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Hacia un cinturón de abasto hortifrutícola Álvaro Urreta Fernández
Desde hace ya varios años, productores y pequeños comerciantes asentados en varios estados del Altiplano Central Mexicano, que abastecemos diariamente a miles de familias de la capital de país, por medio de la Central de Abasto de la Ciudad de México (CEDA), hemos estado construyendo un proyecto al que llamamos “Cinturón de abasto de verduras y hortalizas a la Ciudad de México y su área conurbada”, aprovechando nuestras capacidades productivas y nuestra experiencia. Desplegamos a continuación tres ingredientes de nuestro sueño, para superar problemas a los que nos enfrentamos y apoyar el abasto de alimentos a la población, en un momento de grandes amenazas vinculadas con el aumento de los precios al consumidor y el incremento peligroso de padecimientos como la obesidad, la diabetes y la hipertensión que atentan contra la vida de un número creciente de adultos y niños por el consumo de comida chatarra y por dietas desequilibradas ricas en grasas, harinas de mala calidad, azucares y sal. Primer ingrediente: Fortalecimiento de nuestras capacidades productivas. El acoso inmobiliario, provocado por las necesidades de vivienda de la población, aunado a la voracidad de empresas fraccionadoras y la corrupción de funcionarios de gobierno, atentan, día a día, contra la superficie cultivable en Morelos, Puebla, el Estado de México, Tlaxcala, Xochimilco y Tlahuac. Por ello peligran nuestros territorios productivos, en donde sembramos brócoli, nopales, lechugas, apio, rábanos, betabeles, cebollines, nabos, acelgas, espinacas, coliflores, coles, romeritos, chayotes, cilantro, perejil, hierbabuena, manzanilla y alcachofas, entre otras verduras y hortalizas. Este fenómeno de urbanización en áreas agrícolas se facilita por la baja rentabilidad de la actividad agrícola, ya que los productores recibimos una parte proporcional pequeña del precio que el consumidor paga por adquirir sus bienes alimenticios, y a ello se suma el encarecimiento de los insumos agrícolas. En el sueño por el que trabajamos estamos haciendo esfuerzos por mejorar la calidad del suelo, abaratar los insumos al producirlos nosotros mismos y capacitarnos para producir con inocuidad. Luchamos además para que el gobierno federal y los del Distrito Federal, Morelos, Tlaxcala, Puebla y Estado de México apoyen a los productores sin la intermediación pervertida de algunas organizaciones campesinas cupulares de corte nacional que encarecen los apoyos del gobierno o los canalizan ya mermados por quedarse con partes significativas del monto de los proyectos. Asociado a ello, estamos trabajando por crear empresas procesadoras que agreguen valor a nuestros productos y faciliten el trabajo a quienes los utilizan en la cocina; no es fácil competir con grandes empresas agroalimentarias, muchas de ellas de corte trasnacional, pero seguimos terqueando, como lo hace la empresa social Nochtlimex, procesadora de nopal, de Tlalnepantla, Morelos. Segundo ingrediente: En cuanto al transporte y el abasto. Todos los días, a pesar del acoso cotidiano de la policía que busca cualquier pretexto para infraccionarnos o recibir su mordida, entran a la CEDA de la Ciudad de México decenas de vehículos de compañeros de nuestra organización, para distribuirse desde ahí a los mercados públicos de zona, tianguis, recauderías y tiendas departamentales, aunque en este último caso lo hacemos por medio de una larga cadena de intermediación. Por ello afirmamos que, a pesar de la globalización, somos aún los pequeños productores quienes abastecemos de hortalizas a los habitantes de la capital del país y de los estados que integran el Altiplano Central. Desafortunadamente, el crecimiento galopante de las tiendas departamentales ha disminuido el papel de los mercados públicos, afectando nuestras ventas, y ha elevado el precio al consumidor de los alimentos. Por ello, en nuestro sueño por crear el Cinturón de Abasto trabajamos alternativas de transporte y abasto, realizando, entre otras, las siguientes tareas: • Estamos ya vendiendo a precios bajos y buena calidad, a familias de escasos recursos vinculadas a organizaciones sociales de colonias pobres del Distrito Federal (DF). Hemos empezado en la delegación Iztapalapa y estamos ya trabajando para operar en Iztacalco y Álvaro Obregón. De prosperar esta iniciativa, estaremos construyendo una gran alianza entre productores, pequeños comerciantes y habitantes de colonias populares. • A petición de parte del Sindicato de la Secretaría de Desarrollo