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Diversidad agroecológica vs homogeneidad alimentaria Luis Eduardo Pérez Llamas La biodiversidad y los policultivos son primordiales en todo proyecto agroecológico. Preservar y enriquecer el banco de semillas domésticas y la flora silvestre está en la médula de los agroecólogos. Desde hace décadas todos los que practican técnicas agrícolas alternativas se reúnen para intercambiar métodos de cultivo, pero sobre todo semillas, lo que detonó iniciativas de recuperación de las razas y variedades de cultivos básicos –para el caso mexicano: maíz, frijol, nopal, maguey, amaranto, chía, etcétera-, así como la incorporación de una gran diversidad de lechugas y jitomates –comerciales y silvestres-, lo mismo que cultivos tan importantes como la moringa, que en Mali es utilizada para abatir la desnutrición infantil. O la estevia (de origen amazónico) potentemente más dulce que el azúcar blanca sin ser factor de riesgo para la diabetes. La lista es larga. México está salpicado de estas pequeñas experiencias agroecológicas donde reina la biodiversidad y los policultivos. En Agua Escondida –rancho agroecológico de aproximadamente 18 hectáreas inserto en la sierra de Xico, Veracruz- cuentan con una biodiversidad de alrededor de dos mil 500 variedades de plantas, arbustos y árboles de bosque de niebla y cultivan durante el año alrededor de 500 variedades de cultivos entre hortalizas, frutas y plantas aromáticas y medicinales. O el caso de la comunidad de Vicente Guerrero, Tlaxcala, que es considerada por el experto en maíz Antonio Turrent uno de los pueblos “guardianes de las más de 59 razas nativas y de las miles de variedades de maíz que existen en México”, y donde, por otro lado, Don Roque –pionero veterano del proyecto- llega a cosechar en su pequeña parcela de no más de una hectárea alrededor de 27 variedades de frutas, vegetales, leguminosas y cereales. Otra es la experiencia de Tomas Villanueva –ubicado por los rumbos de Amecameca, en Tepetlixpa, Estado de México- quien juguetona y alfabéticamente nos dice cultivar hortalizas de la A a la Z, desde alcachofas hasta zanahorias; Tomas –por tradición familiar- es el marchante del Foro Tianguis Alternativo, por lo que no sólo oferta lo que él mismo produce, sino también lo que recoge en su paso itinerante por los tianguis de Tepoztlán y Yautepec, que hacen de su expendio el de mayor diversidad en frutas, vegetales, cereales, leguminosas y su infaltable pulque. También está el caso de Francisco Rodríguez Albirde, campesino de San Miguel Topilejo, Tlalpan. Francisco pertenece a la segunda generación de productores orgánicos de la Ciudad de México, a partir de lo cual pasó de producir sólo rábanos y espinacas a una gran variedad de hortalizas: zanahoria, betabel, lechuga, col, coliflor, brócoli, cilantro, acelga, jitomate, pepino y quelite, así como los recién recuperados chivitos, entre otros. Por el rumbo de Teotihuacán encontramos a Fidel Mejía Lara, quien hace énfasis en la producción agroecológica de hortalizas y de su proyecto de banco de semillas, pues son básicos –nos cuenta- para mantener la diversidad de cultivos. Fidel se prepara para el futuro cercano –de agravamiento de la sequía- al introducir un cultivo como el trigo sarraceno, originario de Asia Central, con una adaptabilidad impresionante a condiciones extremas de sequía. Cerremos nuestro pequeño listado de experiencias con la joven agroecóloga Selene Sánchez, oriunda de Cuautla, Morelos. En Selene, quien es egresada de la Universidad de Chapingo, se resume la experiencia del papá y del abuelo. En su labor con el papá, ahora cuando menos lo que hace es comenzar a regenerar el suelo a través de la lombricomposta. Mientras que en los huertos que sembró el abuelo puede aplicar de lleno todo su bagaje agroecológico, regenerando el suelo, rejuveneciendo los árboles, incrementado la diversidad de frutales, incorporando la hortaliza, etcétera. Selene tiene ante sí el horizonte –antes todo era a contracorriente- de que su labor es de urgente aplicación y así como pudo incorporar su labor de agroecóloga en las siembras tradicionales del papá y en los huertos del abuelo, bien lo podría extender hacia los vecinos. Y mientras los agroecólogos preservan y reconstruyen la biodiversidad y sus bancos de semilla, el capitalismo en su afán ciego de lucro los depreda por medio de su agricultura industrial y sus monocultivos –emblema de lo cual son los “desiertos verdes” de soya transgénica-. Así, tenemos que durante el siglo XX –según una fuente oficial- “la humanidad perdió las tres cuartas partes de la diversidad genética de las plantas cultivadas durante 400 generaciones y actualmente sólo 12 especies proporcionan más de 70 por ciento de la alimentación” (Matilde Pérez U., La Jornada, 14/11/ 2012).
