n Argentina se cerró el plazo para realizar alianzas políticas con vistas a las elecciones parlamentarias de octubre. Grosso modo, el kirchnerismo se presenta bajo el lema Frente para la Victoria (FPV) en todos los distritos electorales del país (24), y la Unión Cívica Radical (UCR) en 23 (en la ciudad de Buenos Aires forma en cambio una gran albóndiga con otras organizaciones). El peronismo tradicional, más derechista, también logró alianza entre sus tan diversos componentes, pero no aceptó unirse con el peronismo ultraderechista de Mauricio Macri, alcalde de Buenos Aires. El llamado –no sé por qué– centroizquierda (el ex gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, del Partido Socialista, el cineasta Pino Solanas, algunas agrupaciones peronistas) se unió con el centroderecha y la derecha clásica, con la cual tiene enormes diferencias, sobre la base única de su oposición al kirchnerismo y de la esperanza de obtener más puestos. Por su lado, tres partiditos que se dicen trotskistas y que no cesan de atacarse entre sí, reditan el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que es un simple pool electoral y nada más. En cuanto a un movimiento estudiantil que se presentaba como Nueva Izquierda (Marea Popular), terminó aliándose con una parte del centroizquierda, el cual se junta sin rubor con el centroderecha a nivel nacional.
Para colmo, en el FPV hay de todo: gobernadores o alcaldes que dicen que no aplicarán las leyes sobre el matrimonio entre personas de un mismo sexo o la ley sobre el aborto, o que incluso tienen una política internacional contraria a la del gobierno, ya que ese frente está constituido por aquellos, que generalmente son sátrapas locales y sólo tienen en cuenta sus intereses espúreos del momento.
De aquí a octubre se realizarán elecciones internas abiertas y obligatorias en todos los partidos, de modo que son posibles modificaciones en la composición de las listas partidarias. En octubre, por último, se renovarán muchos cargos de diputados y de senadores, lo cual, en teoría, podría modificar el equilibrio en las cámaras, aunque todos los cálculos indican que el kirchnerismo mantendrá en ellas su mayoría, quizás absoluta, a pesar de que sus votos puedan disminuir.
En cuanto a las gobernaciones, en la importante provincia de Buenos Aires, el primer distrito electoral del país, podría ganar el grupo del millonario peronista de derecha Francisco de Narváez (en olor de narcotráfico), que ya venció al mismo Néstor Kirchner en elecciones anteriores, y en Córdoba, y quizás Mendoza, la UCR, en Santa Fe, el socialismo a la Binner
(aunque el FPV podría repuntar al presentar una candidata semindependiente), mientras en la capital, la mayoría de cuyo electorado es reaccionario, el macrismo se impondría. De modo que es probable que el gobierno nacional surgido de las presidenciales de 2015 deba gobernar con los principales distritos electorales del país en manos de la oposición, y con potenciales deslizamientos importantes en sus bases de apoyo en el FPV y en las cámaras.
Si el kirchnerismo consiguiese mantener la mayoría en Diputados y Senadores podría intentar modificar la Constitución para lograr dos objetivos: un tercer mandato de Cristina Fernández, hoy constitucionalmente imposible, y la incorporación al texto constitucional de las leyes que un sector de los jueces declaran a cada rato inconstitucionales, sea para defender sus propios cargos (en el caso de su oposición a la elección popular de los magistrados), sea para defender a sectores del gran capital (como el monopolio periodístico formado por Clarín y La Nación, más Cablevisión y las televisoras de Clarín, que tienen gran influencia en la formación política de casi la mitad de los argentinos, sobre todo en el conurbano).
Eso permitiría que, si pudiese ser relegida, CFK, cuyo caudal de votos muy probablemente se reduciría de 54 por ciento a cerca de 30-35 por ciento, gobernase en años particularmente turbulentos. En efecto, el economista Rosendo Fraga, de la UCR, expuso los planes de esa agrupación: supresión importante de subsidios, devaluación del peso, eliminación o reducción drástica de impuestos, recurrir masivamente al endeudamiento exterior, sobre todo para crear una infraestructura más barata para los grandes exportadores, revitalizando el sistema ferroviario de modo de reducir el costo de los fletes. O sea, hacer aún más ricos a los que en los años del kirchnerismo se llevaron del país 80 mil millones de dólares y ganaron como nunca en la historia argentina, y reducir para ello los ingresos y los salarios reales de los trabajadores, que hoy representan cerca de 50 por ciento del producto interno bruto.
Si, por el contrario, CFK no quisiese ser candidata o no pudiese serlo por impedimentos constitucionales, el FPV tendría un panorama negro, porque ninguno de los posibles remplazantes tiene ni de lejos las chances de que dispone la actual presidenta. El ex vicepresidente de Kirchner y actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, el ex campeón de motonáutica Daniel Scioli, es abiertamente conservador y políticamente torpe; el vicepresidente actual, Amado Boudou, viene de la derecha comprometida con la dictadura, está salpicado por una serie de escándalos y carece notoriamente de luces, y el gobernador peronista derechista de Córdoba, De la Sota, sabe cómo reprimir y prohibir abortos legales, pero no cómo obtener consenso popular… No se ven otros candidatos del FPV en el horizonte, lo cual hace que los kirchneristas recen todos los días por la salud y la continuidad de Cristina Fernández. Por si esto fuera poco, añadamos que si las cosas siguen así, el gobierno tendrá que recurrir tarde o temprano a la deuda externa para cubrir la creciente importación de combustibles y, como Perón o Arturo Frondizi, dejar el petróleo en manos de Chevron, porque no tiene ni capitales ni tecnología para explotar los grandes yacimientos de shale oil.