ace muchos años, el Newseum
, descrito como el más prominente museo de medios de Estados Unidos
, me pidió donar un trozo de metralla que cayó fuera de mi casa en Beirut, durante un brote de combates sectarios en 1983, en lo más intenso de la guerra civil libanesa; supongo que quería mostrar los peligros a los que los reporteros se ven expuestos en su trabajo cotidiano. En esos días en verdad guardaba trozos de metal y viejos cartuchos –entre ellos un pedazo de un proyectil de artillería del navío estadunidense New Jersey que se estrelló en los bosques de las montañas Chouf–, para recordarme que pertenecía a una especie en peligro. Pero tuve la extraña sensación de que algo que se llamara Newseum
tenía que ser una institución sospechosa. Así que conservé en casa mi pedazo de metralla.
Santo y bueno. Pero ahora comienza a tenderse un manto de vergüenza sobre ese escaparate de excelencia
periodística. Un acto en memoria de los 84 periodistas muertos en 2012 en cumplimiento de su deber de informar sobre guerras se ha vuelto un doloroso ejemplo de cómo un grupo de cabilderos pro israelíes puede borrar nombres de reporteros y camarógrafos caídos en guerra, pero que estaban del lado indebido
, o a los que se puede imponer esa manida etiqueta de terroristas
porque se oponían a Israel o trabajaban en una estación de televisión contraria a ese país.
En su muro de los caídos en 2012, el Newseum
(será mejor que dejemos las comillas) incluyó los nombres de Hussam Salama y Mahmoud al-Kumi, camarógrafos de la estación de televisión Al-Aqsa, afiliada a Hamas, quienes volaron en pedazos cuando un misil israelí explotó en el auto en que se alejaban de un hospital donde habían estado filmando a heridos en los combates entre Hamas e israelíes, y que llevaba claramente las siglas TV
.
Cuando el grupo de reflexión
(una vez más, las comillas son necesarias) Fundación para la Defensa de las Democracias, favorable al Likud, se quejó por la inclusión de los dos periodistas, sospeché que el Newseum
se postraría. Un día después de que el sitio web del museo anunció los 84 nombres, Cliff Day, presidente de la fundación
, declaró que haría una llamada
–todos los estadunidenses saben lo que eso significa– al presidente de la institución. “Espero que me diga que ha habido una reconsideración, una vez que ha quedado en claro que esos ‘periodistas’ eran miembros de organizaciones designadas como terroristas”, dijo.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos ha designado a Al-Aqsa como organización terrorista
; Cliff Day, Dios lo bendiga, dijo que opinaría lo mismo si el Newseum
conmemorara a organizaciones terroristas
cuyos objetivos fueran estadunidenses, cristianos, kurdos o musulmanes sufíes de Malí. Y de pasada anunció que la Fundación
podría cancelar su reunión anual sobre políticas en el Newseum
si no se hacía algo al respecto. ¿Tal vez un leve toque de chantaje?
Se pueden presentar argumentos serios acerca de las elecciones del Newseum
. En total la lista incluye 2 mil 100 nombres. Entre los más recientes están Marie Colvin, la periodista del Sunday Times abatida por proyectiles sirios en Homs el año pasado. Pero algunos de los otros 29 periodistas caídos en Siria informaban para los medios estatales de Bashar Assad, y sus nombres también están en el muro. ¿Los periodistas que trabajaban para una dictadura merecen el mismo tributo que una reportera asesinada por las fuerzas del mismo régimen? Mi viejo colega Bernd Debussmann –quien sobrevivió a un atentado de la policía secreta siria en Beirut, en la década de 1980– ha hecho la misma pregunta.
Pero el Newseum
, por supuesto, se doblegó. En una deplorable declaración, señaló que se habían planteado serias dudas
sobre si Salama y al-Kumi participaban en actividades terroristas
y que la institución revaluaría
su decisión de incluir sus nombres, dependiendo de nuevas investigaciones
.
El Newseum
añadió que adoptaría una nueva iniciativa para explorar diferentes puntos de vista sobre las dudas recientes relacionadas con los periodistas
. Muy pulcro, claro. De inmediato y mansamente, borró los dos nombres, incluso de su base de datos.
Desde luego, pregunté al Newseum
cómo había llegado a tan vergonzosa decisión. ¿Se restaurarían los nombres? Y, añadí, en vista de toda esta cobardía, ¿sería posible que un reportero que hubiera trabajado en una zona de peligro recibiese garantías por escrito de que en caso de morir su nombre no sería incluido en esa lista deleznable?
¿Y qué recibí en respuesta? El Newseum
me arrojó el mismo comunicado barato que emitió cuando la Liga Antidifamación –otro ente observador
pro israelí que debió haber perdido sus dientes– rugió que estaba escandalizado e indignado
por la inclusión de los periodistas favorables a Hamas. Supongo que es sólo cuestión de tiempo para que esos fanfarrones se quejen si cualquier periodista muerto que haya sido remotamente crítico de Israel aparece de pronto en la lista.
Todos los que trabajamos en zonas de guerra oramos por sobrevivir. Pero la posible inclusión de mi nombre en la lista de fallecidos del vomitivo Newseum
sin duda incrementa mi deseo de conservarme vivo. En cuanto a Salama y al-Kumi, puede el lector tratar de encontrarlos en la base de datos de la organización. Periodista no encontrado
, dice. El Newseum
los mató por segunda vez.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya