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Iba perdiendo y con eso me sugestionó para ganar: Carlos Zárate

Con trucos como dar mejoralitos, Cuyo Hernández hacía campeones

El mánager entró de manera póstuma al Salón de la Fama de Boxeo

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Carlos Zárate (en la imagen) recuerda que Arturo Hernández forjaba a los pugilistas desde muy jóvenesFoto Jam Media
 
Periódico La Jornada
Martes 11 de junio de 2013, p. a15

Carlos Zárate era el campeón mundial de los gallos en agosto de 1976. En la primera defensa del título, el Cañas enfrentó al australiano Paul Ferrari, en un combate que podía prolongarse hasta los 15 asaltos. En el onceavo, Zárate volvió a su esquina agotado y con la incertidumbre de que tal vez no resistiría los episodios restantes. En ese rincón estaba Arturo Cuyo Hernández, el legendario mánager en cuyo establo se fraguaron varios nombres que hoy son parte de la historia del boxeo mexicano, que al ver a su peleador desfalleciente, le recomendó tomar un medicamento casi milagroso que le ayudaría a reponerse.

Tómate esta pastillita y veras como regresas como nuevo, le dijo a Zárate. Éste volvió con nuevos bríos y salió a tirar golpes como si la pelea apenas empezara. Ferrari terminó noqueado en el doceavo asalto. La pastilla que tomó Zárate para conservar su campeonato era un simple mejoralito.

Ese era también su talento, porque con esos trucos hacía que crecieras como boxeador, a sentir seguridad y te sugestionaba para que te hicieras más fuerte, recuerda Zárate.

El mánager ingresó el domingo al Salón de la Fama de Boxeo Internacional, en Canastota, Nueva York. Murió en 1990, pero su nombre es imborrable de la historia del boxeo mexicano porque en sus manos se formaron campeones como Kid Azteca, Rodolfo Chango Casanova, José Toluco López, Rubén Púas Olivares, Alfonso Zamora, Guadalupe Pintor y Ricardo Finito López.

Don Arturo Hernández no fue un gran entrenador, sino un gran tutor, sostiene Zárate. Su fuerte no era el boxeo, sino el negocio, la visión para conducir con astucia la carrera de un boxeador hasta llevarlo al campeonato.

Zárate acepta que su carrera de éxitos tiene una deuda enorme con ese ojo astuto del Cuyo Hernández. Pero después lo piensa un poco más y se corrige: No, creo que más bien fue gracias a mí, porque yo era el del talento y quien recibía los catorrazos... pero no hay quien pueda discutir que sin el colmillo de don Arturo Hernández nuestros nombres no habrían llegado tan lejos.

Otro pupilo fue Lupe Pintor, también campeón en peso gallo, quien recuerda con nostalgia que fue una época que desapareció y con ella se desvaneció un universo de códigos.

“La figura de un mánager como Cuyo hoy es imposible, sobre todo porque los boxeadores ya no saben lo que es la lealtad; son demasiado divas y flojos... sólo están interesados en el dinero”.

La diferencia entre él y los entrenadores de la actualidad, opina Pintor –hoy también mánager– es que él reconocía el potencial de un jovencito y lo formaba hasta convertirlo en un ídolo y un boxeador exitoso.

“Los de hoy casi siempre reciben boxeadores ya formados y sólo los encaminan a través de sus contactos, pero no los hacen desde chiquillos, como Cuyo”, dice Pintor, quien estuvo bajo su tutela de los 13 a los 31 años, al retirarse.

Fue más que un mánager para mí, y para muchos otros también; representó una figura casi paterna, reconoce Pintor.