de conocedores que saben apreciar la obra de un artista. Nada qué ver con una galería mundana o un sitio oficial dirigido por burócratas. Es el lugar perfecto para exponer a Posada. Ningún museo podría haberle hecho mejor recepción, el atelier es, de alguna manera, un museo vivo. José Guadalupe Posada puede sentirse en su casa: habría trabajado con gusto en este lugar hecho a su medida.
Posada (1852-1913): le Daumier mexicain cent ans après sa mort. Exposition inédite. Cinquante poèmes, chansons, prières, articles illustrés es el nombre de esta muestra dirigida a un público francés. De ahí la referencia al célebre ilustrador Honoré Daumier. Grabados sobre madera y metal, las 54 estampas originales son deslumbrantes. Cada una cuenta una historia y hace la Historia, la verdadera, la del pueblo mexicano. Violenta y tierna, bodas y calaveras, asesinatos y calacas. Me detengo frente a algunas de ellas en un paseo que alcanza su exaltación ante las imágenes de Posada y la lectura de espeluznantes crímenes.
Las obras provienen de la colección Muyaes-Ogazon y fueron traídas a París por Karima, hija del gran coleccionista de Posada Jaled Muyaes, autor de La Revolución mexicana vista por José Guadalupe Posada. Las obras están en venta en el Atelier. Según el tamaño, los precios varían entre 75 y mil euros. Gracias a Karima por este regalo: ver más vivo que nunca a Posada, antes que se disperse esta colección entre muchas y dichosas manos. Tuve otra vez la suerte de maravillarme con la belleza, por convulsiva que sea, y sentir húmedos mis ojos al ver, a través de Posada, el desfile de la vida mexicana en París.