Michoacán Zarzamora de exportación Adriana Sandoval Moreno Unidad Académica de Estudios Regionales, Coordinación de Humanidades, UNAM [email protected]
El boom de la producción de zarzamora en el valle de Los Reyes, Michoacán, responde a tres componentes: el primero tiene que ver con los efectos negativos del sector azucarero, a mediados de los 80’s, que limitó los incentivos de los cañeros para seguir cultivando caña; el segundo, las experiencias positivas en la adaptación de material vegetativo a las condiciones hidroclimáticas del valle, como una oportunidad productiva local; el tercero fue la convergencia de intereses entre las empresas chilenas y estadounidenses en el cultivo de las berries y los impulsos del gobierno para que ejidatarios con parcelas se integraran a cadenas productivas de cultivos de alta demanda internacional. Estas condiciones favorecieron una rápida conversión productiva en el valle: de caña a zarzamora. En el valle de Los Reyes, en el año 2011 el área con zarzamora era de siete mil 160 hectáreas, esto es 67 por ciento de la producción estatal y 63.4 por ciento de la nacional, pero el 80.8 por ciento del valor de la producción de la misma frutilla en Michoacán. Las variedades más favorecidas por su adaptabilidad a la región han sido: shawnee, cheyenne, cherokee, brazos y en la actualidad la más difundida es la tupy. El periodo de vida de la planta puede ser de ocho a nueve años y es demandante de agua. Los productores tienen altas exigencias para cumplir con reglas de inocuidad: infraestructura de aseo en la huerta para el personal de manejo; llevar un programa técnico; capacitación de los empleados; medidas de higiene, orden y limpieza en los cultivos, y señalamientos. Actualmente es un requerimiento regar con agua de pozo profundo. En materia tecnológica el cultivo requiere de riego presurizado, macrotúneles, módulos de inocuidad e infraestructura, equipo poscosecha y asesoría fitosanitaria especializada. Todo ello es condicionante para entrar y mantenerse en el mercado de exportación. La producción es de octubre a mayo. La recolección se realiza manualmente y se empaca en fresco en la misma huerta. Todas las huertas de zarzamora en el valle cultivan para exportar, y se envía alrededor de 90 por ciento de la producción a Estados Unidos. El producto que no cumple los estándares de calidad se coloca en el mercado regional de Zamora. También hay producción en los estados de Jalisco, Colima, Nayarit, Estado de México, Chihuahua, Chiapas, Guanajuato, Morelos y Puebla. Los más de mil 200 productores en el valle tienen características diferentes y evidencian relaciones desiguales. Se pueden distinguir los pequeños productores, los cuales son ejidatarios con antecedentes en la caña, quienes presentan baja solidez económica para implementar las innovaciones tecnológicas, y los grandes productores que rápidamente fueron acaparando las mejores tierras con agua, ya sea compradas o rentadas, y fueron fortaleciendo sus capacidades productivas con sistemas tecnológicos. El grupo de jornaleras y jornaleros empleados en las huertas es quizás el más vulnerable. Más de 80 por ciento del trabajo en el corte y empaque es empleo femenino temporal, mientras que son entre uno o dos hombres por hectárea quienes ocupan los cargos permanentes. Son marcadas las desventajas de este grupo frente al sistema productivo comercial zarzamorero: no es homogéneo ni organizado, caracterizando por indígenas, con baja formación educativa, carentes de contratos laborales y con altos gastos (pasajes, lonche y cuotas. La gran mayoría no está capacitada para evitar riesgos por el manejo o exposición de agroquímicos, y viven en discriminación. Un proceso inconcluso de consolidación y equidad. A pesar de considerarse “capital mundial de la zarzamora”, todavía la región presenta una serie de debilidades: no existen agroindustrias para procesar la fruta localmente; los insumos van en aumento sin límite; altas restricciones sanitarias para garantizar la inocuidad, que limitan el acceso al mercado a la mayoría de pequeños productores; afectaciones ambientales por uso de agroquímicos y tendencia a la sobreexplotación del acuífero; no se cuenta con garantías para comercializar toda la producción en cada temporada; los productores no están organizados como sector productivo que pudiese coordinar y gestionar acciones en su beneficio frente al grupo de comercializadoras y el gobierno; los miles de jornaleras (os) no tienen voz ni voto en la cadena productiva, ni cuentan con espacios de representación colectiva que defienda sus derechos; variabilidad en los precios de compra por parte de las comercializadoras; de las empresas exportadoras de frutillas