Social y con apoyo de las autoridades de esa institución, estamos vendiendo directamente a quienes laboran en esa institución, dos veces al mes, en las instalaciones del Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol) en Coyoacán. • También lo hemos hecho ya en las instalaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal con gran éxito. • Estamos dialogando con el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), para que, como empresas sociales, podamos incorporar productos frescos, de buena calidad y a bajo precio en las tiendas que ese instituto tiene en la Ciudad de México. Lo mismo estamos haciendo con apoyo del Indesol con Diconsa, a fin de que sus tiendas vendan productos frescos a buen precio y de calidad. • La buena actitud de quienes dirigen el Instituto Nacional de la Economía Social (Inaes) nos ha permitido, sin intermediación de ninguna organización política clientelar, la gestión para adquirir un parque vehicular que nos permita apoyar la venta con organizaciones sociales de colonias populares del DF, distribuir por medio de grupos de jóvenes a zonas pobres, apoyar la compra directa de parte de madres de familia en algunas escuelas del DF, como ya lo estamos haciendo en una escuela del Valle de Chalco, etc. También hemos iniciado conversaciones con fundaciones privadas para el mismo propósito. Tercer ingrediente: Apoyo a la alimentación saludable y vinculación académica. En nuestro sueño está el contribuir a la salud de las familias del DF; nos hemos hermanado para ello con Abelardo Ávila del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador “Zubirán”; con Tere Shaman Levy, del Instituto Nacional de Salud Pública, y con Julieta Ponce de Centro de Orientación Alimentaria (COA-Nutrición). La reflexión sistemática, desde la perspectiva del desarrollo local y territorial, nos ha vinculado con el proyecto Sistemas Agroalimentarios Localizados (Sial), coordinado por Gerardo Torres Salcido de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y vinculado con varias universidades de México, América Latina y Europa. A la vez hemos participado con mucha esperanza en el capítulo México del Parlamento Contra el Hambre, cuya conducción operativa recae eficientemente en Liza Covantes, Gabriela Rangel y Jesús Guzmán del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (CEDRSSA) de la Cámara de Diput ados. Creemos sin embargo que la tarea principal está en seguir construyendo alianzas desde las comunidades, las colonias populares y las organizaciones de la sociedad civil para que se haga realidad este sueño del “Cinturón de abasto de verduras y hortalizas a la Ciudad de México y su área conurbada, proceso que acompañaremos con nuestra terquedad por que se rediseñen políticas públicas que construyan las condiciones para que realmente se impulse la producción, distribución y consumo de verduras y hortalizas, en aras de la soberanía alimentaria y la salud.
La floricultura mexicana: tradición,
Yolanda Massieu Trigo La floricultura tiene en México antecedentes previos a la Conquista española: los médicos aztecas recomendaban tener flores en el cuarto del enfermo “para curar la melancolía”. Las flores han sido usadas por siglos en muchos rituales y para la veneración de los santos y los muertos. Existe una rica tradición tecnológica y de saberes acerca de las flores. En Xochimilco, los saberes acerca del cultivo de flores datan de cuando este reino era tributario del imperio azteca y entregaba, entre otros productos, flores. Hay un activo mercado interno de profundas raíces históricas y culturales. Ya en tiempos más urbanizados, a partir de los 40’s del siglo pasado, otras festividades como el Día de San Valentín o el Día de la Madre, traen una demanda específica. En México surge una floricultura volcada a la exportación, con tecnología de punta importada, a partir de los años 80’s que se desarrolla completamente separada de la producción florícola tradicional. Los comienzos de la actividad empresarial se dan con la emigración de la familia Matsumoto y otras familias japonesas desde los años 40’s. Es en Villa Guerrero y Tenancingo donde se inicia el primer polo empresarial y grandes empresas, como Visaflor y Coxflor, tienen cientos de hectáreas bajo invernadero y exportan principalmente a Estados Unidos. El sector florícola comprende diez mil productores y 22 mil hectáreas, de las cuales 52 por ciento se dedica al cultivo ornamental y el 48 por ciento restante se destina a industrias como la cosmética y alimentaria. La producción ornamental genera anualmente tres mil 600 millones de