a imposibilidad del amor, ese sentimiento de irremediable soledad: en escritura interna de Antonio Machado…
“Dicen que el hombre no es hombre/ mientras que no oye su nombre./ De labios de una mujer/ puede ser…”
Así bajo su piel coloreada se prolongaban nuestros nombres que se perdían en la inmensidad al exaltar la armonía estética que resplandecía como revelación centro y eje del secreto amoroso en que revivíamos un ciclo ya pasado pero siempre vivo.
Vértigo de la expresión pasional de nuestros cuerpos. Espiral hacia arriba de sensaciones que daban paso a la palabra llena de significado arrastrada por gestos que incendiaban el crisol del silencio, previo a palabras que daban paso a la ternura compartida. Intercambio y búsqueda de las fuentes perdidas el estar presentes en uno y el otro aromadas de sexualidad vestida de entrega.
Entrega desbordada en la modulación matizada de la caricia, sorda y ciega del tocar sin tocar, fragor de loco frenesí entre imágenes húmedas, en la profunda división sol y sombra, en medio de sacudidas continuación del pasado, giro caleidoscopio de colores, ritmo y magia de los antepasados aztecas que satisfacían el hábito de buscar la huella en la memoria sin encontrarla, hasta que aparecía y no, porque era relación al paso de los días y años al ritmo atormentado de noches solitarias en las que como en el Cantar de los cantares se escondía la palabra mágica, abracadabra
, del encuentro de auroras evocadoras de ciervos y gacelas y pechos como racimos de uvas, entre vapores de mirra e incienso, eco de los cantares, tú que estás en los jardines déjame escuchar tu voz
, que encerraba la espera, promesa de recepción y diálogo y encuentro inesperado como duende revelador.
Paciencia en que nos veníamos desde lo más profundo del ser, danza común, red de significaciones mutuas que se volvían una, porque estábamos implicados en sí mismos y la visión del otro, la responsabilidad del otro, inscritos en la doble espera de la espiritualidad y el encuentro de los instintos, que se inscribían (primera vez) y diferían contra viento y marea y daban a cada relación un significado nuevo a lo largo de la vida, a pesar de que el otro sea (y no hay de otra) el ídolo idealizado
proyección de sí mismo.
Reino de las sombras y soles en democrático proceso de aceptar nuestros miedos que impedían volverlos palabras, juego de rivalidades dentro del imperio subterráneo de íntima clandestinidad, irradiación de un acariciar al azar sin acariciar, como no queriendo, así, suavito, hasta caer desintegrados en desgarrador estrépito de ondulaciones furiosas como olas marinas al romper en los recovecos, que como tus miradas sigo. Olas que al estallar en las rocas encavadas, creaban belleza inexpresable parecida al ritmo de las sensaciones en que arrullados suavemente abríamos la cueva nueva, liga con el pasado que se repite y se repite, vida en el éxtasis de la muerte, ¿sí?
Ya que como quedó escrito la memoria es exaltación del amor a pesar de que siempre será aparente. Sicologizando; limbo donde brillan los significados del destino. Creación del amor contigo. Juego de cuerpos para no gritar el dolor del vacío. Al confrontar ese encuentro amoroso con la línea del tiempo. A ese punto precioso del tiempo donde puede surgir la creación.
Esperar el sentirse hundido en quién sabe qué hoyos negros. Impulso de recrear con la palma de la mano, casi sin tocar, el cuerpo cercano. Tiempo del encuentro, sin pensar, agujero del pensamiento, instante sin lenguaje, transmisor de todas las sensaciones vividas.
Espacio en que el lenguaje deja espacio al cuerpo, y este habla en su lugar. Lumbre del sol dorado a la caída de la tarde, misterio de la hora amorosa en el crepúsculo. En lo que tiene de único, de mágico, el brotar de lo inesperado, en la fugacidad del instante.
Pasión que sólo se puede decir al proyectar fuera de sí todo el exceso que nos habita. Cada sensación en este trance insta a cada uno de los miembros de la pareja a expulsar la parte de muerte que oculta. Es decir, hay muerte en todo deseo. Esta es la grandeza del amor pese a esconderse y sólo aparecer en algunas ocasiones.
Y como aquella ausencia en una cita/ bajo los olmos que doras/ del fondo de mi historia resucita
. (Antonio Machado)