en la región, solo cuatro son mexicanas, las cuales no cuentan con filiales distribuidoras en el extranjero, por lo que recurren a intermediarios para comercializar, repercutiendo negativamente en el beneficio económico regional. Jalisco Pequeños y medianos productores Alejandro Macías Macías Universidad de Guadalajara - CUSUR Cuando en 2007, el gobierno de Jalisco y la Fundación Produce de la entidad lanzaron el Programa de Desarrollo de la Industria de Berries en el Estado de Jalisco, muchos pequeños y medianos agricultores de la zona sur consideraron que esta era la gran oportunidad por tanto tiempo esperada para lograr que su actividad productiva por fin fuera redituable. Y es que las frutillas o berries (fresas, arándano, frambuesa y zarzamora) son cultivos generadores de alto valor de producción por hectárea cosechada (255 mil pesos por hectárea en el caso del arándano), muy superior a los 18 mil pesos por hectárea que durante 2011 generó el maíz. El sur de Jalisco, compuesto por 26 municipios, es una región rica en microclimas, lo cual permitió sembrar 51 diferentes frutas y hortalizas durante 2011. Si bien, varias de éstas se siembran en pequeñas superficies, otras marcan hoy el devenir económico de buena parte de la agricultura regional. Por ello, el anuncio del programa de berries causó grandes expectativas entre los productores locales y entre la población; se auguraba una importante generación de empleos. Mediante este programa, el gobierno estatal pretendía incluir en un lapso de cuatro años a 687 productores pequeños y 63 medianos, con tres mil 500 hectáreas de arándano y 500 de frambuesa, aprovechando las ventajas climáticas de la región para producir en “contra-estación” respecto de Canadá y Estados Unidos, de manera que el sur jalisciense llegara a convertirse en una potencia productora. Así, a partir de 2008, diversas organizaciones y empresas trasnacionales llegaron a la región, estableciendo contratos con pequeños y medianos agricultores locales para el cultivo de berries. Como resultado de ello, hasta 2011 ya se habían sembrado 498 hectáreas de arándano, 388 de frambuesa y 282 de zarzamora, lo que conjuntamente con la fresa y la planta de fresa, generaron un valor de producción de 222 millones de pesos, 166 por ciento más que en 2010. A pesar de las altas expectativas y el dinamismo que muestra esta agroindustria en la región, los resultados para muchos pequeños y medianos productores han sido decepcionantes, incluso frustrantes, ya que las condiciones ofrecidas por quienes los involucraron en esta actividad resultaron ser muy distantes a la realidad. En el caso de los contratos firmados con empresas que proveen planta certificada, se ha generado una relación de dependencia desventajosa para los productores, pues si bien las compañías financian la infraestructura, establecen condiciones de compra muy restrictivas, y el pequeño productor termina enfrentándose a una asfixia económica que puede llevarlo a la quiebra incluso antes de empezar a pagar sus deudas. Los productores que ingresaron al programa por medio de organizaciones no lucrativas apoyadas por el gobierno no recibieron planta certificada, lo cual los ha enfrentado a dos problemas: el primero es productivo, pues los rendimientos no han sido los prometidos, ya sea porque la planta no era de primera calidad o porque los asesores no hicieron los estudios para saber si eran aptas las características de los predios. El segundo problema es de tipo comercial, pues aun si la producción es buena, surge la dificultad de la venta del cultivo. Cuando los agricultores fueron invitados a participar en la producción, fue con expectativas de obtención de altos ingresos (hasta 102 mil pesos por hectárea al año), considerando que la parte sustancial de la cosecha se alcanzaría en la etapa en que en Estados Unidos no hubiera producción, de manera que los precios serían elevados. Sin embargo, por ahora ha habido coincidencia con el periodo de mayor cosecha en Estados Unidos, de manera que el precio desciende a tal nivel, que resulta incosteable incluso realizar el corte. Ante ello, los productores han intentado “aguantar” la cosecha para cuando el precio aumente, pero con ello se exponen a perder su producción ante cualquier inclemencia del medio ambiente (lluvias intensas, granizadas, vientos intensos, etcétera). Por lo anterior, como ocurre con la producción de muchas otras frutas y hortalizas en el país, existe el riesgo de que el dinamismo económico que muestran este tipo de cultivos termine beneficiando a sólo unas cuantas empresas (trasnacionales) en detrimento de los pequeños agricultores locales.
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