pesos, principalmente en variedades como gladiola, crisantemo y rosa, además de plantas de ornato y forraje. El 80 por ciento se destina al mercado nacional y el resto a la exportación. En México se producen alrededor de 50 tipos diferentes de flores, pero el comercio exterior está centrado en unas cuantas, como rosa, gladiola, statice, margarita, crisantemo y clavel. El despegue de la floricultura empresarial intensiva en los 80’s se inscribe dentro del auge en esos años de las exportaciones de lujo, también llamadas no tradicionales, en las que muchos países periféricos, entre ellos varios latinoamericanos, encontraron un nicho para competir en el mercado mundial. Colombia fue pionero en el negocio y es el segundo exportador de flores mundial, después de Holanda. México es de los países más biodiversos del mundo y hay una gran variedad de flores endémicas que podrían venderse con valor agregado en el mercado mundial, pero las rosas, claveles, crisantemos, gerberas y otras flores que se cultivan en los invernaderos para la exportación se compran como variedades patentadas a un alto costo, pagando regalías. Las abastecedoras son empresas globales holandesas, francesas y estadounidenses principalmente. Asombra que México no haya desarrollado variedades patentadas de un sinfín de flores propias, que podrían ser atractivas en este mercado. Aún más dramático es que la nochebuena, flor originaria de México, haya sido bautizada por un embajador estadounidense a principios del siglo XX y que las variedades más comerciales de la planta hayan tenido una patente holandesa. Aun con altos costos, la floricultura mexicana de invernadero tiene un segmento del mercado mundial, y ha desarrollado un mercado interno distinto del tradicional, en nichos de lujo como supermercados, hoteles y aeropuertos. Es un sector concentrado en unas cuantas empresas que, pese a los altos costos, acapara el mercado más rentable, mientras el sector tradicional continúa existiendo en plazas y mercados. El contraste entre ambos sectores productivos (el tradicional y el intensivo de invernadero) es muy fuerte y el acceso que tiene el segundo a la tecnología de punta le da ventajas innegables. Un ejemplo es la clonación de las plantas importadas, que permite una floración homogénea y sincronizada en el invernadero. Ello, en un mercado en el que en ciertos días festivos el precio se llega a multiplicar hasta por cinco, es una innovación proveedora de ganancias indiscutibles para el productor que puede adquirir la tecnología. La producción intensiva tiene un alto consumo de energía y es muy contaminante, por el uso indiscriminado de plaguicidas. Por ello muchos de los inversionistas de Villa Guerrero y Tenancingo buscan opciones con aguas más limpias en Michoacán, otras áreas del estado de México o en Atlixco, Puebla. Empieza a verse uno de los talones de Aquiles de las exportaciones no tradicionales (hortalizas, frutas y en menor medida las flores): el uso abundante y depredador de agua, un recurso natural cada vez más escaso y disputado. La política gubernamental ha tenido en la floricultura a uno de sus consentidos pues, al ser un producto exportable y que genera una gran cantidad de empleo, se considera dentro de los parámetros deseables entre los cuadros de la política agrícola afines al neoliberalismo. Desde los 80’s instituciones como Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA) han concedido créditos abundantes y accesibles a los floricultores, y en el Estado de México se construyó con inversión pública un mercado florícola para la exportación, que fue concluido en 2007. Si bien se genera una gran cantidad de empleos (un invernadero de flores de una hectárea requiere de hasta cuatro mil jornales al año), éstos se caracterizan por ser mal pagados, precarios e inestables. El pago por destajo es la norma (en 2001 se pagaba a 60 centavos cada ramo hecho en el centro de acopio), y se contrata mayormente gente muy joven, en ocasiones menores de edad, con un alto nivel de rotación entre empresas y pocas expectativas de mejoramiento. A partir de los 90’s las empresas florícolas tienen dificultades para abastecerse de mano de obra por la migración, y se ven obligadas a proporcionar el transporte para traer a muchachos y muchachas a trabajar en los invernaderos, de localidades cada vez más lejanas. Así, mientras un lejano mercado de lujo cuenta con una oferta variada y estable, la riqueza generada se concentra en unos cuantos empresarios y no llega a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras.
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