omentos dados es el título de esta exposición antológica, como de una toma en la que aparecen dos enormes contenedores cúbicos, o cajas fuertes viejas, captadas en un sitio poco pintoresco y nada relevante.
Es un excelente título y lo que intento destacar respecto de esta muestra es la índole de esos instantes en los que el ojo de la fotógrafa se sorprendió, al toparse con lo que para ella fue un descubrimiento que ahora nos entrega, como sucede con la toma de la sastrería La Elegancia, una especie de cabaña o mas bien favela ubicada prácticamente en medio de la nada.
El ojo de Paulina Lavista, como el de la mayoría de los fotógrafos de verdad
, es ambicioso y suele buscar lo que va más allá de lo común y corriente, es decir, es ajeno al mundo de personas que se pierden la experiencia real al tomar sin cesar fotos con sus celulares o iPad, cosa por supuesto legítima, pero que no supone, salvo ocasiones verdaderamente excepcionales, ninguna extensión estética o ética de este medio de capturación y concreción artística de imágenes.
Al utilizar el término de verdad
no es que quiera indicar que el fotógrafo capte propiamente verdades
–aunque suele suceder–, sino que amplía el repertorio de lo que en cierto momento mereció la pena de ser mirado, observado y de cierta manera conservado.
El conjunto ofrece una trashumancia por varios sitios a más del elenco de retratos que no sólo refieren v.gr. a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares o Gabriel García Márquez, sino a personas anónimas, por ejemplo, a una hermosísima niña colombiana descalza que carga en su espalda un costal al tiempo que sostiene dos baldes de peltre, haciendo pendant con un pequeño barrendero guatemalteco con cierto aire velazqueño.
Hay predilección por determinados detalles arquitectónicos, como la hermosa toma del primer peldaño de la escalera del edificio Hipódromo, casi en penumbra, que contrasta con la iluminación asoleada, parca en sombras de una escalera tendida en Guanajuato que termina en la verja de hierro historiada por la que inicia su trabajoso descenso un anciano.
Ignoro si Paulina sea consciente de los usos talismánicos
de la imagen de los que ha hablado Susan Sontag en alguno de sus famosos ensayos sobre este medio.
Tengo para mí que la fotografía en la que ella aparece de pie, viendo mas allá del objetivo, tomando la mano de Salvador Elizondo, quien sí hace contacto de ojo desde su relajado asiento en un equipal, tiene para mí ese carácter, quizá porque un caballo de tiovivo acompaña a la pareja y eso me recuerda la voz de Salvador comentando anécdotas que involucraban a la propia Paulina, a su gato preferido, o a las esculturas de caballos en esta ciudad, pláticas momentáneas que tenían lugar en los corredores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, momentos a veces muy cómicos que me provocan placer y que ahora, al rememorarlos, me suscitan profunda nostalgia.
El conjunto de personajes retratados por Paulina Lavista es el usual, pero las tomas a veces distan de ser las usuales.
Por ejemplo, Octavio Paz no muestra sus límpidos ojos transparentes que otros fotógrafos gustaron de poner en relieve.
Al seguir direcciones de la fotógrafa, aparece de tres cuartos, con la vista baja, apoyando el brazo izquierdo en un balaustre del Palacio de Minería.
Carlos Fuentes le está cercano en otra toma, visto totalmente de frente, sólo el rostro, en 1985, con expresión enérgica, como si fuera personaje contemporáneo de Artemio Cruz.
La cara de Olga Costa se ve tras un enramado retorcido, se diría que barroco en sus lineamientos.
José Luis Cuevas posa ante un cadáver tendido en la morgue y la actriz Ofelia Medina luce hermosísima, como una diva, sentada en su camerino, casi en paños menores, luciendo liguero y medias oscuras.
En contraste, la escritora y periodista Elena Poniatowska está de pie, sonriente, correctísima, sosteniendo en sus manos un retrato y flanqueada por sus hijos.
Juan Soriano, en 1986, se rodea de calaveras de azúcar. Me pregunto si en recuerdo de la famosísima fotografía de Eisenstein con una sola calavera.
Todo el conjunto es blanco y negro, son las fotografías que denominamos análogas, ya se trate de los retratos de personas tan notables, como el siempre recordado director de orquesta Eduardo Mata, o de las muchachas que marchan sincronizadamente en Texas; o, por ejemplo, de la excelente toma de una mujer adulta posiblemente fuera de sus cabales, que deambula en Chapultepec y carga su peluche.
La selección y el guión iconográfico de la muestra de Paulina Lavista en la Casa del Risco (Plaza de San Jacinto 5, San Ángel), realizado por la experta Emma García Krinisky, incluye una vitrina que contiene aparatos y elementos del uso fotográfico de la autora.